RL febrero

Siempre me he preguntado por qué me atrae tanto la literatura de ficción. Por qué puedo pasar horas prendido de un libro, avanzando, palabra a palabra, por la vida de un personaje que me parece memorable.

He sentido regocijo y tristeza. Asombro y ternura. Odio y desilusión. En suma, muchas páginas por las que he transitado me han deparado incontables sensaciones.

Pero, ¿acaso es la literatura una mera “distracción”? ¿Un pasatiempo para agotar las horas de ocio?

Algo en mi interior me dice que no. Todo lo contrario. Desde mi experiencia como lector siento la necesidad de afirmar que he vivido a través de los ojos de grandes personajes (entrañables o despreciables), quienes me han transformado en quien soy el día de hoy.

Y es que vivir una vida ajena y presenciar el sufrimiento en las antesalas de la muerte (Crimen y Castigo. Dostoyevski), sentir pena por las vicisitudes de un hombre ninguneado por su entorno (El capote. Gogol), vivir los sufrimientos y aventuras de una época que bien puede ser la nuestra (Los Miserables. Victor Hugo), caminar por entre los palacios y bosques del Japón feudal (La novela de Genji. Murasaki Shikibu) o por las calles de Francia buscando a la Maga (Rayuela. Cortázar), es una forma de traspasar los límites del tiempo y el espacio.  De descubrir otras formas de ver el mundo, y a la vez de encontrar nuestra propia mirada.

La literatura es un acto de absoluta libertad, cuando es verdadera, pues su fin último es el ser humano. No acepta imposiciones ni servilismos y si este es el caso, no vale la pena.

Entre las páginas de un libro he podido encontrar el corazón de su autor, y los miles de cristales en los que se ha quebrado para componer una historia. Y es que el corazón del ser humano es uno; sin embargo, en su interior se debate el día y la noche, y la luz que creemos única emana de su interior y es arrojada sobre las páginas de la obra literaria, ahora descompuesta en otros colores como por un prisma ya descubierta su verdadera esencia.

Tengo la convicción de que si la literatura tiene un propósito en nuestro tiempo es devolver al hombre y la mujer el sentido de su humanidad.

Esa humanidad integral que se ha ido disolviendo con el paso del tiempo y el avance de nuestra “civilización”. Pues en medio del ruido y la agitación incesantes, de la búsqueda frenética del éxito material, de la producción y el consumo desenfrenado, la literatura proporciona una mirada profunda que penetra en los defectos y virtudes de ese ser contradictorio y atribulado que es el ser humano.

A través de ese prisma observamos sus bajezas y sus más retorcidos deseos, así como sus actos de heroísmo y de profunda ternura. Esa profundidad es la herramienta perfecta contra la superficialidad del mundo de hoy. Mundo hecho de plástico y de materiales desechables. De objetos con fecha de caducidad, en el cual lo más novedoso hoy es lo más viejo mañana.

Quizá el simple acto de leer no nos haga más sabios o más inteligentes. Estos conceptos atados a las ideas racionalistas de nuestro tiempo no podrían definir el efecto que un verso de Vallejo puede tener en alguien desconsolado. Lo que sí puedo asegurar es que propiciará un encuentro íntimo con el autor, los personajes y principalmente con nosotros mismos. Nos permitirá replantear nuestras ideas, afirmarlas o recomponerlas. Nos proporcionará un placer estético. En suma, nos llevará de vuelta a nuestra humanidad.

Ahora, si además de leer escribes, o sientes la necesidad profunda de escribir, de indagar en los rescoldos más profundos de tu conciencia y gritar lo que haya que gritar, de dar a conocer a este mundo confuso y masificado tu verdad, en resumen, de dar un testimonio de tu vida y de tu tiempo, de tus aflicciones y creencias, hazlo. Escribe. Con todo tu cuerpo y con toda tu alma. Quizá, a pesar de escribir con palabras hechas de tiempo y de sangre, puedas tocar un fragmento de eternidad.

Francisco Juárez.

Guatemala, febrero de 2015.

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