Antonio Flores / Opinión /
Para el guatemalteco, se considera una profesión digna si esta va acompañada de un título y es bien remunerada; porque esa es la razón para estudiar, terminar el diversificado y estudiar algo en la universidad. No importa si quieren aprender, disfrutar y hacer cosas fuera de lo común, eso no les va dar trabajo, eso no sirve si no les pagan, eso no les va llevar a ningún lado; tienen que ver una carrera que luego les permita tener un trabajo que pague lo suficiente para comprar cosas que no necesiten, con dinero que podrían usar en algo más, para llenar estándares estúpidos de la sociedad. Y mientras eso llega, a nadie le importa si están estudiando algo que no les gusta, si su papá decidió su carrera de la universidad o si ya están aburridos de que no tenga sentido tanto sacrificio; aprétenla, aguántense y echen punta porque esa carrera que tanto odian, por la que sufren, es lo que les va a dar de comer más adelante, la que los va a frustrar, la que les va a aburrir y va a sostener a su familia. Llegarán a un punto donde mirarán atrás y podrán ver todos los sueños, metas e ilusiones que se quedaron en el camino por un trabajo estable.
¿Qué me hace pensar de esta forma? La creciente ola de burlas, desaprobación y berrinches que desató la publicación de los salarios del congreso y que muchas personas sintieran que un “simple conserje” no merecía ganar más que ellos por estar estudiando.
Entiéndase que no quiero ni busco defender semejante lavado de dinero que se lleva a cabo en nuestras narices, lo que busco es algo más simple, tiene mucho o poco que ver con la falta de amor por lo que se hace y el menosprecio a las profesiones sencillas de nuestra sociedad. Para muchas personas, estudiar es sinónimo de superación, de oportunidades, contactos, un mejor trabajo y un círculo social más “exclusivo”; muy pocas personas ven en el estudio la habilidad para superarse, desprogramarse, cuestionar, buscar, discernir y comprender el mundo que les rodea. Porque según entiendo, estudiar los coloca a ellos un peldaño arriba en la pirámide social tan marcada en nuestro país. ¿Cómo se puede comparar largas jornadas de clase, lectura y estudio con un trabajo de sol a sol limpiando el desastre de las demás personas? Si alguno de ustedes sabe cómo, le agradecería mucho me explique (con dibujos y señales si fuera necesario) porque una persona es más que otra de acuerdo a su oficio.
Los chispazos de unión y fraternidad que se dieron en la plaza se están apagando lentamente, nos estamos durmiendo de nuevo, nos separan los crímenes de guerra, la religión, los equipos de futbol y ahora esto. Nuestros niños siguen con frío en las calles, nuestros ancianos continúan muriendo de soledad, los enfermos sufren la falta de insumos; mientras esperamos que una semana después de haber asumido en el cargo para el cual fueron electos, las autoridades hagan milagros.
¿Qué milagros puede hacer el Ministerio de Educación, si en nuestro país no se valora el aprendizaje? Prueba de ellos son los míseros sueldos que perciben nuestros maestros que trabajan sin descanso por los niños y jóvenes, la escasa distribución presupuestaria a esta cartera, una mísera inversión en recursos educativos y una infraestructura inservible. ¿Qué pueden darnos si no pedimos? Admiramos más a 11 hombres pateadando un balón durante 90 minutos, que a un hombre o una mujer que trabajan de lunes a viernes en las aulas de nuestras escuelas; nuestros maestros y maestras, constructores de sueños y forjadores de ideales son considerados tan innecesarios como imprescindibles. Se piensa que exigir a sus alumnos es abusar de ellos, corregirlos es violentar sus derechos y pedir que les paguen es “falta de vocación”
¿En qué parte de la pirámide estoy si soy el que ensucia y no limpia? ¿Hasta arriba?
Probablemente desde un lugar donde esperaría poder hacer lo que me venga en gana, total no soy yo quien limpia luego. Para algo está el conserje, total barrer, trapear, pasar un trapo y sacar la basura no requiere ciencia, técnicas especiales o estudios avanzados; aunque no tenemos idea de lo importante que resulta para nuestra sociedad y diario vivir una figura que haga su trabajo, que recoja lo que tiramos, enmiende lo que se rompe y se aguante lo que le digo para pagarle. Cuantos conserjes hay, que han dado su vida en silencio para limpiar por las tardes los colegios, por las noches cuando todos se han ido de la oficina o de madrugada antes de que cualquiera llegue. Cuántas mujeres que ayudan en el hogar, que son mejor conocidas como “muchachas” están sufriendo en este momento por la opresión, desprecio y necedades de sus patronos. ¿Cuándo les diremos gracias por hacer lo que no hacemos nosotros por simple pereza? En un futuro lejano quizá, pues esta sociedad guatemalteca nos enseña sobre relaciones verticales, a quienes ver hacia arriba y como ver a los de abajo. Quizá algún día entenderemos que hay honor en un hombre o mujer que dedican su vida a limpiar lo que ensuciamos, que ellos también son humanos, que como cualquier otro no pagan sus cuentas con un “gracias” o “Dios lo bendiga”.
Claro que indigna un sueldo exorbitante, teniendo un estado colapsado, hospitales desabastecidos, policías sin fondos y gente muriendo de hambre, pero no podemos condenar a tantos pequeños oficios como el conserje, solo por las jugadas sucias de un Congreso. ¿Cuántos hombres y mujeres no conocen ustedes que nos faciliten la vida? Conserjes, mucamas, amas de llaves, jardineros, herreros, carpinteros, mecánicos, costureras, cocineros, lavaplatos, choferes, mensajeros y demás.
¿Qué sería del mundo moderno sin muchos de ellos? A lo mejor y un chiquero de gente “estudiada” que se esforzó demasiado estudiando como para hacerse cargo de lo que ensucia.
Burlarse y hacer de menos su carrera al compararla con el sueldo de un conserje del Congreso solo demuestra que están haciendo lo que hacen por dinero, no hay pasión por lo que estudian, no existe amor por lo que hacen y la vida no tiene sentido si no ganan todo el dinero que un cartón con su nombre y grado académico los debería hacer ganar. Apreciemos todas las pequeñas cosas, los oficios humildes, las profesiones sencillas, los grados académicos altos o bajos y entendamos que cada uno de nosotros, haciendo bien su trabajo, amando lo que hace y haciendo lo que ama, aprendiendo y cuestionando, construimos la Guatemala que soñamos. Lo que nos falta eso sí, es estar vigilantes y exigirle a todos aquellos que no aportan, que solo destruyen y detienen nuestro caminar.