/Por: Fernando C. Gamboa

Sentado sobre una rama observando como la fuerte ventisca conquistaba todo su
bosque, y sin duda alguna, sabía que era su fin sino huía hacia la tranquilidad,
invadiendo territorios nuevos, arboles con espinas sangrando sus alas y manchándolas
con sangre de palabras que otros dijeron y devastaron.

Por cada año que la ventisca aterrizaba en su bosque despejado, el búho volaba
velozmente hacia el más cercano, tratando de escapar de lo que estaba destinado.
El búho, por miedo, nunca se quedaba para contemplar la ventisca, creyendo que era
catastrófica, nunca se quedó en una misma rama para observar como al final de la
aceptación del hielo cayendo sobre sus alas podría ser majestuoso.

En el viejo bosque el búho dejó de ver caer las mismas lágrimas de hielo a las que se
acostumbró a ver cada año. Cada vez la ventisca se iba alejando más y más, hasta que
el ave blanca decidió buscarla para sentir su frío que era amor.

Cada vez la ventisca se dirigía hacia otros bosques amplios y extensos con abundancia
de naturaleza de amor, dejando a un lado el bosque del búho, tan solamente quedando
ramas secas y frías por falta de pasión y ternura.

El ave, sin poder volar más, aceptó que ese invierno no regresaría como solía hacerlo.
Esperando sobre un árbol lleno de espinas su regreso…

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