Diego Secaira/ Opinión/
Al parecer seguimos sin comprender la democracia.
El tema de la depuración es uno de los que más ha resonado desde las protestas del 2015. La población exige depurar casi todas las instituciones pero principalmente el Congreso de la República. Esto me parece un tanto ilógico, o bastante lógico si no se comprende la democracia o si en efecto se es anti democrático.
¿Por qué depurar? o ¿cómo y para qué hacerlo?; estas parecen ser las preguntas que los que apoyan la depuración no se preguntan. Quisiera dejar un punto bastante claro. No deseo defender a los actuales legisladores que ejercen en el Congreso, tanto sus prácticas como sus políticas son deplorables. Esto está claro. En lo que difiero es en lo que se debe hacer y los elementos que se deben tomar en cuenta. Recordemos que un legislador fue electo popularmente (estoy consciente que seguramente por medio de un partido corrupto) por lo que no podemos simplemente querer eliminar. Desear depurar después de las elecciones me parece lo más difícil de comprender.
En primer lugar, ¿qué significa querer depurar? En términos simples significa reemplazar a la persona por otra que suponemos será más capaz y con mejores valores.
Esto suena bastante deseable y lógico. Ahora, ¿cómo hacerlo?; es acá donde se complica. Un legislador, como ya mencioné, es electo mediante el voto popular, lo cual le otorga legitimidad. Si quisiéramos reemplazarlo por otro más legítimo tendríamos dos opciones. La primera sería que renuncie, lo cual probablemente no sería satisfactorio ya que tomaría posesión el siguiente en la lista del mismo partido y tenemos el problema que nuestro Congreso lo conforma cerca de dos centenas de diputados (la depuración como se plantea abarca a la totalidad de los diputados). La segunda sería que se convoquen de nuevo a elecciones, las cuales acaban de ser, lo que haría que el sentido de estas también se pierda. Estas dos opciones son las únicas viables en democracia y bajo el marco legal vigente.
¿Entonces cómo depuramos? El problema no está en encontrar una forma de purificar, el problema está en querer limpiar por que sí. Nuestra oportunidad de cambiar el Congreso acaba de ser, las elecciones del año pasado. La purificación o más deseable aún, el cambio pacífico de élite política, es mediante las elecciones. La depuración es en sí misma antidemocrática.
Parece ser que queremos más democracia (mejores partidos, instituciones, contralorías y atención a derechos básicos), pero al mismo tiempo la apuñalamos cada vez que no nos gusta algo. Otra vez, las elecciones fueron hace unos meses y aún después de tanta manifestación votamos de la misma manera. La democracia exige una ciudadanía que la comprenda y se apropie de ella. Si no nos gusta un presidente o un diputado debemos ir más allá de exigir su renuncia o depuración. La democracia son elecciones, son partidos políticos, son procesos que no se rompen, es estado de derecho, son garantías ciudadanas, son negociaciones, es consenso y es, sobre todo, una ciudadanía activa que aprende a votar y se organiza para insertar sus demandas.
Nos hace falta mucho por recorrer, necesitamos madurar políticamente y dejar las acciones reaccionarias. Es bastante más sencillo dedicarle uno o dos sábados a la “democracia” que comprometerme con un proyecto político y militar dentro de él.
Lo que necesitamos son instituciones fuertes.
Partidos políticos que dejen de ser máquinas electorales, un MP autónomo (creo que todos hemos visto los resultados de un MP fortalecido), una contraloría fortalecida, un TSE competente y la separación real de los poderes del estado. No necesitamos más renuncias, si queremos un cambio real debemos ser capaces de establecer procesos que garanticen transparencia e instituciones que las respalden.
Preguntémonos: ¿Qué hubiera sido de las manifestaciones sin la CICIG? ¿La plaza hubiera juzgado a Baldetti? ¿Con tambores le quitamos las fincas a Otto Pérez Molina? La plaza otorga o quita legitimidad pero las instituciones son las determinantes en el proceso. No deseo desmotivar a las personas de la plaza, deseo únicamente que comprendamos el juego político dentro de la democracia para poder hacer efectivos los cambios que queremos.