Después de las primeras olas coyunturales de las que surgió JusticiaYa, comenzamos el proceso de entender nuestra identidad y nuestro rol en este particular momento de la historia. Nos sabíamos ingenuos, intuyendo que nuestra comodidad y falta de conocimiento de la realidad que muchos viven a diario nos requería aprender a escuchar y aprender de quienes nos antecedieron. El fuego cruzado de acusaciones nos empujaban a la oposición que las voces predominantes posicionaron muy bien para no cuestionar: buenos y malos, izquierda y derecha, ciudad y campo, guerrilleros y soldados. No lo queríamos aceptar. No lo podíamos aceptar.

Teníamos claro que era peligroso asumir posturas sin conocer –libre de los filtros del prejuicio– a quienes llevaban vidas enteras caminando por la senda de la búsqueda de justicia, en cualquiera de sus expresiones y dimensiones. También necesitábamos aprender con urgencia a organizarnos. Convencidos de que muchas de las respuestas que buscábamos estaban fuera de la ciudad y que la organización es más profunda en los territorios rurales que en el espacio urbano, decidimos crear la iniciativa Conocer para Tejer.

Esta iniciativa es el compromiso entre miembros de JusticiaYa de acercarnos como colectivo a otras experiencias de organización política y social en el país.

Buscamos reunirnos con quienes nos abran sus puertas para escuchar, conversar y reflexionar. Se trata de permitirnos ser interpelados por otras realidades, especialmente aquellas que en otras circunstancias difícilmente conoceríamos. Ha sido importante para tender puentes de intercambio con comunidades y organizaciones, comprender los desafíos inmediatos y las visiones de país. A lo interno de nuestra organización también ha sido positivo, fortaleciendo los vínculos de confianza y afecto entre miembros de JusticiaYa.

Cada dos meses, aproximadamente, dedicamos un fin de semana para realizar estos viajes. Algunos los hemos hecho por nuestra cuenta, mientras que otros han sido en compañía de más colectivos urbanos. Desde que comenzamos en 2016, hemos visitado organizaciones en Totonicapán, Sololá, Quetzaltenango, Izabal, Quiché, Chiquimula, Sacatepéquez, Suchitepéquez, Chimaltenango y Alta Verapaz. Algunas organizaciones tienen décadas y hasta siglos de existir, como los 48 Cantones de Totonicapán. Otras surgieron como nosotros en 2015. Cada encuentro ha estado marcado por la apertura y calidez de las organizaciones anfitrionas.

El proceso no ha sido un esfuerzo acartonado por encontrar puntos de convergencia e ignorar aquellos donde no logramos consensos. Al contrario, nos ha permitido entender por qué la corrupción – ese espacio de convergencia de muchos sectores – es apenas la espuma en el vaso, y que hace falta comprender que ésta viene de
un modelo político, económico y social que se basa en la exclusión sistemática de grandes mayorías, y con el solo interés de beneficiar a las élites de siempre.

Estas experiencias han representado verdaderas oportunidades para soltar ideas
preconcebidas y entender que la lucha anti corrupción es tan solo una de las mil cabezas del monstruo. Desde su centro nace la desigualdad económica, social y política con todos sus efectos. Una y otra vez nos hemos tropezado con los propios prejuicios, esos que inevitablemente absorbimos de nuestro entorno inmediato, de los libros de texto, de los medios de comunicación masiva y hasta de los maestros y nuestras familias.

Conocer para Tejer ha sido una iniciativa para aprender y, sobre todo, desaprender.

Comprendimos que esto es parte esencial de nuestra agenda: encontrarnos para entender y articular para construir. No hay punto de llegada, es decir, no hay un objetivo último y práctico en el proceso de articulación; es un proceso continuo de aprendizaje individual y colectivo.

Uno de los hitos de este proceso fue el Encuentro Cibaque que organizamos con TECHO en noviembre en Quetzaltenango. El cibaque es una fibra que surge del corazón del palo de tule y se utiliza para amarrar tamales. Así, en el encuentro de colectivos emergentes que realizamos quisimos entendernos como organizaciones enlazadas y que, a la vez, surgimos del corazón de algo vivo, de un ecosistema. El objetivo era generar un espacio de encuentro entre colectivos emergentes de todo el país para la consolidación de relaciones y puesta en común de visiones y acciones de transformación. En los tres días que duró la actividad, intercambiamos experiencias y desafíos, hablamos de ecosistemas, articulación e incidencia y compartimos propósitos, con el objetivo de afianzar esta incipiente red –principalmente de jóvenes–, donde compartimos la convicción de que la construcción de un mejor país no solo es necesaria, es urgente.

Hemos avanzado bastante y se han conformado algunos espacios clave de encuentro y articulación entre campo y ciudad.

Pero sería un error no reconocer que nuestro horizonte aún es limitado y que nuestros zapatos todavía no tienen suficiente tierra. Tenemos todavía cosas en nuestro barco que habremos de lanzar al mar y debates trascendentales qué sostener. Nos sabemos novatos y privilegiados. Y es por ello por lo que nuestra vocación consiste en escuchar para tejer lazos humanos con quienes caminan sin nada que perder, pero todo que ganar. Desde allí, estamos llamados a construir juntos nuevas lógicas de ver las cosas, una visión que atraviese paradigmas y nos permita transformar este país para que tenga sus cimientos en la verdad.

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