Es al ponernos en el lugar del otro que logramos genuinamente entenderlo, respetarlo e iniciar un diálogo.
Habemos de todo un poco. Es fácil identificarnos a pesar que estamos dispersos. Nos movemos en grupo y ante los ojos de muchos, pareciera que tenemos una carga de batería extra escondida en el bolsillo. Formamos alrededor del 70% de la población guatemalteca. Somos jóvenes.
Sin embargo, como cualquier grupo, no todos tenemos las mismas preocupaciones ni nos mueven las mismas situaciones. A pesar que vivimos en un territorio pequeño en relación a otros, las diferencias entre un grupo y otro pueden llegar a ser abismales. Pongamos el caso de la ciudad capital: mientras un grupo de jóvenes trabaja en horarios nocturnos resolviendo en inglés problemas de ciudadanos de otros países en un call center de la zona 10, a ocho zonas más allá, otro grupo encuentra en las pandillas una forma efectiva de subsistencia. Dos realidades totalmente diferentes.
La juventud en Guatemala no es una sola, son muchas. Juventudes que se dedican a la agricultura, juventudes que estudian en las universidades, juventudes normalistas, juventudes hip hoperas, juventudes deportistas, juventudes pandilleras, juventudes… Sin embargo, esta diversidad de realidades no es una idea nueva y el reconocerlo es importante, aunque honestamente no nos lleva a algo más.
Después del reconocimiento viene el diálogo, y es allí donde inicia el camino.
Porque el problema no está en que existan diversidad de grupos de jóvenes en Guatemala, el problema está en que estos grupos no se conocen y además de ello, generan prejuicios y estereotipos hacia los otros. Es decir, jóvenes que critican a “los hijos de papi y mami” porque les han dado todo en bandeja de plata, y otros que realizan comentarios como “indios bochincheros” cuando ven a un grupo de jóvenes -diferentes a ellos- realizando algún tipo de manifestación o marcha. El reto está en encontrar la manera que estos jóvenes se escuchen, se conozcan y se reconozcan en los otros. ¿Cómo lograrlo? Allí está el verdadero desafío que todos debemos pensar y proponer.
El diálogo entre ciudadanos es signo de una sociedad sana. Sin embargo, de acuerdo al Padre Carlos Cabarrús, S.J, el diálogo es una cuestión de cuerpo, es realmente ponerse en el lugar del otro. Es dejar atrás las superioridades morales que nos hacen creer que tenemos derecho de juzgar la alienación comercial del joven citadino, “ese que no sabe lo que es vivir en la pobreza”, así como juzgar al que hace skateboard o a los caqueritos universitarios.
Dejar atrás eso, ponernos realmente en el lugar del otro e intentar comprender sus accciones desde el lente opuesto. En Guatemala existen muchos jóvenes que se están atreviendo a realizar pequeños cambios desde sus propias y no electas (importante aclaración) realidades. Porque así como existen jóvenes conscientes de las injusticias sociales que decidieron tomar el control de un comité cívico en Totonicapán y desde allí están realizando cambios, también existen otros grupos citadinos que -aunque vayan al Oakland Mall- leen, se informan, toman postura y se movilizan ante hechos como el juicio por genocidio a Efraín Ríos Montt.
Porque no es valedero encasillar a los jóvenes en un mismo cajón y porque es necesario encontrar a esos jóvenes que se atreven a cuestionarse así como pensar críticamente en sus diferentes espacios y realidades, y están dispuestos a reconocer en otros esas mismas cualidades. Son esos jóvenes a quienes debemos la confianza de una Guatemala mejor. Somos los jóvenes quienes tenemos el poder del cambio. ¡Feliz Día Internacional de la Juventud!