Alexander López/ Opinión/
Siempre que tengo la oportunidad (o la origino) de ayudar o estar con una amiga o un muy buen amigo, arriesgo todo, incluso hasta los estudios. La ayuda, la compañía, el cariño y la conversación se convierten en un eterno paraíso pero también en un ingenuo y desgastante desvivir, algo así como una especie de droga que comienza por hacerte sentir la persona más especial del mundo. ¿Será una cuestión de pura amistad, una necesidad de algo más o una cuestión de necesidad emocional y afectiva, cuando lo arriesgo todo?
Podría decir que son tres respuestas complejas y variantes distintas con límites muy próximos que podrían transgredir incluso hasta la propia dignidad.
La primera variante, arriesgo por un amigo incondicional que llega a ser íntimo, comprometido con la amistad, honesto y sin ninguna necesidad de controlar. Una amistad con la que aunque existan pleitos o problemas, se solucionen con comunicación y honestidad. Pero en realidad, ¿tendría que valorar tanto la amistad que incluso deba arriesgar y sacrificar continuamente la universidad, el trabajo e incluso el tiempo para mí mismo? La complacencia sería mutua pero con límites consciente e inconscientemente establecidos, donde el respeto y la comprensión por el tiempo del otro sea significativo aunado al cariño y reciprocidad en la ayuda y comunicación.
La segunda variante, arriesgo por un amigo a quien veo ciegamente con “ojos de amistad” pero a quien siento como la última pieza clave de mi vida, haciéndome sentir su ausencia física, emocional y pasional. Todo él o ella se vuelve lo más importante a pesar de los defectos. Lo peligroso de esta realidad, sería que aún cuando esté un tanto consciente de la situación de amor, lo niegue y continúe viviendo una fantasía que solo sea “sabrosa” pero también “dolorosa” para mí, y mi supervivencia. Sería el gana – pierde, ellos ganan compañía, amor y atención y yo lo pierdo todo con tal que ellos ganen. Es realmente vivir engañado, idealizando la figura distorsionada de pareja como el todo que me alimenta.
Y el tercero y más reflexivo, arriesgo quizás no por el que considero como mi amigo sino por un sólo aspecto o rasgo que lo representa, alimentando así, solo mi queja emocional y la necesidad de mi niño interior: No es su amistad, sino la atención o el cariño o la solución me puede dar para la vida lo que más me importa, teniendo así todo lo demás, ningún valor en absoluto. Ese “algo” me hace entonces arriesgar el trabajo, la familia e incluso hasta la propia vida, no desde la acción altruista sino desde la acción egocentrista del querer para mí, irónicamente acosta de mí mismo.
La solución considero, no está en solo poder responder a estas tres interrogantes, sino también en el hecho de responder a las interrogantes sobre mí mismo: ¿por qué arriesgo?, ¿por qué debo dejar de ser yo mismo para agradar?, ¿por qué es tan fuerte para mí el autosacrificio?, ¿por qué no puedo vivir con mi soledad?, ¿por qué a pesar que sé que es por emociones, arriesgo nuevamente mi dignidad con tal de obtener las pocas caricias afectivas y corporales de esa persona?,
¿por qué arriesgo con tal de mendigar amor?…
Al final de tantas interrogantes, la importancia la tendré yo mismo, y cuando esté seguro de arriesgar por mí primero, habré dado el primer paso para arriesgar luego por los otros de forma altruista.