Julio Valdéz

¿Qué puede tener una mujer clase media urbana en común con una mujer pobre rural? Además de la condición biológica y la relación con el sistema de poder patriarcal que no solamente somete a la mujer por su condición sino que deshumaniza al mismo hombre (lo hace negar una naturaleza trascendente), en realidad hay muchas diferencias que tienen que ver desde las mismas estrategias de sobrevivencia y reproducción hasta la forma como se concibe la realidad social. A pesar de que los llamados movimientos de mujeres plantean la homogeneidad conceptual de “la mujer”, en realidad es una construcción discursiva que poco puede servir para analizar una situación por demás compleja.

Las próximas elecciones en Guatemala, a guisa de ejemplo, presentarán una situación históricamente diferente. Existe una elevada cantidad de mujeres optando por cargos administrativos en el poder ejecutivo, legislativo y judicial. Sin embargo, pareciera ser que no todas estas profesionales pueden asumirse como “abanderadas de la causa de la mujer”. De hecho, muchas de ellas muestran tendencias políticas conservadoras que objetarían algunos puntos del programa de las organizaciones de mujeres, a pesar de que en la teoría dichas candidatas asuman su identidad de mujer en su manifestación política. Sandra Torres Casanova (¿de Colom?) anuncia su candidatura el 8 de marzo, Rossana Baldetti denuncia el manipuleo político de las mujeres beneficiarias de las remesas condicionadas, Nineth Montenegro lucha por el resarcimiento para las víctimas del conflicto armado (en gran parte mujeres) y Zury Ríos defiende a capa y espada el tema de la salud reproductiva y el amparo de la ley para las mujeres en proceso de divorcio. Lo común en todos los casos son los elementos discursivos innegablemente a favor del programa político de las organizaciones de mujeres, no en forma genérica a favor de las mujeres porque esto responde a una generalización poco aplicable para analizar lo diverso del mundo femenino.

En efecto, hay más participación política de mujeres ahora (no suficiente aún), pero la duda sigue siendo ¿cómo?. Esta pregunta surge a partir de los resultados de un experimento social que se desarrolló en México DF en la década pasada, donde era de amplio conocimiento la tendencia de la policía de tránsito, en su mayoría hombres, hacia la corrupción, multas discrecionales y cobros en plena vía pública, a tal grado que algunos policías más que cobrar sueldos pagaban a mandos medios y altos por mantener esos puestos que les dejaban ganancias. Algunos funcionarios llegaron a la conclusión de que si hubieran más mujeres los niveles de corrupción disminuirían, basándose en el “carácter femenino” y otros elementos conductuales del corrupto como del corruptor, y en efecto se llevó a cabo el cambio de muchos agentes, y fue notable el incremento de mujeres dirigiendo el tránsito y velando por el cumplimiento de las leyes relacionadas. En efecto los niveles de corrupción bajaron, por un momento. Luego de que las nuevas agentes notan que el sistema de pago de multas y la cultura de la impunidad eran mucho más pesado que la diferencia genérica, se comenzaron a dar casos de corrupción en las nuevas agentes. ¿Qué cambio además de la participación de las mujeres en el ámbito público? La corrupción se volvió más integral; caso similar se produce en los últimos años con el incremento de la participación de mujeres en actos delictivos, incluso se ha producido la detención de jóvenes dedicadas al sicariato, y aún cuando las historias de vida siguen mostrando elementos profundos de desigualdad y marginalidad, el elemento común sigue siendo el sistema general de impunidad que facilita el crimen y las estrategias de sobrevivencia para algunas mujeres, que con sus dificultades propias, optan por la delincuencia.

Grotesca puede ser la comparación, pero en el mundo político es el contexto el que forma a los individuos y no tanto los individuos terminan por cambiar el sistema. El principio propagandístico de que a mayor cantidad de mujeres o mayor cantidad de indígenas mejor calidad de democracia no es tan cierto en tanto el sistema siga funcionando como lo ha hecho hasta el día de hoy. Lo que nos encontramos son parámetros de mayor diversidad de género y etnia en la corrupción, que va más allá de lo patriarcal de las relaciones, no asumiendo la figura del “hombre” como la antítesis política de la “mujer” como el paradigma político reinvindicativo por una sociedad más inclusiva.

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