Gabriela Carrera / Corresponsal /

Hoy el Centro Histórico de Guatemala ya no es el que fue.  Su cambio ha sido rápido y en muchos casos (o tal vez tenga que decir cuadras), drástico. Los espacios siempre son sensibles a las transformaciones y ellas llevan también nuevas maneras de relacionarnos como personas, como sociedad.

Hasta hace algunos años existían para los jóvenes de clase media de los últimos años de carrera  diversificada y universitarios, dos lugares para salir de noche. La parranda era en la zona 10, la Zona Viva, llena de discos, tragos preparados, tacones y música de moda; o en el Centro, un lugar bohemio, para muchos peligroso, mucho más barato, donde no se pagaba entrada y la música era el rock, el reggae o la trova (ver fotogalería de bares del Centro).

Hoy ni la Zona Viva es como la hemos descrito

y muchos que no pensaban poner un pie en el Centro de noche, lo hacen de buena gana.

El Centro está en el corazón de las buenas fiestas, de la música en vivo, de la noche de los viernes y los sábado.

Cuando el Centro dejó de ser lo que habíamos visto muchos

Si nos ponemos nostálgicos, sabemos cuáles fueron los momentos en los que el Centro comenzó a cambiar. La construcción del Amate y la reubicación de todas las ventas informales de la sexta avenida fue el primer paso. Se ampliaron las banquetas, se colocaron los jaguares, la estatua de Tasso, y se creyó que iba a aparecer en cualquier momento el Transmetro. La municipalidad invirtió mucho en ese rescate céntrico.

Y no pasó mucho tiempo para que llegara Saúl E. Méndez con una pasarela de modas.  Ese día lo recuerdo muy bien: la sexta avenida es el paso obligatorio de regreso a casa de muchos guatemaltecos que trabajan en comercios o en oficinas del Estado, y esa noche en la caminata diaria se encontraban con gente de clase alta, bien maquillada, elegante, que parecían que descubrían por primera vez  el Centro.  Las dependientes de ropa de maquila o de paca miraban a su alrededor; todos se reconocían, pensando dónde había estado esa gente que no se le miraba siempre.  ¿De quién se estaba rescatando el Centro?

El mapa nocturno de la zona 1 parecía seguir la línea de siempre: el Café Bar “100 puertas” y otros parecidos en el Pasaje Aycinena; el Granada en la zona 2, el Portalito y otros para jóvenes más inquietos como Tacos Tequila, el Bad Attitude y los bares metales; y los nuevos como el Gran Hotel o La Maga.  Pero llegó un nuevo concepto de bar: “Nuevo Objetivo Artístico” o más conocido como el N.O.A.  Aunque el “bar-de-moda” no era un concepto que se utilizaba entre los que iban al Centro, siempre se visitaba el nuevo lugar para tomarse una cerveza.  El N.O.A nacía porque “aquí todo es muy sectorizado, por lo que el objetivo de este espacio es fusionar distintos estilos”, comentaba en un nota de periódico el dueño.  Las primeras cosas que yo escuché de este lugar era precisamente que parecía un lugar de la zona 10 en plena doce calle: caro y fresa.

Sin embargo, la remodelación de la sexta y la aparición de lugares como el N.O.A y otros espacios culturales, hicieron atractiva la zona 1 para muchas personas acostumbradas a las discos. El Centro fue entonces, a primera vista, un espacio de encuentro entre jóvenes en una Guatemala dividida por el racismo y la discriminación económica.  A simple vista, eso sí.

Surgen nuevas dinámicas, nos seguimos relacionando a base de no ser el Otro

Sí es cierto que el Centro no es lo mismo, y como la gran cantidad de cambios, trae cosas buenas y otras malas.  Se puede caminar en la sexta mientras se ve a un grupo cantando, otros tocando un organillo, hay más cafés, hay un espacio público lindo.  Cuando cae el sol muchos jóvenes capitalinos nos dividimos en el Centro. Siguen existiendo quien tiene su espacio alrededor del hip-hop; están los de negro; están los que les gusta la música del momento; están los bohemios… y también están los jóvenes que no han cambiado de domicilio: están las jóvenes con falditas cortas, cuerpo envidiable, y miradas seductoras y cuadras más abajo, cerca de un parque se encuentran los que duermen sobre cartones.

Así la noche de la capital no esconde la injusticia y los abismos, la diversidad y la intolerancia.

Los bares abren sus puertas y comienzan a entrar los clientes. Desde hace más de dos años que el Pasaje Aycinena, por seguridad, cerró con una reja y no dejan entrar a menos que se le revise. “La seguridad”, dice Tin, “no ha sido cuestión de los bares nuevos, no creás”.  Tiene razón: desde hace mucho tiempo que muchos lugares han debido poner seguridad. Unos la ponen por seguridad del negocio, de los clientes, y otros por razones distintas.  Los chavos – porque también son muy jóvenes- que cuidan la puerta aceptan que no es un trabajo fácil: horarios de madrugada, lidiar con mujeres irrespetuosas o con bolos que pegan y se ponen brincones.

Una cuestión es la seguridad y otra cuando alguien que se pone en la puerta decide quien entra y quién no.

Ahí hace su entrada el “bouncer”.  Juan Pablo Ardón dice  que la figura del bouncer (aclaro que nada personal, porque yo he conocido algunos a los que les tomé cariño) es “sintomática de una sociedad que opta por dos caminos: lo elitista y lo paranoico”.  Nuestra sociedad encuentra más classy la blancura, la ropa de marca, el alto, el que va bien peinado y ve en lo opuesto, en lo que no está en un catálogo de perfumes, al que no es digno de tomarse una cerveza en un lugar.  El bouncer tiene complejo de San Pedro, manda a la gente para dentro o le dice gracias por participar. El dueño, a su vez, se cree un pequeño dios que ni siquiera se molesta en saber quién está en la puerta.

