dignidad

Edson Alvarado / Opinión /

Los días calmados de la época nos permiten tomar un momento para disfrutar la vida, imaginar cómo afrontaremos los días y años venideros, imaginar un futuro lleno de alegrías y oportunidades al ver el rostro de un recién nacido. En fin, nos permite soñar el futuro, no por ello excento de preocupaciones u obstáculos, pero que sabrá enfrentar alegrías y tristezas,  éxitos y fracasos del día a día. Disfrutamos de una vida que escapa a la cotidianidad y  la cual de vez en cuando valoramos. Y es que valoramos la vida cuando esta es de algún modo amenazada o puesta en riesgo.

Pero qué pasa con aquellas personas cuya vida es diariamente amenazada, o mejor dicho, aquellos a quienes se les ha arrebatado toda posibilidad de un porvenir, donde la muerte está siempre a su lado como una amenaza cotidiana. Me refiero a aquellas personas que perciben la vida como una lucha permanente contra una muerte omnipresente. Esta muerte siempre amenazante es materializada en la lucha perdida por saciar el hambre, por beber agua potable, la búsqueda de empleo digno, la explotación y la injusticia cotidiana, la desesperación ensordecedora y en general, la ausencia de esperanza por el futuro.

Todas estas formas de corroer la existencia hacen que su vida se asemeje a una muerte incompleta.

Estos individuos están condenados a una ausencia de vida, en muchos casos aún antes de nacer. Se les ha despojado de todo, hasta de su propia humanidad y por su puesto, su dignidad. Por ello no tienen nada que dar, y al no tener nada que aportar son socialmente invisibles. Están condenados a la invisibilidad y la deshumanización. En nuestro país viven aproximadamente 15 millones de personas, pero me pregunto, ¿cuántos en realidad viven y cuántos se encuentran en estado de muerte incompleta?.

Para aquellos que viven, la humanidad y la dignidad son dos valores prácticos que encontramos en el día a día, pero ello no signifca que una guerra, una catástrofe o una injusticia nos los puedan arrebatar en un segundo y en el momento menos esperado.

Por ello considero que quienes tenemos la dicha de vivir, debemos recordar que la vida se construye día a día, y esa vida envuelta en humanidad y dignidad debemos reconocerla y defenderla no solamente en nosotros, sino también en aquellos a quienes se las han arrebatado. La pregunta es, ¿qué tipo de sociedad queremos para nuestra vida?, una sociedad donde todos tengan alimento suficiente, donde sea posible dedicarnos a nuestra vocación bajo condiciones decentes, donde tengamos la tranquilidad de caminar por las calles sin preocupación o miedo. Debemos aspirar a una sociedad donde sus integrantes actúen bajo medios dignos para garantizar la vida digna a todos.

Y es que para que verdaderamente vivamos, la dignidad es lo primero que necesita el ser humano para realizar su propia humanidad, esa misma dignidad debe actuar como un principio ordenador general.

Por ello debemos rescatar el humanismo como valor que defiende incondicionalmente la vida y la dignidad humana, precisamente la vida humana digna.

Que prohíbe tratar al ser humano como una cosa, un mero instrumento de la voluntad de otro, o que le arrebate su humanidad y dignidad mediante una condena pseudo justificable. La dignidad humana debe constituir un criterio del obrar. Cualquier logro o motivo que nos haga sentir vivos tiene posibilidades de ser preservado solo si alcanzamos a defender la dignidad humana para todos, sobre todo la justicia social.

Imagen

Compartir