Cambiar el Mundo

 

Jose Coronado/ Opinión/

Tic toc, tic toc, tic toc… El reloj de la vida avanza y con cada segundo no hacemos más viejos. Llenos de inseguridades y ambiciones marchamos por la vida porque es lo único que nos queda por hacer, no lo podemos evitar. Pero a menudo que adquirimos una perspectiva comparada de nuestro significado en el gran esquema de las cosas, nos da miedo pasar por el mundo sin dejar ni la más mínima huella. Algunos lo superaran y algunos otros pasaran sus vidas con esta espina en la conciencia, como reaccionemos a ello dictará la urgencia con la que persigamos nuestras metas.

Todos queremos estar mejor, todos queramos hacer de nuestro mundo un lugar más agradable para pasar nuestros días. Para algunos ese mundo es más pequeño que para otros, esto lo determina nuestra ambición. Guatemala al exponer a sus habitantes a una vida de tan aparentes problemas se convierte en una incubadora de agentes de cambio. Si tú eres uno de ellos puedes tomar varios caminos para lograr tu cometido. Para los efectos de este artículo los dividiré en dos grandes categorías: el cambio que viene de arriba, y el que viene de abajo.

Por cambio que viene de arriba entiéndase un orden artificial, deliberado y usualmente impuesto. Estoy haciendo referencia al prototípico modelo de transformación a través del mecanismo social de “ayuda” y “progreso” por antonomasia: El Estado. Estoy tratando de definir el camino que se viene a la mente de todo político o activista civil que intenta imponer una ley beneficiosa para la nación.

Por otro lado esta aquel activista que intenta generar un cambio en la sociedad sin recurrir a un mecanismo heterónomo y general de coacción.

¿Pero como cambiar el sentimiento social sin recurrir a una ley? Seguramente si lo que queremos es una protección a nuestros derechos deberíamos apresurarnos a escribir cuanta libertad se nos pase por la cabeza para garantizar que no nos quiten lo que es de nosotros.

El cambio social que surge desde la sociedad es más tardado y mucho más difícil de cuantificar o identificar. Si lo que queremos es defender el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio lo que primero salta a la cabeza es cambiar la legislación del país. Lo mismo pasa con la libertad económica o la protección a la propiedad privada. Y no habría problema con esto asumiendo que las personas que crearan estas leyes fueran dioses con un recurso de inteligencia infinito, y supieran cuales serían las consecuencias de legalizar el matrimonio entre dos hombres. El problema es que difícilmente sabemos las consecuencias de nuestros actos. Tampoco el legislador sabe lo que sucederá cuando la ley pase. Y el mayor problema de todos es la fragilidad de todo el ejercicio.

Pues si hoy por la mera voluntad del gobierno de turno se aprueba la mejor ley en cualquier materia, mañana también la podrá derogar el próximo gobierno de turno.

Nunca existirá una oposición, porque nunca hubo un reconocimiento significativo del valor de la norma. Muchas leyes actuales son poco más que papel higiénico ignoradas por nunca haber sido queridas.

Todos queremos cambiar al mundo, y probablemente también queramos ver el fruto de nuestro trabajo. Por esto la ley es un vehículo de cambio tan seductor, se hace en un par de días e influencia la vida de todos. No creo que la legislación sea mala por sí misma, pero si no está respaldada por instituciones probadas y respetadas por la sociedad será más frágil que una rosa de cristal.

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