“El Milagro” de que la discriminación se vive con orgullo

“Bar  EL MILAGRO,  nuevo bar cultural ubicado en el Centro Histórico de la ciudad capital un lugar para poder ir a relajarte, compartir con tus amigos con las mejores bebidas preparadas y boquitas, acompañados de buena música y el mejor ambiente. Ven al Bar EL MILAGRO y siente la salvación!” es como presentan a un bar en el Centro.

Han sido varios los amigos a los que les han negado la entrada.  No buscan, en sí, tomarse una cerveza ahí, sino que buscan un lugar más en la zona 1 para poder platicar, escuchar un poco de música y vivir un viernes en la ciudad en donde todo puede pasar (te).  No es que quieran aparentar, más bien siguen teniendo la idea que el Centro es ese lugar en donde no importan las apariencias, en donde se puede convivir bastante bien aunque sean diferentes los géneros de música que nos gustan, que lo que se quiere es pasarla bien.

Dos casos fueron importantes. Por un lado Julio Serrano, poeta, escribió en su blog: “Últimamente me ha dado por conocer los nuevos bares que se han abierto en el centro, la experiencia ha sido bastante buena hasta que… parados los tres en la entrada de El Milagro, un pequeño, amenazante e intransigente bouncer puso su brazo entre la puerta y mi cuerpo, mientras miraba para otro lado diciendo “no pueden entrar”, a lo que le respondí que íbamos al concierto, y ahí sí, viéndome a los ojos, amenazante me dice “tengo un evento acá adentro y no pueden entrar”, me quedé unos instante aún en su mirada y fue que me di cuenta que aquella estupidez no era un chiste. Me di la vuelta bastante molesto para decirles a mis queridos que no podíamos entrar y que buscáramos otro lugar”.

Julio lo posteó el 4 de junio, y el 13 se tenía en ElPeriódico (edición física) la siguiente carta al lector : “El viernes 8 de junio fui al Bar El Milagro en la zona 1 para celebrar el cumpleaños de una amiga, quien había reservado un espacio. Al querer ingresar, el encargado de la entrada me negó el acceso argumentando que el giro del negocio era más formal a como yo iba vestido. Ese día iba vestido con pantalón de lona, camiseta y una camisa de botones a cuadros sobre la camiseta. Le sugerí que si eso era el caso yo me cerraría la camisa de botones y así me vería más “formal”. Al momento que dijo eso, pude ver que entraron tres personas que iban vestidas más casuales que mi persona, a quienes dejó ingresar sin objetarles la vestimenta. En ese momento me percaté que el verdadero motivo era que yo tengo “rastas” y por eso me negó el ingreso. Al cuestionárselo me ignoró. Lo irónico del caso es que dicho negocio, en su cuenta de Twitter, se describe como un bar “cultural” pero más parece que la cultura que promueven es la de la discriminación de las personas por su apariencia y de la división de la gente. Es realmente lamentable.”

Definitivamente lo que sucedió esas noches en el bar “El Milagro” no es una excepción, ni nada fuera de lo común. Pero en el Centro Histórico no era una práctica propia: eso también se importó de formas diferentes de salir de farra, eso pasaba en la zona 10. Era una de las razones por la que muchos no nos atraía la Zona Viva.  Es cierto que es un “bar privado abierto al público”, que se puede reservar el derecho de admisión (aunque en países europeos y ciudades del norte esto no es común, hace parte de su “desarrollo social”, de las cosas buenas, ojo), pero creo que bajo todo punto de vista no es aceptable que se niegue la entrada y el derecho al entretenimiento por la apariencia o por quién creo yo que sos. No lo creo.

No lo creo en un país en que el racismo, la discriminación, la pobreza ha sido justificación para ver de menos, para dar la espalda, es decir cuando ha sido razón de la indiferencia y de no reconocer al otro lo que yo mismo y misma soy. La tolerancia y el respeto se viven también y no dejan de practicarse en las noches.

¿Quién quiere un Centro abierto a las diferencias?

El Centro también es un proyecto urbanístico; se han vendido inmuebles y se han colocado cafés, comercios diferentes, tiendas… Pero ahora tenemos el chance de decir qué espacio público queremos. Podemos decidir uno que se abra a las diferencias, que marque una manera diferente de ser. Un espacio donde lo que nos separe no sea cuánto dinero se tiene y cómo lo muestro, o el estar orgulloso porque en mi  tarjeta de débito mi apellido delata mi origen extranjero (de muchas generaciones atrás…). Pero sí podemos construir un Centro que una por la música, por la buena vibra que puede tener, por el poder conocer gente que quiere hablar y que busca tener un momento de charla amena; un lugar donde el gusto al arte pueda unir diferentes concepciones del mundo.

Ahora las noches en el Centro Histórico están llenas de tacones, carros lujosos, chavos de buen vestir, niñas bien maquilladas y ropa pegadita.  Bienvenidos, les decimos aquellos que desde años nos dejamos llevar por el encanto inmortal del Centro. Ese mismo encanto que los trajo y que está en peligro: hay que defenderlo por el gusto de fiesta, de la alegría y de la buena música. Pero ante todo, por la conservación de un espacio que puede ser el kilómetro 0 del cambio de sociedad.

PD: No a los bares racistas, discriminadores, arrogantes, intolerantes. ¡Sí al Centro Histórico libre!

Fotografía obtenida en: http://www.elcentrohistorico.com/photo/pasaje-aycinena

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