Mercedes Bautista/ Colaboradora
En las últimas semanas he sido testigo de artículos, noticias y comentarios acerca de la crisis hospitalaria en la que nuestro país se encuentra. Leí y escuche cómo el señor Presidente se dirigía a los médicos usando adjetivos como “haraganes”, así como el artículo de una estudiante de medicina en respuesta a ese comentario, lo cual me invitó a escribir sobre mi experiencia en el Hospital General San Juan de Dios. Y no como estudiante de medicina.
Oímos hablar sobre la falta de insumos médicos, la atención exageradamente lenta a los pacientes, las malas condiciones de higiene ylas pocas medidas de seguridad que se tienen en los hospitales; sin embargo, las consecuencias de la mala administración y desinterés total hacia el problema van más allá del simple cumplimiento con estándares hospitalarios.
Estos van dirigidos explícitamente a la desvalorización de la vida, a la deshumanización de los pacientes que asisten al Sistema Nacional de Salud y a los guatemaltecos en general.
Durante el 2011, año crítico para el Sistema Hospitalario y año en el que realicé mis prácticas de psicología clínica en el HGSJD, fui parte de esa sensación de impotencia que hoy muchos manifiestan. Impotencia al recibir pacientes con problemas emocionales fuertes que viajaban desde Santa Rosa, Escuintla o Chinautla, y tener que atenderlos en un espacio de un metro por un metro, con poca luz, mobiliario en mal estado y donde lo único que da privacidad al proceso terapéutico es una cortina.
Una cortina, cuando detrás de la misma hay pacientes quejándose de dolor, médicos y residentes intentando salvar vidas con nada más que sus propias manos, perros caminando por las clínicas o cadáveres que han quedado por horas en los pasillos debido a la falta de personal que los transporte a la morgue.
Está de más decir que atender pacientes en estado de ánimo depresivo en un ambiente donde lo que se respira es sangre, líquidos corporales, llanto, quejidos, desolación, dolor e incluso muerte es de por sí una falta de respeto a la dignidad de la persona, un abuso a la psiquis y una negligencia por parte del sistema.
Sabemos que si no hay implementos médicos, fármacos y médicos, la salud física no puede garantizarse, pero es importante que sepamos que el artículo 93 y 94 de nuestra Constitución van más allá de la simple construcción de hospitales, centros de salud o envío de escasas medicinas. Nuestro derecho a la salud debe ser cumplido a cabalidad, garantizando no únicamente material, sino también dignificación hacia la propia vida en todas las dimensiones de la persona, física y emocionalmente.
Por eso me pregunto, ¿Cómo el Gobierno se atreve a hablar de “disminuir la violencia”, si nuestro propio sistema de salud nos violenta física, mental y socialmente? Y peor aún, ¿Si nosotros permitimos que esta crisis sea una más de tantas que ha tenido el sistema?
Fotografía: http://recommendor.blogspot.com