Francisco Juárez/ Rincón literario/
En memoria de John Keats
Como la vela contra la ventana
y el humo de media noche,
el cielo se derrama
incesante sobre campos polvorientos.
Una paciente almohada
soporta los pesados sueños
que alguna vez hicieron
crujir las escaleras.
El polvo se posa sobre los cabellos
y el lomo de los libros.
Una prenda blanca se sacude con violencia,
el cielo es gris
y nada crepita ni hierve en la cocina.
Chorros de lluvia se precipitan
desde el techo hasta la calle,
esa en la que las flores, detrás de la pared,
teñían de blanco el negro suelo.
El pórtico, ese de tantos días y noches,
vio entrar el cuerpo tendido entre brazos
y voces apagadas.
Sobre la mesa de noche queda ya,
fría y grumosa, la sopa y la cuchara,
y miles de cielos y de nubes,
y millones de arduas estrellas
Esas que oculta el día,
que como fruto abandonado
debe la mañana.
Y las nubes cobrizas y grises,
y el cabello desmañado,
y algunas cuantas lágrimas.
Todo pareciera haber quedado inmóvil.
Sin embargo la vela continúa
prodigando el humo contra la ventana.
Amanece.
El ave canta otra vez
a la persistente aurora,
y el vapor y el rocío
flotan en el aire.
Pero ya nada de esto es real.
Apenas
unas cuantas horas
y una leve llama,
sosteniéndose en las escaleras
antes de extinguirse.