presidente

Luis Arturo Palmieri / Opinión /

Mientras veo algunas fotografías tomadas el día en que culminó el conteo de votos de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de nuestro país, mis ojos se fijan principalmente en una de ellas, la del vencedor de las elecciones. Veo un rostro angustiado, cansado y consumido, hasta me atrevería a decir que lo que veo es desconcierto y trastorno.

Ahora me pongo a ver dos fotografías de otro personaje que actualmente es presidente. Una de ellas constituye el antes de su presidencia, y veo un candidato de semblante sereno y vigoroso, que refleja entusiasmo, visualización, optimismo y cierto nivel de sosiego. La otra fue tomada al final de su primer año presidencial y su rostro refleja abatimiento, presión, enfado y complicación (todo ello a pesar de que esta última fotografía la iluminan sus grandes dientes blancos que se muestran como consecuencia de una sonrisa evidentemente forzada).

Estas observaciones han generado una catarata de dudas y reflexiones que me gustaría compartir con todos ustedes, sobre todo con aquellos a quienes he escuchado decir que les gustaría algún día ser presidentes de Guatemala.

Permítanme entonces hacerles las siguientes preguntas: ¿De verdad queremos ser presidentes?, ¿están seguros de que desean tratar de realizar el trabajo más difícil del mundo?, ¿están seguros de que desean pasar cuatro años realmente duros desempeñando esa complicada labor cuando podrían tener un trabajo común y corriente?, ¿desean ser criticados todos y cada uno de los días –durante los cuatro años de su mandato- en los periódicos, en la radio, en las redes sociales y en la televisión?, ¿desean ser llamados ladrones –hayan o no robado un solo centavo-?, ¿de verdad quieren tener sobre sus hombros el peso de la esperanza de unas veinte millones de personas?, ¿En realidad quieren estar rodeados de personas que a ustedes no les caen bien pero que aún así los lambisconean solo por ser presidente de la República?, ¿es su deseo estar totalmente despojados de su privacidad?, ¿es su deseo no poder ir a tomar un café con algún amigo, como cualquier otro ciudadano normal lo puede hacer libremente?, ¿acaso quieren tener una fila india de ocho carros siguiéndolos cada vez que ustedes salen a la calle?

¿Acaso quieren que a diestra y siniestra les cuestionen cada una de las decisiones que toman?

Quisiera no tener más preguntas como las anteriores; sin embargo, por la magnitud de la decisión tan apresurada que algunos hacemos al afirmar que queremos ser presidentes, es necesario indagar un poco más. Entonces, pregunto también: ¿De verdad quieren tener un montón de falsos halagos únicamente porque son presidentes y no por ser ustedes mismos?, ¿vale la pena pasar la mayor parte de sus días estresados, presionados, cansados y abatidos cuando la realidad de su trabajo es que solo se resaltan las cosas que no salen bien?, ¿acaso no quieren ir al cumpleaños de su mejor amigo en algún bar porque al día siguiente sale la noticia de que el presidente estaba borracho con sus amigos tramando maldades políticas para el país?, ¿quieren sentir acaso la impotencia de ver la torre de libros que han acumulado durante veinte o treinta años sin poder tomar uno de ellos y leerlo tranquilamente?, ¿en serio quieren que les graben todas las conversaciones que tienen por teléfono?, ¿de verdad quieren que alguien les diga cómo vestirse, qué decir y a dónde ir?

Sobre todo: ¿Será que vale la pena que su familia haga grandes sacrificios como el que implica que el padre haga campaña política por cuatro u ocho años y luego tenga el trabajo más difícil del mundo durante cuatro años más?, ¿aguantarán sus hijos comentarios groseros que le hagan a su papá por desempeñar el trabajo que lleva el pan a la casa?, ¿aguantará su esposa no tener un cónyuge normal que pueda salir con ella tranquilamente al supermercado?, ¿se quieren perder partidos de fútbol de su hijo porque tienen que atender asuntos de urgencia nacional?, ¿se quieren perder la importante actuación de su hija porque tienen reunión de gabinete? ¿están dispuestos a perderse el aniversario de bodas con su esposa porque están fuera del país en una reunión que concertaron sus asesores con otro presidente sudamericano?, ¿es que no quieren ustedes poder pasar un bonito y relajado domingo con su familia?

¿Cuál es ese profundo y ardiente deseo que nos mueve para colocar sobre nuestros hombros este gran peso? Habiendo tantos trabajos más satisfactorios para realizar, ¿de verdad quieren escoger el de ser presidente?

Yo no sé ustedes, pero yo me detengo a releer lo que he escrito, veo las fotografías que motivaron esta reflexión y pienso: Guatemala está enferma, está grave; y es por ello que este país necesita a la cabeza del gobierno a alguien que guarde las excusas, alguien que olvide los sacrificios que hace, alguien que arremeta contra las fuerzas oscurantistas que hoy soterran esta nación. Sobre todo, lo que necesita este país es una persona que no se haga las preguntas que he formulado anteriormente. Porque este individuo asumirá el deber de salvar Guatemala sin cuestionarse si vale la pena o no, y se atendrá –algo así como lo dijo Árbenz al final de su famoso discurso de renuncia- a que un juicio histórico posterior sea el encargado de evaluar estas preguntas y determinar entonces si valió la pena o no. Guatemala merece que no nos detengamos a pensarlas.

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