Antonio Flores / Opinión /
Llega la noche y por algunos momentos la calma llega a este ajetreado lugar, afuera se oyen algunos carros, camiones y motocicletas que se mueven al compás de la ciudad. Las luces toman su lugar en la oscuridad y desde mi ventana puedo ver la cotidianidad y la rutina de todo lo que sucede en los alrededores; ventas de comida, cuidadores de carros, niños que regresan a casa de la escuela, bares con música estridente, sirenas de ambulancias. Es igual todos los días o eso parece desde aquí, es rara la ocasión en la que algo diferente sucede, ya no cuento los días que llevo aquí, es demasiado tiempo esperando, soportando y a veces, llorando en silencio; ha pasado demasiado desde la ultima vez que fui a trabajar, que tomé una gaseosa con mis amigos, ya casi no recuerdo como sabe la comida de mi madre.
Varios son mis compañeros de al lado, de piso, de servicio a lo largo de mi estadía; algunos salieron con el alta medica, a otros los cambiaron de servicio y están los que se fueron sin decir adiós.
Don Bence* estaba aquí cuando llegué, las canas sobresalían en su rostro tan jovial y sonriente; me recibió de forma cordial, amena y educada, con una sonrisa sin dientes (de las que da ternura) y un dulce sobre mi almohada. En mi dolor, no sabía como corresponder a tal gesto. Se despierta antes que todos y es el último en acostarse en el servicio, anda de arriba para abajo, buscando con quien platicar, jugar una partida de ajedrez o compartir las noticias de la prensa. No entiendo como alguien tan activo y ocupado puede estar en un lugar como este, o bueno, lo entendí cuando una de las enfermeras me explicó: “A él lo trajeron para un transplante de riñón, su función renal es buena, pero disminuye con el paso del tiempo; aún espera donante, pero su familia se cansó de esperar y lo abandonó aquí a su suerte”. Él no dice mucho sobre porqué está en este lugar, ni cuanto más le tocará esperar, solo trata de que su estadía y la nuestra, sea menos tortuosa de lo que parece.
Joaquin* es un patojo travieso, aunque por su edad no estoy seguro si aún podríamos llamarlo niño; llegó acá poco después de mi y se irá en algunos días, tenía una fractura de codo que necesitó de una operación. Según cuenta, todo sucedió mientras huía de unos “mareros” en el asentamiento donde vive, le habían pedido que llevara un cuaderno a una tienda que no quería “soltarles el impuesto”, a lo que él se negó y salió huyendo, perseguido por los otros; la historia que cuenta parece sacada de una película, pero puedo resumirselas en que lo persiguieron por todo el lugar, hasta que en las gradas que salían del asentamiento tropezó y se cayó de espaldas, fracturándose el codo y golpeándose la cabeza. No recuerda nada de lo que pasó después, solo que don Bence fue el primero en saludarlo cuando despertó en la cama de al lado; no sabe que será de él cuando salga de aquí, pues sus papás y sus hermanos tuvieron que buscar otra casa y mudarse por la noche.
[quote]”Solo quiero ponerme mejor y seguir estudiando, tal vez graduarme o aprender algún oficio y ayudar a mis papas” nos cuenta con un brillo en sus ojos.[/quote]
Hay muchos otros compartiendo servicio con nosotros: Beto* que tuvo un accidente en su moto y ahora está en recuperación por los raspones y fracturas que tuvo, ya casi se va a su casa; Don Anastasio* que no recuerda de dónde viene o dónde está, lo encontraron deambulando en la calle, descalso y sin camisa, mañana vienen para llevárselo a un asilo. Pelayo* quien estuvo a punto de quedarse sin un pie, era diabético y no sabía, hasta que se lastimó el pie y la herida se puso fea; Valeriano* que vino por una operación de rutina, aunque nadie le dijo antes que la rutina aquí es que falten los insumos, las medicinas y el espacio, 5 veces le han pospuesto la operación; y por último Fedro*, a quien sacaron del intensivo hace unos días (lo subieron acá porque ya no había mas espacio en el servicio) y aún no despierta.
Hace unas semanas empezaron a sonar las alarmas en el servicio, y el resto del hospital… el oxigeno estaba dando problemas, todo era tenso y fue una noche larga para doctores, estudiantes, enfermeras y pacientes. Luego de eso, vino el Presidente a visitar el hospital y conocer cual era la realidad en la que viven todos los pacientes que nos toca “sanar”; aquí estábamos los tres, pero ninguno lo vio pasar, ni siquiera don Bence que salió empujando a Joaquin en una silla de ruedas hasta el elevador (se ganó una regañada de la enfermera por eso); pero todos andaban con la novedad de que estaba acá, estrechando manos, dando declaraciones y tomándose fotos, diciendo que haría maravillas, que sacaría este lugar de su miseria y que los medicamentos donados (que estaban vencidos según nos enteremos después) eran el primer paso en su estrategia para cambiar las cosas. Según nos leyó don Bence de la prensa (que tomó prestada de la estación) el presidente dijo muchas cosas, cosas que solo quedaron en el aire, porque aquí seguimos igual.
Todos los días veo a las enfermeras y trato de entenderlas, a veces son tan amables y acomedidas, otras son unos verdaderos ogros, supongo que su ánimo depende de todo lo que les pasa afuera, de los hijos de dejan en casa, de los problemas que acarrean porque no les han pagado y demás. Observo a los muchachos que estudian para ser doctores, de arriba para abajo, con uniformes que varían según el rango (supongo yo); los hay de todos tipos, tamaños, formas y colores, algunos sobresalen por estar atentos a las necesidades del servicio, otros sobresalen por estar pendientes de su teléfono, por ser humildes o por ser un dolor de cabeza. El cansancio se nota en sus ojos, algunos luchan contra las ganas de dormir, otros contra sus ganas de irse y no regresar porque trabajar en estas condiciones no es alentador, si a uno como paciente le dan ganas de irse a algún sanatorio o clínica donde lo atiendan más rápido, mejor y sin tanto cuento; pero todo es pisto, porque los enfermos son negocio y la salud una buena forma de salir de pobre.
Y ahora, leer que el Presidente pide que donen aspirinas “que les sobren” me pone como la gran diabla, como si acá solo aspirinas faltaran; como si las aspirinas sanaran heridas, curaran todo y revivieran a los muertos por falta de otras medicinas o material para operarlos a tiempo.
Como si las aspirinas harán que yo salga antes de tiempo o llegue la medicina que necesito. Tan bruto, tan ajeno y necio, tan fácil que es para él opinar porque no está aquí, porque si se enferma él o su familia los van a llevar a lo privado. Como que no aprendemos a escoger presidente los chapines, cada vez los escogemos son más brutos e incapaces; con o sin aspirinas, las cosas seguirán igual en el hospital y en los demás hospitales, aunque espero mejoren para que Don Bence tenga su riñón y Joaquín pueda seguir estudiando.
Tal vez cuando mejoren, los doctores me puedan decir qué tengo y porqué sucedió, así podría salir de acá, regresar a casa y probar la comida de mi mamá; tal vez pueda seguir con mi vida, hacer lo que estaba haciendo y cambiar lo que debo cambiar antes de que sea muy tarde.
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*nombres y personajes ficticios
** la historia es un relato que mezcla experiencias, anécdotas, historias y vivencias de pacientes en los hospitales públicos, cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.