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María Alejandra Morales / Opinión /

Estos últimos meses he observado con mucho entusiasmo un despertar ciudadano nunca antes visto. He dedicado tantas líneas en este espacio para pedirle a la gente que deje ya, y de una vez por todas, tanta apatía. Claro está, no fueron mis líneas las que despertaron a una sociedad apagada, pero no puedo evitar sentirme inspirada y feliz al ver a una Guatemala que lucha por el cambio, que se involucra, que no se queda callada, y que está más fuerte que nunca.

La misma emoción me contagiaba cuando observaba a estos miles de guatemaltecos, de tan diversos sectores, unirse por una misma causa. Una larga historia de corrupción e impunidad parecía llegar a su fin. Lo imposible empezaba a ocurrir, una sociedad históricamente dividida, hoy se reunía, dejando atrás las diferencias y conflictos, con el único objetivo de borrar las sombras de su historia y construir un futuro lleno de luz.

Sin embargo, debo admitir que en diversos momentos temí; temí que aquella inspiración que había llevado a tantos guatemaltecos a luchar por un futuro mejor pudiera apagarse. Hoy, más temerosa que antes, observo un sinfín de amenazas que atentan con destruir las motivaciones y logros de quienes emprendieron esta batalla. Lo que en un principio solía ser un movimiento unificado de toda la sociedad, cada vez parece estar más fragmentado.

Las intenciones de distintas personas y organizaciones de ganar algún tipo de protagonismo han terminado por minar el sentimiento ciudadano.

Me parece verdaderamente lamentable que cada vez asistan menos personas a las marchas, que cada vez sean más los que deciden retomar la apatía, y que el número de ciudadanos que decidieron conformarse con lo que hay esté en aumento. La reaparición del conformismo e indiferencia, se hace más evidente cada vez que aparece algún “genio” a querer titular este movimiento, o a creerse el artífice del mismo.

Para nuestros gobernantes corruptos, empezar a destruir los logros alcanzados ha sido tan fácil como sentarse a observar, observar a una sociedad que todo el tiempo busca, y si no encuentra, inventa motivos para dividirse. La amenaza más grande que enfrenta la cruzada ciudadana en contra de la corrupción, que está tan entrañada en nuestro Estado, es la fragmentación.

Destrozar este movimiento es tan sencillo como dividir los objetivos que nos unieron. Conservarlo depende de nuestra capacidad de olvidar tantas ridículas diferencias, que además de revivir constantemente los conflictos, han terminado por hacernos cada vez más sumisos y apáticos.

Hemos cometido el terrible error de olvidar que esta batalla nos pertenece a todos los ciudadanos, que no tiene apellidos, tampoco ideología; esta batalla la peleamos los guatemaltecos que de cualquier forma nos hemos convertido en víctimas de los abusos exacerbados de nuestros gobernantes, y que por miedo solíamos callar. Nuestra lucha no depende de ninguna organización, tampoco de una ideología, ni de las universidades, ni de un político; tampoco es sólo de un encadenado, ni de los liberales o comunistas; menos aun le pertenece al Ejército o a la guerrilla.

Esta batalla fue emprendida por todos los chapines y le pertenece únicamente a Guatemala.

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