Levi Mejía/ Colaboración para INTRAPAZ/
En este tiempo de mi vida, ya con una edad madura, recordando un poco el tiempo de ayer cuando la niñez nos sujetaba la mano, puedo recordar el grato y hermoso recuerdo de los abuelitos. Uno de mis recuerdos más fresco , es la forma en que se desvivían por cada uno de sus nietos, entregando mucha ternura y amor del bueno. Me gustaría imaginar, que a todos nos tocó vivir esa inigualable experiencia, la de ser consentidos por nuestros abuelos.
Algo curioso de ese bonito tiempo es que a un par de cuadras de donde viví y disfruté mi niñez, había un lugar muy especial, pero extraño a la vez. Era un lugar donde vivían muchos abuelitos y abuelitas, todos juntos. En ese momento, no lograba entender por qué había tantos ancianos en mismo lugar y sobre todo porqué es que no había ningún joven y mucho menos niño con ellos. Poco a poco fui entendiendo que aquello que nos llamaba la atención, era algo a lo que llamaban “Asilo de Ancianos”. En este bonito lugar ellos eran cuidados por monjitas, quienes dos veces por semana los sacaban al parque de la colonia en donde estaban un rato sentados platicando y caminando para luego regresar a su casa, el albergue.
En lo personal, siempre me gustaba ver a todos los viejitos en grupo. Pensaba que eran amigos de toda la vida y que habían tenido la suerte de crecer juntos hasta esa edad y que las pocas parejas que se miraban, habían tenido la suerte de permanecer juntos hasta que su cabello se volvió algodón. Pero esta forma de pensar se debía más al contacto que siempre tuve con mis abuelitos. No era un pensamiento ingenuo, era simplemente esa inocencia propia de la niñez.
Con el paso del tiempo fui comprendiendo muchas cosas en relación a esa casita tan especial para mí. Entendí que no todo era tan bonito como lo pensé. En mis primeras indagaciones, pude tener contacto con algunas de las personas encargadas de cuidar a los ancianos y recibí información muy desagradable acerca del porqué muchos de ellos estaban en ese lugar. La mayoría habían sido olvidados por sus propios familiares, llevados con engaños a lo que prometía ser una mejor vida, porque ya eran un estorbo. Para mí fue muy triste; tanto, que aún no logro entender cómo puede alguien actuar de esa manera con los viejitos de aquella casa en particular. “Cabecitas de Algodón”, se podía leer en la entrada.
Existen casos peores. Ancianos que deambulan por las calles, abandonados, sin ningún norte, que duermen en las calles o donde les agarre la noche, con frío, con lluvia, soportando sus enfermedades y adecuándose a ellas. O aquellas personas que viven la crueldad en la propia familia. ¿Cuántos abuelitos viven malos tratos y humillaciones por parte de sus propios hijos o nietos por no tenerles paciencia, porque ya se han vuelto muy necios o muy dependientes de alguien? Me he enterado de casos en los que los mismos familiares bañan con agua fría a los ancianos por no avisar que querían ir al baño o los castigan al no ponerles atención por un buen tiempo, porque hicieron algo “indebido”. Muchos de estos familiares sin escrúpulos, tienden a realizar otro acto despiadado que muchas veces se debe a la misma desesperación de no saber qué hacer con los ancianos.
Contratan a gente que “los cuide”, pero muchas veces éstas no son personas especializadas por lo que no se sabe qué clase de cuidados le puedan dar. Simplemente los dejan en manos de estas personas sin preocuparse por si les pegarán, los castigarán o si serán olvidados totalmente en alguna esquina de la casa.
No es justo que esto esté pasando aún y que no se mire ni un cambio a favor de estas personas que en algún momento de sus vidas nos brindaron lo mejor de ellos: trabajo, salud, dinero, estabilidad, entre tantas cosas más.No cabe duda que muchas de las personas que hacen este tipo de injusticia en contra de esta gente de avanzada edad, no logran entender que en algún momento de la vida también llegarán a esa edad. Y creo que en la vida, todos predicamos con el ejemplo. No es posible actuar con tanta maldad con aquella gente que nos dio la vida o que nos dio su apoyo en nuestro crecimiento.
Como cita el conocido dicho “agrado quiere agrado”, el cual podemos traducir a “amor quiere amor”, devolverles a estas personas algo de todo lo que hicieron por nosotros no es un favor, sino que es un deber y debería ser un gusto también, sin olvidar jamás, que algún día la niñez y la juventud nos sueltan la mano y entonces estaremos sujetos a lo que se nos pueda brindar siendo dependientes de aquellos a los que alguna vez volvimos adultos.