Brújula/
Por aquellos que revisan los trabajos y los regresan con la retroalimentación esperada. Los que llegan puntuales a clase y aprovechan los 90 minutos de clase. Aquellos que ofrecen tiempo adicional para acompañar dudas no resueltas, problemas repentinos, consejos personales.
Ser docente universitario es una labor que implica mucho más que tener, semestre con semestre, un curso asignado. Ser docente universitario implica asumir el compromiso de formar a un grupo selecto de jóvenes, aquellos que tienen el privilegio y compromiso de ingresar al sistema de educación superior, y acompañarlos en su formación académica y personal para que en un futuro cada alumno desde su profesión, pueda aportar al mejoramiento de la sociedad.
La universidad como componente de un sistema de educación que inicia desde la infancia, debe ser el espacio final en el cual los alumnos puedan desarrollar plenamente sus habilidades y capacidades, agregándole el ingrediente adicional de la responsabilidad social; poner sus conocimientos al servicio de aquellos más necesitados. Sin embargo, para los docentes, así como la universidad tiene la ventaja de ser el último escalón del proceso educativo, también posee la desventaja que reciben a un grupo de alumnos con formaciones previas desiguales, y es su labor intentar brindar de una forma equilibrada, una formación de calidad a todos y cada uno de ellos.
Muchos catedráticos de educación superior comparten su tiempo profesional entre la docencia y un trabajo de oficina. Y hay algunos cuantos que han decidido apostar su tiempo completo en la docencia. Sin importar la modalidad, hoy en el día del maestro, Brújula desea hacer un pequeño homenaje a aquellos que en sus noventa minutos de clase dejan todo en la cancha.
Aquellos que se atreven a no ceñirse al programa del curso con tal de garantizar un aprendizaje significativo en sus alumnos. Por los que imparten sus clases desde un enfoque en el cual el conocimiento se construye en conjunto, más que estar frente a la clase arrojando arrogancias cargadas de experiencias. Aquellos que invitan a los estudiantes a cuestionarse su realidad, cuestionar la cátedra; incluso cuestionarse a ellos mismos.
A todos los docentes que, desde su clase y fuera de ella, enseñan con el ejemplo, a ver al otro a los ojos y reconocerse humanos.
Solicitamos a nuestros corresponsales que escribieran, desde su individualidad, una pequeña carta, reconocimiento o nota a algún docente universitario. Con nombre y apellido agradecer su labor, aquella que muchas veces pasa desapercibida incluso en días como hoy, porque los “catedráticos no son maestros”. Y los corresponsales respondieron.
Agradecimientos a Alejandra Medrano, Juan Carlos Sosa, Ana Julia Solís, Raúl Bolaños, Edna Beli Morales, Eugenia Rojas, Yan Yanin López y María Gabriela Fernández llegaron a nuestro correo; a algunos, incluso más de dos cartas. Que estas pequeñas notas sean el reconocimiento a las tardes de planificación, a los fines de semana de revisión de parciales y a la preocupación que ronda en sus mentes por aquel estudiante que ustedes saben puede dar más.
Porque sabemos que el mejor reconocimiento que pueden tener hoy, más que una retribución económica, será leerse en las letras y palabras de sus propios alumnos, feliz día del maestro.
Fotografía: www4.ujaen.es