Caminaba por la zona viva, sola y en un mar de lágrimas. Intenté tantas veces cesar el llanto pero cada vez empeoraba. Así que seguí caminando con miradas encima pero descargando mi alma. Me sorprende cómo nos dejamos sobrecargar.
No lograba encontrar la razón de mi tristeza, pero si algo era cierto es que en esos momentos estaba hundida en una desvalorización asombrosa, había llegado a mi límite y los deseos más trágicos pasaban bailando en mis pensamientos. Estaba cansada de una relación vacía, cansada de la ausencia de personajes importantes en mi vida y sobre todo estaba harta de la guerra que luchaba en vano contra mí, de permitirme pensar por más de una vez que no era suficiente.
Mientras me lamía el dolor y lo saboreaba salado y líquido, consecuencia de haberse convertido en lágrimas, supe que ese colapso significaba que sería la última vez que me secaría las lágrimas porque desde ese día me iba a perdonar.
Estaba decidida a iniciar la etapa más complicada para un ser humano: me iba a enamorar de mí.
Es curioso porque nos vemos todos los días al espejo antes de salir y para ver que nuestro atuendo esté bien pero no nos enfrentamos a lo difícil que es pararnos frente a ese reflejo y conocernos en realidad. A mí no me gustaba lo que veía pero no por mi propio criterio sino por lo que habían metido en mi cabeza.
Me visualicé y esa imperfección que tenía sobre el rostro era a consecuencia de una tarde de risas comiendo chocolate con mi mejor amiga. Aprecié lo lindo que se veía mi pelo lleno de rizos y que estaba bien no tener tantas curvas y en su lugar vi a un ser humano, vi la desnudez de mi alma en su mayor esplendor y luego de cinco años me vi linda de nuevo.
Se puede leer muy fácil, pero no es así. Yo inicié matando. Maté todas las cosas pero sobre todo a las personas que le restaban a mi vida y que, solo me hacían daño. Empecé por un par de amistades, mi relación sentimental y por último mi padre porque por mucho que una quiera a alguien, el daño a cambio de amor no es válido.
De pasar de una relación destructiva y psicológicamente abusada, me sentía vacía. Sentía que mi vida se desmoronaba y me sentía culpable por todo lo que me sucedía, subestimándome cuando nada de lo que sucedía lo era, al contrario. Y en esa etapa lo único que conocía era el miedo.
Me conocí, leí mucho, paseaba sola, no me limitaba a decir las cosas exactamente como las pensaba sin tener miedo de no verme como una dama, de no agradarle a alguien. Entendí cómo es que yo me pertenecía solamente a mí y que me tenía que agradar a mí.
Me era imposible salir con alguien sin sentirme cómoda. Me gustaba tanto estar conmigo que en compañía solo esperaba sentir esa plenitud igual o mejor. Tomé decisiones tan pequeñas como cortarme por completo el pelo pero que en realidad te hacen sentir mucho mejor.
Y por supuesto que he vuelto a caer muchas veces, que sigo teniendo demonios y que está bien tenerlos porque al final son necesarios solo hay que abrazarlos. Abrazar los bueno y lo malo.
Lo importante es dejarte entrar en ti.
Lo esencial en este proceso también fue aprender a dejar de compararme y de comparar los tiempos, yo soy diferente y mi momento es ahora. Mis sueños los estoy logrando con trabajo duro y las demás personas también viven su momento a su manera.
En estos momentos en donde nuestro hogar que es nuestro país, se encuentra en una situación tan difícil. Es nuestro momento de hacer el cambio. Y todo empieza por los aspectos de nosotros mismos que no ayudan al progreso tanto de nosotros como de el lugar donde vivimos.
No hay llegadas tardes para el amor, para él todo se congela incluso hasta el tiempo, ante él, deja de existir. Mis sueños me esperan, mi plenitud del poder ser yo, eso y todo lo demás solo me lo puedo dar porque solo yo puedo cambiar la estructura y la puntuación que quiero para el artículo de mi vida.