Pablo Jiménez/
Recuerdo la primera vez que escuché a uno de mis mejores amigos contarme cómo él fue abusado sexualmente por un familiar cercano. Me sorprendió de que alguien tan similar a mi, le pudiera haber pasado en su niñez algo como eso. A medida que salí de la burbuja en la cual viví en Guatemala y empecé a ver cómo las vidas de otras personas eran diferentes a la mía, me di cuenta de lo predominante que es el abuso sexual en la vida de muchas personas.
Comprendí que esta problemática iba más allá de las barreras del status social, religioso, étnico y cultural.
A través de los años empecé a tener oportunidades para viajar. A los 23 años me fui a vivir a San José, Costa Rica y de vez en cuando regresaba a Guatemala para visitar a la familia o iba a diferentes países de Latinoamérica para hacer proyectos de fotografía y ayudar a diferentes organizaciones sin fines de lucro. Tuve la oportunidad de estar en “la Churueca” en Managua, Nicaragua documentando la vida de personas que viven en el basurero, en las Amazonas Ecuatorianas viviendo con una tribu indígena y también en diferentes lugares de Guatemala y Panamá. Durante de uno esos viajes en Nicaragua, mientras trabajaba en un proyecto en el cual le estaba enseñando a niños que viven en extrema pobreza sobre fotografía, una amiga me empezó a contar acerca de rumores de que había prostitución infantil en la frontera de Costa Rica y Nicaragua, y me invitó a acompañarla porque ella quería empezar algo para ver cómo ayudaba. Nunca me imaginé la manera que me iba a afectar el conocer a un muchacho de 17 años que se estuvo prostituyendo desde los 12, y luego el conocer la cantidad de víctimas de trata y tráfico de personas.
De la misma manera en la cual me sorprendí que uno de mis mejores amigos haya sido abusado sexualmente de niño, también me sorprendió el que existiera un comercio basado en la explotación sexual de menores.
Junto a cuatro amigos, el conocer a víctimas de explotación sexual comercial, nos inspiró a viajar desde Panamá hasta Costa Rica haciendo un documental acerca de la trata y tráfico de personas llamado “De Alas Rotas“. Durante este viaje tuvimos la oportunidad de conocer a víctimas de de esta problemática social y también a personas que luchan en contra de ella.
Fue frustrante el ver lo predominante que es el abuso sexual en las víctimas de trata de personas. En cada país, cuando íbamos a las calles a hacer entrevistas a las prostitutas y trasvestis acerca de cómo ellas llegaron a prostituirse, la mayoría nos contaban una historia similar de cómo fueron abusados de pequeños por un tío, un padrastro, un vecino, etcétera. Las historias de personas donde los mismos familiares fueron quienes los obligaron a prostituirse, fueron aún más impactantes.
Mientras mas víctimas conocíamos, más nos dábamos cuenta de la importancia de una familia unida y sana. Aprendí a valorar el trabajo que mis papás y familia realizaron al cuidarme y protegerme, y entendí lo privilegiado que soy. También entendí que para que una sociedad sea saludable, las familias tienen que estar sanas.
El ver la apatía e ignorancia de muchas personas en Centroamércia fue algo difícil con lo cual lidiar. Me costaba creer que había personas que están siendo abusadas diariamente, mientras que otras personas viven su vida sin ninguna idea de lo que pasa a su alrededor o sin importarles el sufrimiento ajeno. La decisión de hacer un documental vino con la creencia que si las personas llegan a conocer acerca del tráfico y trata de personas, se esperara que hagan algo al respecto. Tristemente en Centroamérica y especialmente en Guatemala estamos tan acostumbrados a la violencia, que una historia más de un desconocido sobre abuso sexual comercial ya no conmueve tanto a las personas.
De la misma manera en que llegué a conocer a personas abusadas sexualmente y víctimas de tráfico y trata de personas, también he podido ver el proceso de restauración por el cual muchas de estas han pasado.
Fue sorprendente para mí, el conocer a niñas de cinco, seis y siete años que habían sido rescatadas de diferentes burdeles y verlas jugar y disfrutar de la vida como niñas normales.
Existe esperanza para la ignorancia, la apatía, el abuso y la violencia que los centroamericanos vivimos diariamente, solo debemos hacer nuestra parte y estar dispuestos a sacrificarnos y ayudar aún a personas con quienes no tenemos alguna obligación de ayudar. El ver a estas niñas me dio la esperanza de que en la misma manera en que ellas pudieron ser rescatadas y restauradas, también nuestra sociedad puede ser restaurada.