Daniela Archila/
La primera parte puedes leerla aquí
Mariana ya creció, tiene 24 años y está recostada en los barandales de su balcón, vive sola. A todo volumen, suena una canción de Enrique Bunbury mientras se fuma el cigarro de todos los días.
Ella sabe que ese artista es el favorito de su fantasma más llorado, esa alma que es solo un demonio más que no la deja en paz. Mariana no se despide porque saben que ella nunca se queda.
Mariana se arregla y engaña a la rutina con sus aventuras, mientras en la mitad de la noche escribe poemas para ese amor que conoce pero no tiene, porque el dolor no la ha dejado ser valiente.
Mariana siempre está en silencio porque nunca ha logrado escapar del ruido que le retumba en los oídos el abandono. Porque todos se van, como personajes de telenovela se marchan y ella, en silencio, nunca los deja de querer.
Le teme al abandono, los que se van solo son demonios rondando en su cabeza y se le cuelan en el alma para entrar en su corazón donde ella los acobija. Nadie entiende lo que esconde, nadie entiende que no está completa, que hasta la suerte le faltó.
A Mariana la llaman de mil maneras menos por su nombre, su reputación le ha borrado el nombre. Mariana baila con dolor mientras suda por tristeza y ríe en llanto. Observa el infinito cuando cierra los ojos.
Mariana es una herida abierta. Mariana no cree en nada, ella dice que te quiere cuando ya te ha olvidado. Mariana sigue triste. Mariana sigue llorando, sigue esperando su regreso.
Mariana sigue durmiendo abrazada al viejo y gastado Cuelga Corbatas.