“Soy América Latina, un pueblo sin piernas pero que camina”; recuerdo cantar emocionada la primera vez que escuché la canción Latinoamérica de Calle 13; que con el pasar del tiempo se convirtió en una de mis favoritas, y que también con el tiempo se convirtió en la mejor descripción de América Latina y su realidad.

Latinoamérica, la región de la desigualdad y de las injusticias, la región más violenta del mundo, de la corrupción política, la región del desempleo, del hambre y la falta de educación, la región de las caravanas de migrantes, de los eternos indocumentados, del desorden en cada esquina; la región de los sueños rotos, de los terremotos y los desastres naturales; la región del machismo y la violencia basada en género, la región con la mayor cantidad de femicidios en el mundo, Latinoamérica, el peor lugar para ser niño y la tierra de las “casas de cartón”.

Yo sé que todo esto suena como el peor cuento de terror del mundo o la historia más desalentadora que jamás se pueda contar; pero no todo es tristeza, muerte y desigualdad, somos la mejor región del mundo, la más llena de diversidad y la tierra de la revolución de amor.

Somos América Latina, la tierra del “Gabo”, su premio Nobel y sus cien años de soledad, su amor en los tiempos del cólera y las memorias de sus putas tristes; la tierra de Neruda, el poeta de la revolución, sus cien sonetos de amor, sus veinte poemas de amor y su canción desesperada; la tierra de Mercedes Sosa, Facundo Cabral, Violeta Parra, la tierra de Silvio, de Chabela Vargas, de Víctor Jara y de muchos más que utilizaron la música como arma de revolución y de amor. La tierra del tequila, de la caña y del café, la tierra de la salsa, del bolero y del corrido; de los gauchos, de los charros, de los caporales y de la saya boliviana. La tierra del maíz, de la yuca, de la papa y del ron. La tierra de la piel morena, del fútbol, de Maradona y de Pelé, la región más pintoresca del mundo, con los climas más cambiantes, a donde puede llover café en el campo, con las grandes maravillas naturales, la tierra de la eterna sonrisa, de la amabilidad y de la humildad. Somos la tierra del sueño de Bolívar, la América grande de José Martí, la región de las venas abiertas de Eduardo Galeano; la región de los brazos abiertos y la mano de obra barata.

Somos la América que vio nacer a Borges y a Gabriela Mistral, la tierra que vio las obras de Botero, de Diego y de Frida, la región que escuchó la música ligera de Cerati, que gozó la vida es un carnaval de Celia y que se pintó de color esperanza con Diego Torres. La tierra de los Andes, de la Amazonía, la tierra de los Mayas, de los Incas, la región a donde vivimos los verdaderos hijos del maíz y los herederos de la Pachamama; esta es la región de las mil y una lenguas, el lugar del guaraní, el quechua, del aimara y del náhuatl.

Somos América Latina, un conjunto de países parecidos en nuestros orígenes y en nuestra situación social y económica actual, que enfrentamos la necesidad de salir de la marginación y la pobreza en que vive la mayoría de nuestra población. También somos vecinos, habitantes de una región geográfica que compartimos y que, cada vez más, nos pone en contacto a unos con otros. Somos la región más resiliente del mundo, la tierra de la lucha y de la revolución, la tierra de los que nunca se dan por vencidos, del pueblo unido, la tierra de la eterna esperanza y del ojalá. Y como diría el gran pintor Oswaldo Guayasamín, “El hombre que ha vivido a través de los milenios con esta gran columna vertebral que es la Cordillera de los Andes, es una misma cultura que viene desde México y se va al sur extremo de este continente, y esto nos hace pensar en la necesidad contemporánea de volver a la unidad latinoamericana en todo sentido, sobre todo en el sentido espiritual”.

 

“En América Latina, lo maravilloso se encuentra en vuelta de cada esquina, en el desorden, en lo pintoresco de nuestras ciudades… En nuestra naturaleza… Y también en nuestra historia”.

“El reino de este mundo” (1949), Alejo Carpentier

 

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