Ana Raquel Aquino / Opinión /
¿Por qué la vida vale la pena ser vivida?
Si somos solo un pequeño punto sumergido en lainfinitud (aparente) del Universo, nuestra corta vida significa poco (si no es que nada), entonces…
¿Para qué estamos aquí?
Si no existiera la vida después de la muerte (la eternidad)…
¿Para qué ser bueno? ¿Por qué “hay que” portarse bien?*
*Si usted respondió fácilmente a las preguntas anteriores. Piense otra vez, puede ser que las respuestas sean todo… menos obvias.
La filosofía no está de moda.
La verdad es que no sé si alguna vez lo estuvo o si en nuestro imaginario son (como yo los imaginaba de pequeña) un montón de barbudos tomando café con un cigarrillo a la par, hablando cosas incoherentes con palabras rebuscadas o demasiado coherentes como para entenderlas.
La filosofía ha sido el curso más odiado por muchos a la hora de estudiar, ya sea porque pensamos que no nos sirve para nada en la vida diaria o porque simplemente nos parece aburrido. Me pongo de ejemplo: cada vez que me tocaba filosofía en el colegio sacaba mi deber de mate para hacerlo antes de llegar a mi casa (sí… qué geek); era por las tardes cuando leía a Sócrates. Bueno, a Platón hablando lo que Sócrates. Me costó admitir que me gustaba leer filosofía, en plena adolescencia es un suicidio social.
Es probable que estemos dejando pasar la oportunidad de entender el mundo.
La filosofía encierra verdades y, por lo mismo, duele. Toda verdad impacta y pasamos por un proceso donde primero, la quietud nos envuelve. Después, nos aborda la confusión y por último, aceptamos el “destino” que nos espera como futuro inevitable.
Hay mucha gente que piensa que la filosofía no sirve para nada. Yo soy de las defensoras. Si aplicáramos más las teorías y conceptos –sentimientos, diría Albert Camus- provenientes de la filosofía para entender el mundo, otro gallo cantara. Pero leer filosofía quiere más de lo primero, leer. Y creo que eso es lo que no agrada a muchos.
A todo esto, ¿quién es Sísifo?
En la mitología griega, Sísifo era un rey comerciante que resultó siendo avaro. Es más conocido por el castigo que le dieron los dioses por su fama de ser el más astuto y sabio de los hombres. Su inteligencia lo llevó a la condena.
Su castigo consistía en empujar una piedra enorme hasta la cumbre de una montaña. Al llegar a la cumbre, la piedra caería de regreso. El trabajo de Sísifo era empujar eternamente la piedra. Debía hacer el esfuerzo de empujar la piedra cuesta arriba solo para volver a empezar, indefinidamente.
En 1942, Albert Camus escribió un ensayo filosófico titulado “El mito de Sísifo”, creando así una metáfora sobre el suicidio, el valor de la vida y el esfuerzo incesante e inútil del hombre por vivir. El “hombre absurdo”, como lo llamó, es incapaz de entender el mundo y es esta misma incomprensión la que crea confrontación. Según Camus, el hombre rebelde es aquél que se enfrenta al mundo aceptando lo que no puede comprender.
El absurdo es totalmente desgarrador.
Comprender que no podemos entender totalmente el mundo (ni cómo funciona) es desesperanzador. Desgarrador en ciertos casos. Es como si hiciéramos un berrinche eterno al Universo para que nos dejara comprenderlo y lo único que conseguimos son premios de consolación.
No es hasta que Sísifo está consciente de su miseria que se libera. Dice Camus que Sísifo experimenta libertad solo durante un breve instante, en el momento en donde baja de la cumbre y se hace consciente de su situación. Cuando entiende que su condena es un trabajo inútil –y que siempre lo será-; se da cuenta que la vida en sí no tiene un propósito sino en cuanto a la valoración personal, a su análisis cuando baja de nuevo por la piedra. Es el mismo sentimiento desgarrador el que libera. Irónico.
El absurdismo no podría ser sin el humano, sin la vida misma. Debe quedar claro que el mundo no es absurdo, ni el humano. Lo absurdo surge en la necesidad de entender el mundo.
El 14 a las 14, vamos para arriba… de nuevo
Ahora hagamos una pequeña analogía. El 14 a las 14 a nosotros y a Sísifo, nos botan la piedra de regreso hasta debajo de la montaña. Digo hasta abajo porque las cifras no mienten. Según el informe final de los Objetivos de Desarrollo del Milenio presentado el 11 de enero por Segeplan, el gobierno de Otto Pérez Molina nos costó caro, como lo pensábamos o tal vez más. Solo es de ver las gráficas respecto a pobreza extrema, desnutrición crónica y mortalidad infantil para saber que fallamos como sociedad por no estar atentos a nuestra realidad. Por no exigir, desde un inicio, lo que es nuestro.
Tenemos dos días más para concientizar nuestra situación. Para que el 14 interioricemos al hombre rebelde, a ese que Camus (en otro libro) describe como: “Un hombre que dice no. (…) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.”
Dice Camus que…”hay que imaginarse a Sísifo feliz”. Es probable que cargar la piedra para arriba nos cueste pero sabremos que no fue por gusto –y que fue “menos absurdo”- si cuando volvamos a bajar llevamos una sonrisa puesta.