Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas. “Tengo un sueño” (1963), Martin Luther King.
Como muchos sabrán, el pasado 01 de marzo se conmemoró el día internacional de la cero discriminación. Este día surge en el año 2013, cuando la ONU, en una Asamblea General aprueba su conmemoración, enfocada principalmente en la concientización y sensibilización, acerca de los derechos así como de los abusos que sufren las personas que padecen de VIH-Sida alrededor del mundo.
Y para ir hablando un poco de conceptos, debemos mencionar que la discriminación hace referencia a cualquier acto o comportamiento que tiene por objeto o resultado, la violación de los derechos humanos fundamentales que todas las personas disfrutan en pie de igualdad. Entonces, por consiguiente, el derecho a la no discriminación implica que todas las personas reciban un trato digno; que se les respete la dignidad humana, su autonomía, privacidad y confidencialidad, y que se les garantice la ausencia de coacción y abuso en igualdad de condiciones.
Desde 1948, cuando fue firmada la Declaración Universal de Derechos Humanos, en el artículo 1 reza que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”
A pesar de la importancia de esto, parece que poco nos importa su significado y muchos vamos por la vida viendo de menos a lo que es “diferente” o “raro”, por no encajar con los conceptos determinados por la mayoría social. Todo esto me parece irónico, ya que vivimos en un mundo rico de diversidad, nuestra sociedad diría yo, es un arcoíris completo o bueno si te molesta esta comparación, podemos decir que la sociedad está pintada con varios matices de color a la vez y está plagada de diversidad en cada esquina y de diversidad no únicamente sexual, también de diversidad étnica, social, religiosa, cultural y de pensamiento.
Toda persona tiene talentos y competencias que pueden enriquecer a las sociedades y fortalecer a las comunidades. Acoger y recibir con los brazos abiertos la diversidad en todas sus formas fortalece la cohesión social, lo cual beneficia a todos. A pesar de toda esta hermosa variedad de tonalidades de color, muchos se siguen esforzando por únicamente aceptar o valorar como correcto a lo gris o “normal”. Pareciera que ser y pensar diferente es un pecado mortal y todo el peso de una cultura “conservadora” nos debe caer encima, si nos esforzamos por vivir de manera el color que decimos llevar encima. A veces creo que muchos ya están programados, para que al escuchar la palabra DIVERSIDAD, automáticamente se sobresalten y peguen un grito al cielo.
Ha pasado más de 65 años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara la magnífica Declaración Universal de los Derechos Humanos, y la discriminación sigue aquejando a nuestras sociedades, igual o de peor forma que antes. La discriminación provoca prejuicios, limita las oportunidades de millones de personas y sobre todo generar maltrato y violencia.
¿Por qué tenemos tanto miedo de aceptar lo que es “diferente” a nosotros?, ¡ni que fuéramos la gran cosa! Personalmente creo que en la diversidad hay riqueza, hay conocimientos, hay experiencia y lecciones de vida. Pero muchos únicamente se dedican a juzgar las apariencias y a colocar etiquetas para definir y clasificar a las personas; por ejemplo al ver a una persona que vive con VIH, muchos inmediatamente se crean prejuicios, sacan a relucir muchos tabúes y tienen acciones reprochables, como por ejemplo no sentarse al lado de esa persona, como si compartir un asiento, pudiese contagiarles la enfermedad. Muchos otros se dedican a juzgar el por qué esa persona está enferma e inmediatamente lo tachan de promiscuo, drogadicto o inmoral; y únicamente ven la etiqueta de VIH y no se preocupan por conocer a esa persona, sus valores, sus vivencias, su filosofía de vida.
