Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com

Los períodos preelectorales constituyen algo inusual en la vida de una sociedad. Por lo pronto se dan cada cierto tiempo, son pasajeros. Y la dinámica misma que se genera ahí tiene algo de especial, fuera de lo cotidiano: son situaciones “anormales”, se podría decir: promesas, propagandas a granel, clima festivo, regalos a manos llenas. Para estos períodos lo político pareciera inundar todo. Pero ¡cuidado!: “pareciera” inundar. Porque una mirada serena nos deja ver que toda esa parafernalia que inunda lo mediático (constituida por partido en el poder y oposición) es parte de un show cada vez mejor elaborado, pero de verdadera participación política tiene poco.

Un agudo intelectual francés, Paul Valéry, definió la política como “el arte de evitar que la gente se preocupe de lo que realmente le atañe”; es decir: hacer un poco de ruido pero sin permitir que la verdadera estructura de poder pueda ser tocada.

Estamos acostumbrados -y todo indica que lo que ya estamos viendo ahora y se disparará en forma exponencial en los próximos meses- a considerar el “hacer política” como lo que hacen los políticos profesionales. Es decir: discursos adecuadamente presentados, ataques furiosos contra la oposición, mercadeo al mejor estilo de las grandes empresas comerciales. Todo ese circo se monta cada cuatro años, luego desaparece y lo que nos queda es la protesta contra quienes fueron electos, achacando a su corrupción y mal gobierno la responsabilidad de nuestros males. Es ahí, entonces, cuando cobra cabal sentido la agudeza de Valéry: lo político queda reducido a lo que hacen los profesionales de la política, y a la gran masa no le queda mucho más que lamentarse una supuesta “mala elección”, arrepentirse y pensar que en la próxima votación (que estará igualmente rodeada de todo el correspondiente show ya conocido) deberá “pensar mejor” en el candidato a escoger.

Si nos quedamos con esto, la política es algo patético. Aunque todo nos lleva a que así funcionan las cosas. Las próximas elecciones prometen centrarse en discusiones (de los políticos profesionales, claro) en torno a un par de temas que cierran el real debate. Así, nuestros males serían la “corrupción de los políticos”, o “las maras”, o -como dijera Edelberto Torres Rivas- la “sandrofobia”. ¿Y qué pasa con lo que “realmente nos atañe”? Para el 50% de la población por debajo de la línea de pobreza, ¿es el verdadero problema la presencia de Sandra Torres? ¿O las maras? Cuidado, porque los árboles pueden no dejarnos ver el bosque.

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