“Fuera de la iglesia, también todo hombre que lucha por la justicia, todo hombre que busca reivindicaciones justas en un ambiente injusto, esta trabajando por el Reino”
Mons. Oscar Romero

Se supone que somos un estado laico, que vela por la libertad de credo y permite las muchas demostraciones de fe que han existido a lo largo de la historia de la humanidad; es decir, cualquier hombre o mujer es libre de profesar o no, alguna de las religiones y credos que se hallan entre las sociedades humanas. Pero acá digo “se supone”, porque desde hace más tiempo que el que quisiéramos, en este país pareciera solo existir (e importar) la fe monoteísta del cristianismo; varios municipios tienen nombre de santo católico y todos tienen una feria patronal, en los rincones más remotos podrá no haber agua, luz o electricidad, pero siempre habrá una iglesia católica y una evangélica, los gobernantes usan hasta el hastío, citas del texto sagrado para justificarse, promoverse o perpetuarse. Aunque viéndolo bien, me parece más que somos religiosos y dogmáticos, antes que creyentes y espirituales. Nos importa más la parte de la Biblia que habla sobre rígidos rituales, normas estrictas, incesto, machismo, violencia e intolerancia (entiéndase, el Antiguo Testamento); que el mensaje liberador y espiritual de un muchacho que fue humillado, linchado, vilipendiado y muerto, porque se atrevió a creer en un mundo distinto; uno donde todos fuéramos libres e iguales ante la ley, ante Dios y ante los hombres.

Todo mal en este paraíso desigual, que detrás de la fe esconde sus discursos de odio, intolerancia, racismo, miedo, aporofobia, corrupción, machismo y misoginia; peor aún es la parte de la iglesia que cobija, respalda, bendice y predica tal mensaje; hablo de esos pastores proclamando profetas a figuras políticas, a sacerdotes abriendo espacios para hombres y mujeres corruptas, al laicado que enseña su cruz en el pecho y se arrodilla, se persigna y habla de Dios, mientras en el día a día es un nefasto ser humano.

Hay quienes me van a decir que no, que la iglesia no es nada de lo anterior o que quién soy yo para estar diciendo tales cosas de una institución que aporta tanto a la vida de las personas; no se trata en realidad de quién soy, aunque ya les haya tratado de hablar varias veces sobre la fe y su papel en la política, las controversias de lo sagrado y un breve pincelazo a lo que ha resultado mi caminar espiritual. Pero esto no es venir hablar de mi mucha o escasa solvencia para abordar este tema, que poco importa si la tengo, es para que podamos hablar de una realidad que está ahí, que hablemos de ese cisma enorme que se da en la época de dictaduras militares en Latinoamérica y que solo no podemos seguir ignorando o pretendiendo que no existen. ¿Por qué? Porque hasta nuevo aviso (y salvo revolución masiva de la consciencia), este paraíso desigual nuestro, seguirá siendo un lugar donde la fe y la religión tienen un papel demasiado importante y también porque ya basta de estar aguantando la imposición y las necedades de grupos religiosos, que quieren dictaminar desde sus templos de lujo y la ignorancia citadina, cómo los guatemaltecos debemos vivir, ser, creer, amar y estar.

A modo de explicación, hay que remontarnos a la cruenta (sangrienta) época de dictaduras militares en Latinoamérica, esa donde USA nos trató como su patio trasero y fue ordenando todo de acuerdo a los intereses políticos y económicos que tenía, también hubo demasiada muerte y dolor en nuestros países; las masacres, torturas, ejecuciones y desapariciones forzadas, eran el pan de cada día en nuestra región y es ahí donde la iglesia se rompe, entre quienes están dispuestos a dar la vida por la defensa y liberación de los pobres, marginados y oprimidos de las sociedades latinoamericanas y aquellos que se replegaron a la comodidad de sus templos y costumbres, ciñéndose a los discursos perversos; haciéndose capellanes de los poderosos y guardianes de la supuesta ética y moral cristiana desde los lujos, comodidades y poder que su sumisión al poder de facto les otorgaba.

De estos, veamos a quienes se decidían por los pobres, entre todos ellos se halla una crítica fuerte contra las estructuras e ideologías, basadas en la pasión por la verdad, actitudes más humildades, una ternura y capacidad de asombro que brotan de la gratuidad de la fe, la austeridad y pobreza, para ser libres frente a los poderes, libertad para vivir una vida de entrega, alegría y creatividad evangélica, denuncia profética de la realidad, vidas sin privilegios o lujos, coherencia entre fe y vida, como también la esperanza puesta en los testigos, actores y constructores de un presente mejor. Entendían que el pobre, en su situación de explotación, discriminación, miseria y muerte, encuentra en la fe no sólo un consuelo, sino, ante todo, una fuerza para organizarse y luchar por salir de esta situación, que es contraria al plan de Dios; la vida espiritual y la iglesia no eran entonces espacios exclusivamente de encuentro y consuelo, también lo eran de aprendizaje, crítica, reconstrucción y fraternidad. Una iglesia de todos, para todos y por todos, sin distinciones de etnia, género, orientación sexual, clase social, ideología; una iglesia que en los años cruentos de represión y violencia, se volvió ápice de esperanza y que incomodó tanto al poder económico y político; la iglesia de Pedro Casaldaliga, Mons. Gerardi, Mons. Óscar Romero, Raúl Vera, Geraldine Céspedes y Ernesto Cardenal.

Teniendo ese modelo de iglesia tan humana y coherente:

  • ¿Qué es eso de afanarse con el aborto y la educación sexual para ensañarse con el PDH en plena crisis de salud y política?,
  • ¿Cuál es la gana de andar decidiendo sobre el cuerpo de las mujeres?,
  • ¿Por qué fregados les importa tanto quién ama a quién y quién se acuesta con quién? 

Si nos llamamos creyentes no deberíamos permitir eso, ni hacerle eco y mucho menos formar parte de discursos tan ambiguos (y arcaicos); está bien apostar por la vida, velar por el bienestar de las familias y procurar el buen vivir de todas las personas, pero no desde el odio, desde la intolerancia, desde el prejuicio religioso y la imperiosa necesidad de que la vida de las personas se amolde a los preceptos (y prejuicios) de cualquier texto sagrado.

Quizá, y solo quizá, podamos aprender a ver la fe como una herramienta para transformar la vida de las personas y no como una rígida escala para medir las acciones del otro.

A lo mejor y dejamos de aplaudir a sacerdotes que callan, que apañan, que forman parte de lo que está mal. A lo mejor y podemos hacer iglesias, pero iglesias de las otras, esas donde no hay AFI, mega templos, parafernalia y manipulación; una iglesia donde no haya sacerdotes dispuestos a ser capellanes del poder económico y político.

“No basta con ser creyente. Hay que ser creíble”
Pedro Casaldaliga

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