Otros al ver a una persona tatuada o modificada corporalmente, prefieren cambiarse de acera e inmediatamente encienden su alarma personal de ¡PELIGRO!, es un delincuente; como si un tatuaje, un piercing o una modificación corporal, dictaminan qué clase de personas somos y si vamos por la vida actuando con maldad. Recuerdo que alguna vez, un buen amigo me dijo, la gente le tiene miedo a un tatuado, pero se les olvida que la gente que más daño le ha hecho al país, va de saco y corbata y sin ninguna modificación corporal.
¿Cómo son de dañinas las etiquetas?, ¿no crees? Vemos a una persona musulmana por la calle o a una mujer caminando con su Burka o su Hiyab y muchos inmediatamente piensan en terrorismo, otros ven a un hombre con expresión de género femenina caminando e inmediatamente le dicen “maricón”, o una mujer con ropa masculina por la calle se convierte de forma inmediata en lesbiana y “marimacha”, una persona viviendo en calidad de calle inmediatamente es tachado de drogadicto o criminal, una persona viviendo con alguna discapacidad física es inmediatamente tachada por muchos como incapaz y no apta para llevar una vida normal y llena de éxito”.
Si seguimos con eso de las etiquetas, siempre un tatuado es un criminal, una persona dedicada a la filosofía es un muerto de hambre, un médico es una persona íntegra y exitosa, un religioso es una persona viviendo una vida intachable y llena de moralidad, alguien que vive en una casa grande y llena de lujos es una persona feliz y completamente realizada, alguien con ropa de marca automáticamente se convierte en alguien con dinero y con mucho estilo y alguien con ropa sencilla y sin una marca cara, es alguien pobre y con muy poco sentido de la moda… y así puedo seguir nombrando muchas de esas viñetas y calificaciones puestas por la sociedad y que muchas veces nada tienen que ver con la realidad de las personas.
Te tengo una pregunta, antes de terminar. ¿Qué es la normalidad? O bueno ¿Quién dictamina que es normal y que no?, lo pregunto por qué bueno, hablamos de lo “normal”, como si fuera lo ideal, lo perfecto o el camino que todos deberíamos de seguir; a pesar de que lo que es normal para ti, no es normal para otros y las historias de vida de cada individuo marca el color del arcoíris que querrá pintar dentro del lienzo de la sociedad.
Celebramos la NO DISCRIMINACIÓN, hay documentos firmados por todos los líderes mundiales, que defienden la individualidad y particularidad de cada ser humano y como este debe ser respetado y vivir sin estar rodeado de estigmas y discriminación, a pesar de todo lo que lo defina. Pero a pesar de toda la parafernalia política, seguimos viviendo en un mundo en donde ser distinto y no identificarse con esos estándares mayoritarios que dicta la sociedad es sinónimo de discriminación, rechazo, burlas y repudio. Un mundo en donde el ser diferente, en donde elegir amar, pensar y expresarnos a nuestra manera, nos quita valor como personas; un mundo en donde esos pequeños detalles tienen más importancia que nuestros valores y calidad moral.
¿Te imaginas que duro es, tener que ocultar quién eres, esconder tú verdadera esencia y tu verdadero color? Por el simple hecho de no ser rechazado por los demás, por no ser víctima de discriminación o burlas. Por el simple hecho de querer encajar. Y bueno, ya que nos llevamos de seres muy morales y religiosos te recuerdo que; no está nada bien discriminar, ya que se supone que ante los ojos de Dios todos somos iguales. Así que bueno, tal vez ya es hora de coordinar nuestras acciones con nuestras palabras y si decimos vivir bajo las enseñanzas del Señor, deberíamos vivir bajo TODAS ellas, no solo bajo las que nos convienen.
¡La doctrina de la igualdad!… Pero si no existe veneno más venenoso que ése: pues esa doctrina parece ser predicada por la justicia misma, mientras que es el final de la justicia…”Igualdad para los iguales, desigualdad para los desiguales” – ése sería el verdadero discurso de la justicia: y, lo que de ahí se sigue, “no igualar jamás a los desiguales“. “El crepúsculo de los ídolos” (1889), Friedrich Nietzsche