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Axel Ovalle/ Opinión/

La entrada de hoy quiero dedicarla a aquellas personas que se han sentido amenazadas por prejuicios, burlas y diferentes formas de rechazo; a quienes han lastimado sin sutileza a su corazón ingenuo y a su alma íntegra. Para ustedes que, al igual que yo, han sufrido de Bullying.

Empezaré por decir que de niño, no era lo que se podía calificar socialmente como “agraciado”. Los cambios hormonales hicieron una jugarreta que desproporcionó mi aspecto físico. Problemas con la vista, sobre peso, marcas de acné, ropa heredada y holgada. Eso, más el uso de zapatos ortopédicos, gafas de botella, y que padecía de asma, impedían mi desempeño en los deportes o en las actividades extracurriculares y hacían de mi persona el centro de atención de cada espacio público. Siendo, al mismo tiempo, un retraído social.

No perdonaba mi apariencia y mucho menos la aceptaba.

Mi físico me pasó la factura de aceptar la soledad y aprender a ser “diferente”. Era como si mi apariencia fuese una carta de presentación a la que nadie quería acercarse a indagar el menú de talentos que tenía mi alma. Tanto mis compañeras como compañeros me rehuían, como si tuviese gérmenes en mi organismo o algún mal contagioso. Año tras año, grado tras grado, deje de vivir lo “bueno” de la infancia y la escuela; empecé a sobrevivir, ver de qué forma haría que el tiempo avanzara para terminar con el suplicio.

Lo primero que te aconsejan en caso de sufrir Bullying es denunciarlo con alguna autoridad de tu centro educativo o hablarlo con tus padres. Aunque, en mi caso, las maestras se mofaban de mis llantos excusando mi actitud como un instinto infantil por llamar la atención. Mis padres se excusaban diciendo que a todo que a todo niño o niña le toca sentir y vivir la inseguridad.

Recuerdo pensar en la clase de experimento que surcaron mis padres para haberme concebido tal como el Frankenstein de Mary Shelley. Era un patito feo al que la transformación de cisne le estaba costando más burlas que las que se retratan en el cuento. 

Ya que nadie parecía prestarme atención, recuerdo tomar mis propias medidas y, si muchas fueron drásticas, no tuve de otra que arriesgarme para conseguir salir de ese martirio.

Cambié muchos hábitos. Por ejemplo, ignorando las consecuencias de mi salud, dejé de comer. Aguantaba días sin consumir nada más que agua. Mis días se dividían en: aplicarme mascarillas caceras, tomar más de ocho vasos de agua, hacer una o más horas de caminatas. Llegué al punto de preocupar a las personas que me rodeaban cuando conseguí parecerme a un alfiler. Era delgado, el acné había disminuido y opté por cambiarme a lentes de contacto. Conseguí el cambio de look que quería; sin embargo, me sentía aún vacío.

Aún persistían las bromas. Aún estaba solo. Cambiar mi aspecto físico no fue la respuesta.

Conforme avanzaron los años, no fue que me enfrentara a golpes con el bullying, simplemente crecí y se fueron quedando atrás las personas que me hicieron daño, fui encerrando en un cajón de mi mente aquellos malos recuerdos; aquellas lágrimas derramadas en la almohada fueron lavadas.

Crecí, por lo que mis intereses cambiaron. Si de pequeño me preocupaba porque no me invitaban a jugar, de adolecente no quería que me vieran por mi apariencia, por lo que de joven ni me interesaban qué pensaban. ¿Así será la vida? ¿Debí de haber recibido ayuda? ¿Debí de haber enfrentado mis problemas y no huir con el paso del tiempo? Quizá no cerré los ciclos y no rompí esas cadenas que aún me atan a mi pasado y me impiden aligerar la carga.

El bullying es un acto maligno, que debería ser considerado un delito ya que el mismo acribilla la autoestima, acaba con los sueños e ilusiones de la infancia, causando traumas perennes. Sé que pueden decir que es algo que se debe superar con el tiempo, pero no es tan fácil hacerlo, luego de varios años, a mí, aún me cuesta salir de la habitación sin preocuparme por cómo me veo o el qué pensarán las personas de mis acciones.

Siempre trato de estar pendiente del futuro, vivir de la mano del presente y olvidar mi pasado. Olvidar aquel niño que buscaba ser aceptado a toda costa, que rezaba con encontrar a alguien que no se fijara en lo físico y que se aventurara a seguirlo al mundo de los sueños; sin embargo, ese pasado está latente, es una cicatriz en mi alma que se ha vuelto parte de quién soy yo ahora.

Si ustedes han hecho bullying, en sus manos está el cambiar la historia. El pedir una disculpa, el hacer sentir bienvenido al agredido. Si ustedes conocen a alguien que sufre de bullying, préstenle atención. Es alguien que tiene mucho sentimiento allanado, muchas preguntas, muchas percepciones de la vida.

El bullying causa cicatrices que por más maquillaje que se utilice siempre buscarán cómo visibilizarse.

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