Mi novia Brenda y yo nos conocimos en la universidad gracias a unos amigos. Brenda es una mujer inteligente y cariñosa, le gusta platicar de todo con todos. Con el pasar de los días la relación mejoraba y éramos muy felices pero, me di cuenta que había un tema pendiente cuando platicábamos… Pensé que teníamos una muy buena comunicación pero estábamos muy lejos de ello.

Un día, Brenda y yo dábamos un paseo cuando la conversación giró entorno a los maltratos que sufrió por parte de su madre alcohólica, durante su niñez y adolescencia y, sobre la ayuda que había recibido en Al- Anón. No era nada nuevo para mí ya que había escuchado la historia antes pero esta vez algo me hizo pensar en mi propia madre, ella no bebía alcohol pero era abusiva y trataba de controlarme con palabras crueles y degradantes, con manipulación y victimización.

Le dije a mi novia que por lo menos ella podía explicar el maltrato de su madre porque sabía que se embriagaba, mientras que en mi caso mi mamá me maltrataba a pesar de que no bebiera, no entendía qué la motivaba a hacerlo. Los cambios en Brenda fue la razón por la que decidí a asistir a Al-Anón, yo quería entender por qué mi madre hacía lo que hacía, quería aceptar a mi mamá y aprender a vivir con ella. Al-Anón también era para hombres.

Sin estar consciente de lo que hacía empezamos a discutir con mi novia. Ella trató de compartir de nuevo sus vivencias y yo le dije: “sí, pero…” Una vez más intentó compartir y una vez más le dije: “sí, pero…” Siempre quería demostrarle que yo había sufrido más que ella. Seguimos caminando en silencio, ella ya no me mostraba más su sentir ni su dolor, se había roto el canal de comunicación. Yo había “ganado” en mi concurso imaginario de quién había tenido peores momentos.

De repente recordé que mi novia me había explicado una vez, que en ocasiones ella sólo necesitaba alguien que la escuchara. Ella no quería que la calmaran o que la hicieran sentir mejor o que le solucionaran la vida, sólo quería que la escucharan. Recordé que muchas veces he compartido experiencias en una reunión de grupo y lo bien que me hacía sentir, y cuán cicatrizante era que alguien nos escuchara y valorara lo que tenía que decir. Como un latigazo recordé que debía escuchar, no comparar. Lo que estaba haciendo era todo lo contrario, estaba mandándole un mensaje: sus vivencias no eran tan impactantes como lo que yo había vivido, la estaba invalidando sin querer hacerlo.

Hubo un momento de intranquilidad en mí, el pensamiento que saltaba era: ¿qué estoy haciendo?, ¿cómo puedo reparar esta situación?

Nuevamente me recordé de lo que estudiamos en Al-Anón, del valor de la humildad, lo importante de reconocer el daño causado y pedir perdón cuando es necesario; estos caminos son unas de las muchas herramientas que he aprendido a utilizar cuando los compañeros y compañeras comparten la manera en que aplican el programa en solución de sus problemas.

Abracé a mi novia y acepté su necesidad de ser escuchada; dejé a un lado mi necesidad de salvarla y resolverle su pasado. La escuché sin juicio ni critica alguna, la escuché todo el tiempo que ella necesitó.

Me di cuenta que en las reuniones de Al-Anón he aprendido a experimentar y a poner en práctica los instrumentos que transforman en puentes las barreras que obstaculizan la comunicación.

Ahora tengo un nuevo concepto de qué es escuchar de verdad: es ser sincero con los demás liberándome de mis propias actitudes.

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