Katherine Rivera / Opinión

La humildad es la única verdadera sabiduría que nos prepara para todos los posibles cambios de la vida”.-George Arliss.

En definitiva, cuando vivimos en una burbuja, es fácil perder de vista otras realidades, pero también estamos al borde de que en cualquier momento explote. Y tal vez justamente eso es lo que necesitamos.

Me considero afortunada, tuve la dicha de que mi papá me apoyara con los gastos de la universidad, conseguí una beca muy buena, nunca me faltó transporte para asistir a mis clases; siempre tenía comida suficiente, contaba con computadora e internet en mi casa. En pocas palabras, tenía todo lo que necesitaba. Como dije anteriormente, vivía en una burbuja.

En este momento, me encuentro en una etapa muy importante de mi carrera, estoy a unos cuantos meses de graduarme como licenciada en Ciencias de la Comunicación y como parte del proceso, estoy realizando mis prácticas supervisadas en un canal hispano muy reconocido en Estados Unidos. Es como un sueño hecho realidad.

Es así, como doy inicio esta aventura de las prácticas universitarias en otro país.

Sin embargo, sabía que los gastos serían fuertes y siempre he anhelado el día en el que pueda darle a mis papás en lugar de pedirles, por eso mismo decidí trabajar los fines de semana en un restaurante. Tal vez no para darles, porque no ganaría mucho, pero con el fin de no quitarles y no generarles un gasto mayor. Es así que, por primera vez, tomé un trabajo como mesera, lava platos y cocinera de  pizzas. 

El primer día estaba emocionada, tal vez porque jamás había hecho ese trabajo. Con todo el entusiasmo, empiezo a levantar los platos, limpiar las mesas y quitar los restos de comida. Sin embargo, mi entusiasmo se acabó después de seis horas. Me dolían demasiado los pies y no paraban de entrar personas.  Pero aún me faltaban seis horas más y una torre de platos sucios (cabe mencionar que odio lavar platos). Al llevar casi dos horas sin parar, empapada de pies a cabeza, tocando las toneladas de restos de comida húmeda y el olor insoportable a grasa, lo único que me motivaba era que al final de las semanas mi esfuerzo sería remunerado económicamente.

Ese mismo día conocí a dos chicas, son hermanas, una tiene 19 años, la otra 21 y son guatemaltecas. Entablamos una conversación y me contaron que son de Quiché. Tienen tres años trabajando en ese lugar, el mismo donde estoy ahora yo. Ambas son estudiantes y entran a la escuela por la mañana y en la tarde, a solo treinta minutos de la hora de salida de su escuela, deben estar en el restaurante para iniciar sus labores que terminan a las 11:30 de la noche.

No lo podía creer. Yo con solo los fines de semana, me estaba muriendo lentamente y no entendía cómo ellas podían hacerlo todos los días.

Al final, comprendí que como a mi, lo que hacían no era porque les gustara o apasionara, era la necesidad la que las obligaba a hacerlo. Me di cuenta que Estados Unidos no es un país que te regalen nada como muchos piensan, que cada dólar es difícil de ganar y no precisamente se gana en trabajos elegantes (así que si te mandan remesas o regalitos, valorálos), que como en todos los países, el que no trabaja no come. 

Esta experiencia me ha llevado a ganar algo en la vida más que dinero, rompí mi burbuja, comprendí que si quieres algo debes dar todo de ti, que una persona no es más o menos valiosa según su trabajo. Soy mesera y lava platos, pero soy la misma que esta a punto de graduarse de la universidad. Comprendí que la amabilidad debe ser la esencia de toda relación humana, tanto del que sirve, como el que recibe. No cuesta nada tirar tu basura al terminar de comer o decir “gracias” cuando los retiran por ti. Creéme lo que pagaste no justifica tu falta de amabilidad.

En este país, hay tanta diversidad como la hay en Guatemala, el color de piel, el estatus económico o grado académico. Pero en calidad de humano, todos somos iguales.  Después de esta vivencia, puedo decir que la humildad es un valor tan importante, pero tan escaso en nuestras sociedades.

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