Gabriela Carrera / Corresponsal /

En la casa de los muertos siempre hay visitantes tristes, como sombras. Si en algún lugar desemboca todo es allí, en el cementerio. Después de allí, quién sabe qué pasa. Cementerio es el lugar en donde vivos y muertos nos damos cita, es el recordatorio de que todo en esta vida es polvo, que nosotros somos polvo.

Nunca he ido a un cementerio a comer fiambre el día de los muertos, es más, no tengo la costumbre de ir a los cementerios a visitar a los abuelitos. No sabría realmente llegar al nicho en donde están.  No me gusta porque el cementerio en donde están es gris. No es más que una cuestión de estética, con lo profundo que es la estética. El gris es un color que combina demasiado bien con la muerte y su concepción dolorosa, finita, trágica.  Además, es el cementerio que queda muy cerca de la casa en donde viví de pequeña y a donde fui muchas veces (creo que fui también a dar una vuelta en carro en mis desafortunadas primeras veces al volante).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El cementerio tiene su raíz en una palabra antigua, en el griego significa “lugar para dormir”. Desde la polis hasta la sociedad del hombre y la mujer del siglo XXI, las prácticas alrededor de los ritos de la muerte se han mantenido. Ya sea entierro bajo tierra, incineración, si se le pone un ángel llorón o una cruz de madera; luego se sacan los huesos y se meten en cajitas –y si antes los ponían entre las paredes y bajo las losas de las iglesias – hoy no sé muy bien a dónde iremos.

Desde hace un tiempo, sin embargo, que mientras voy en el carro veo los cementerios de las aldeas cerca de mi casa. Arriba de la Landívar misma, entre casas lujosas, hay un cementerio. Cada cuanto vemos que la comunidad lleva en hombros y entre cantos un féretro. Pero esos cementerios no son grises, no tienen un color determinado, es un cementerio de colores.

No es el blanco pulcro del Cementerio General de la Ciudad de Guatemala.

Ese cementerio itinerante (estuvo debajo de la Catedral, atrás de la catedral en donde hoy es el mercado central y en donde está actualmente el parque Gómez Carrillo; vamos huesos a pasear). No son los lujos de las grandes tumbas en miras de ser un Père La Chaise parisino. Bueno, eso en un sector del cementerio, porque después están los plebeyos, los que no se van para abajo sino más bien para arriba, en esos cuartitos de concreto que quieren llegar al cielo. A los que una vez más, se les niega el derecho a la tierra.

Son los colores de estos cementerios locales, que no tienen nada que ver con los actuales cementerios que andan vendiendo paraísos terrestres para los que ya pasaron a mejor vida.

Son cementerios ajustados, con pasillos muy pequeños, y los nichos pintados de muchos colores. Juan Pensamiento me comentó  por un tuitazo que el sabía que los colores dependían de si era un niño, una niña, un papá o una mamá, los abuelos. En todo caso, es un cementerio alegre, un cementerio mucho más humano, alejado de aquellos cementerios de película gringa de 31 de octubre. No, son cementerios honestos.

En un país en donde los cementerios se han vuelto clandestinos, y la muerte lejos tiene que ver con un imaginario natural, los cementerios de colores nos llaman a pensar la muerte desde otra perspectiva.  Los colores, como aquellos de los barriletes, son tal vez el verdadero medio de comunicación entre los muertos y los vivos. Los cementerios de colores se llevan nuestra voces que recuerdan las risas y las alegrías de los de algún día estuvieron con nosotros.

 

 

Sitios visitados: sitio 1, sitio 2 , sitio 3.

Fotografía de cementerio de colores – José Ramirez Romero:

Fotografía de cementerio general y buitres: Omar Arturo Carrera

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