Por: María Fernanda Herrera
La respuesta más común al por qué se estudia medicina seguramente es “querer ayudar a los demás”. Cuando se está iniciando, la idea de lo que la carrera representa está influenciada por los medios, los cuales hacen creer que al convertirse en doctor inmediatamente se alcanzará la realización personal, se tendrá una reputación y de alguna manera, el mundo será un mejor lugar. Al principio, es mucho más fácil responder el por qué se estudia la carrera.
Pero mientras pasan los años, esta idea se desecha. La realidad del sistema de salud es otra. En un estudio de la Fundación Kaiser, el 45% de los 2,608 médicos encuestados no recomendaría la práctica de la medicina a los jóvenes de hoy en día, el 88% había disminuido el tiempo de atención a sus pacientes y el 73% creía que la calidad de la atención médica que proveían se había visto comprometida, lo cual, impacta en la calidad de salud que se le brinda a la población.
Muchas veces nos proponemos “cuando yo sea doctor mejoraré el cómo tratan a los pacientes”, “cuando tenga este puesto haré que los hospitales tengan los recursos necesarios”, pero en realidad, esas metas que se tenían a largo plazo desaparecen. El estrés y el cansancio que conllevan las prácticas médicas hacen que las prioridades vayan cambiando conforme el tiempo.
Es fácil señalar todos los errores que se cometen, puesto que aún no tenemos acceso a las decisiones políticas que se toman, no tenemos claro cómo traducir nuestra experiencia de estudiante en objetivos alcanzables. Pero en algunos años, esto cambiará, tendremos más experiencia y podremos involucrarnos en mejorar la situación actual, ¿se cometerán los mismos errores?
Esta generación es observadora, valiente, dinámica y adaptable, se tiene esperanza y, a través de la innovación y la imaginación, posee la capacidad de resolver problemas y se tiene un gran potencial para generar una transformación social positiva en el mundo.