¿Cuántas veces no nos hemos enfrentado a esta disyuntiva, el saber qué es lo correcto, lo que más nos conviene para luego no arrepentirnos de nuestra decisión?. Yo la experimento cuando tengo que decidir entre usar un zapato azul o uno blanco que combine con mi camiseta de color azul con bordados de flores blancas. Seguramente mi decisión no alteraría mi imagen, pero hay cuestiones que por más sencillas que sean, hacen que nuestras neuronas se arranquen los pelos por no saber qué es lo que debemos elegir, creyendo que una de las opciones será todo un fracaso.
Quizás mi caso sea un ejemplo absurdo, solo me refiero a que en la vida siempre nos encontraremos en situaciones que nos harán tener que decidir. Es muy probable que varios se sientan, al igual que yo, atormentados en algún momento por alguna decisión a tomar: seguir en una relación o no, renunciar al trabajo, casarse, tener un hijo o irse de viaje.
Pero, ¿por qué nos cuesta tomar decisiones? Incluso, debido a una decisión que debía tomar, fue que escribí esta columna.
A mi parecer, y hablo en testimonio de las indecisiones que he atravesado, considero que la respuesta se haya en que tenemos cierto trauma a errar y al arrepentirnos después.
Quiero pensar que este trauma a errar o el arrepentirnos se debe a que desde muy pequeños se nos ha criado con una ideología de vida en la que las decisiones que tomemos serán las que nos conduzcan a un futuro certero, lleno de logros, riquezas y renombre. Por lo que una decisión “errada” nos llevará en declive hacia el fracaso.
Exponiéndolo de otra manera, es como el proverbio chino que dio origen a las investigaciones del matemático y meteorólogo Edward Lorenz, de una de las teorías físicas más cinematográficas : el efecto mariposa. «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Según este concepto vinculado a la Teoría del Caos, el aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York. En otra palabras, la idea central, es que todos nuestros actos y decisiones están conectados y las posibilidades de interrelación son impredecibles. Lo que hoy decidas serán las repercusiones del mañana.
Siento sonar exagerado, pero estoy siendo directo. Quizá la incertidumbre del mañana es lo que nos frena cuando nos topamos con una decisión. Tomar decisiones puede ser doloroso porque estamos renunciando a todo lo demás, y a veces esto ya no regresa –o así nos lo han dicho-. Vivimos en una sociedad enfrascada por un paradigma en el que hay decisiones buenas y decisiones malas. Las decisiones malas te llevarán directamente al fracaso y media vez te encuentres sumido en él, jamás serás capaz de levantarte de nuevo.
¡Demonios! ¿Cómo saber qué es lo correcto si no me aventuro a tomar el riesgo de ver hacia dónde me lleva mi decisión?
Nadie puede decirnos que es lo que más nos conviene, qué es lo que está vida tiene preparado para nosotros. No existe nadie con el súper poder de predecir lo que el destino tiene preparados para nosotros. Así que, no hay porque sentir miedo y debemos dejarnos llevar por la incertidumbre de que pase lo que pase llegaremos a algún lugar. ¡Hay que aventurarse!
No hay una decisión correcta, tal vez todas son correctas ya que están cargadas de enseñanzas. Tal vez todas las decisiones son el camino a un mundo de probabilidades y posibles realidades por lo que solo debemos concentrarnos en qué es lo que realmente queremos.
Si echo la vista atrás, tengo que decir que he aprendido una cosa de la vida, no existe eso de tomar buenas o malas decisiones, existe el tomar decisiones. Es igual que la vida, no existe eso que se llama llevar una vida normal o una vida no tan normal. Existe simplemente la vida. Lo que lo hace correcta o incorrecta, depende de si estás actuando, si estás viviendo. Me siento feliz de que yo sigo actuando y sigo adelante. No me arrepiento. Si tuviera que volver a hacerlo, volvería a hacerlo de nuevo.