La pandemia ha sido un momento en el que todos hemos sido obligados a convivir con nosotros mismos. En la vida cotidiana “normal” o como la conocíamos, muchas veces no teníamos ni tiempo para preguntarnos si estábamos felices, si estábamos tristes o simplemente si nos sentíamos bien. Como era una cuestión del día a día, no nos afectaba no hacernos preguntas como: ¿Esto que hago me hace feliz? ¿Me está afectando de alguna manera este acontecimiento? ¿Deseo hacer algo diferente? Estas solamente como ejemplos de las muchas maneras en las que podríamos habernos acercado a nosotros.

Vivíamos concentrados en todo eso, en el trabajo, en la U, en el colegio, proyectos, deudas y así puedo seguir una gran lista que nos ocupaba, no solo nuestra cabeza sino que incluso, nos cegaba ante lo que teníamos frente a nosotros. Nuestra vida era tan agitada, independientemente de cuales hayan sido nuestras actividades, tanto que absorbían hasta el último segundo de nuestros días. En estos tiempos, obligados a convivir con nosotros sin poder estar con aquellas personas que nos hacían olvidar nuestros tormentos; hemos tenido que aprender a lidiar con esa voz en la cabeza que nos dice todo eso que puede ayudar a construirnos o a destruirnos.

Lo vital e importante de este tiempo, es que podemos distribuirlo de una mejor manera y con ello, tomarnos un tiempo para nosotros.

Cada uno ha tenido que adecuarse a estas nuevas circunstancias y es algo que debo resaltar. Esa frase de “cada cabeza es un mundo” es en definitiva, una frase demasiado certera y muy adecuada a estos tiempos. Como lo he mencionado, a todos nos tomó por sorpresa tener que detenernos de golpe y cada uno ha reaccionado de una forma muy diferente ante ello. Desde el gobierno, pasando por los vecinos, amigos y llegando a la familia, pueden actuar de alguna manera que nos puede quitar esa tranquilidad y seguridad que en un tiempo podían proporcionarnos. Sus actitudes o acciones empiezan a quitarnos ese equilibrio emocional y mental que habíamos obtenido con base en lo que conocíamos.

Por lo tanto, ironía era mencionarle a una persona que se quedara en su casa para que estuviera a salvo; cuando tenía que convivir con alguien que la sometía a cualquier tipo de violencia. O que se quedara en su casa para estar tranquila; cuando tenía que convivir con una persona con alguna adicción. O que no saliera a trabajar por cuidar su salud; pero tenía personas dependientes a las que debía alimentar. O que ir al colegio o a la universidad ahora debía ser virtual; cuando no tenía los medios para poderlo hacer. O tener que convivir a diario con una persona que, aunque nos quiera, nos diga constantemente afirmaciones negativas. O respaldarse de un virus, con el único fin de hacer más espesa la niebla que tenemos ya en el sistema de la justicia.

Y así, hay muchísimas más circunstancias que tuvimos que aprender a manejar literalmente, de la noche a la mañana. Nos quitaban esta estabilidad, esa venda que conscientemente nos habíamos puesto sobre los ojos para poderlo manejar lo mejor posible y sin duda, nos deja expuestos y con heridas.

Verlas desde lo abstracto es complicado, pero para hacerlo más claro, podemos verlas como unos pequeños rasguños en lo más profundo del subconsciente y, como cualquier herida superficial, hay que buscar curarlas. Este tratamiento comienza con empezar a escuchar esa vocecita que callamos muchas veces con tal de cuidarnos o de sentir que todo va mejor de lo que queríamos creer.

Lo más fácil sería hacer que todas esas personas que infringen algún daño en nosotros, cambiaran y vieran que no la estamos pasando bien pero, la situación no es para nada un hecho que se pueda hacer realidad, no funciona así. Entonces el indicio está que hay que comenzar por lo que tenemos más cerca, y eso lo tenemos al alcance de un espejo.

Si queremos introducir cambios en nuestras vidas, quienes debemos cambiar somos nosotros. Cuando empecemos esta transformación, es muy probable que todas las demás personas a nuestro alrededor empiecen a cambiar o incluso, puedan desaparecer de nuestras vidas.

Este proceso se fortalece con romper algunas de las creencias que tengamos arraigadas en nosotros, por diversas circunstancias. Tomando algunos de los ejemplos mencionados: la violencia no es sinónimo de amor, las adicciones deben tratarse y dependen de la persona que las vive, evadir la crítica de doble moral por tener que salir de casa por un motivo de mayor peso, es un tema muy personal; las afirmaciones negativas dejan heridas que pueden llegar a durar toda la vida y velar por la justicia es algo que nos confiere a todos.

Convertir lo negativo en positivo es un trabajo arduo e incluso puede llegar a doler más de lo que pensábamos. Pero es necesario, para darnos a nosotros ese equilibrio entre pensamiento y sentimiento que merecemos, que nos abra un nuevo camino a una relación más sana con nosotros mismos, que al final de cuentas, es la única relación que va a durar hasta el último día de nuestras vidas.

 

 

Compartir