Dentro de diversos ámbitos artísticos, se habla de que el proceso de crear una obra y verla plasmada, potencia dinámicas de sanación entre quienes participan del mismo. En el espacio creativo, existen otras vías de praxis social que se mueven alrededor del objeto que eventualmente se manifestará en una obra de arte.

El camino que se recorre y culmina con un producto artístico, es un tránsito en el que las realidades son moldeables simbólicamente, decisiones que implican vida para algunas ideas y pérdida de otras. Hay una relación distinta entre los cuerpos, el manejo de los espacios vitales, un sentir al otro que trasciende el ámbito de lo racional.

La investigación no pretende ahondar en el arte como herramienta terapéutica, sino  indagar cómo nacen y se desarrollan procesos de artistas en los ámbitos escénicos y visuales.

Allí se busca identificar la existencia de elementos que potencian transformaciones y eventualmente, resolución de problemáticas y conflictos personales o colectivos. Fundamentalmente, el trabajo parte de tres postulados: la salud imaginal, propuesta por Roberto Falcón, desde la cual se plantea que el trabajo colectivo artístico se genera a partir de una “razón sensible”, como un conocimiento táctil que vitaliza la fuerza colectiva, por ende, potencia una “circulación restauradora de la salud colectiva”.[1]

El segundo postulado que entra en diálogo con las ideas de Falcón es el concepto del Ri Kotzi’j[2]. Desde el pensamiento maya, este concepto que se traduce literalmente como la flor, refiere a la esencia sagrada que se dona en la ceremonia, al acto creativo como proceso vital desde su inicio hasta su fin. Falcón también refiere a que el artista se dona al trabajo creativo en una esencia profunda que comparte con el colectivo, tanto el grupo de colegas con quienes trabaja como al eventual público que presenciará y convivirá con el ente vital de su obra.

El tercer postulado es la relación de arte y resiliencia, planteado por Boris Cyrulnik,[3] desde el que propone que el acto creativo, al entrar a los terrenos de la representación, permite superar problemáticas profundas a partir de la invención de mundos imaginados. Asimismo, historizar las experiencias vividas. El hecho de profundizar en la historia personal o colectiva es un acto sanador en sí mismo. Más allá del testimonio, la obra artística permite que el colectivo social logre llegar a un grado de comprensión y empatía con quien ha vivido un trauma, ya que no se presenta de forma cruda sino de forma simbólica, lo cual permite construir mayores lazos de entendimiento y solidaridad.

Para el trabajo que actualmente se encuentra en fase de análisis de información, tuve el privilegio de atestiguar el proceso creativo de las obras “Hambre y Tierra” del  Laboratorio de Teatro y “Esto no es el mar” del grupo Momentum, ambos colectivos en residencia del departamento de Artes Landívar. Asimismo, el trabajo desarrollado en el taller de Artes Visuales de Arte Centro.

El entrar al mundo íntimo del trabajo creativo me permitió aprehender de manera profunda el tránsito de la idea a la obra plasmada.

Paralelo a ello, llevé a cabo entrevistas a profundidad y grupos focales con artistas en los ámbitos de la poesía, teatro, pintura y artes visuales. Asimismo,  tuve un importante acercamiento a la mirada de colectivos mayas dedicados a procesos creativos en estrecha relación con su cosmovisión.

Hasta el momento, puedo decir que la creación artística es un “meta espacio”, donde la diversidad juega un papel central y generador, donde los cuerpos comparten espacios estrechos y cercanos, lo cual permite nuevas formas de entender al otro. El conflicto y la tensión están presentes y son elementos  fundamentales en los matices de la obra, pero al mismo tiempo, es  posible superarlos ya que el objetivo central es dar vida a una nueva expresión artística.

Los procesos observados se desarrollan sobre la base de un profundo compromiso y trabajo investigativo que tiene múltiples salidas, ya sea en objetos que concretan una realidad en el caso de las artes visuales o en la exposición del cuerpo mismo en las artes escénicas.

El proceso creativo como un derecho humano  tiene mucho que aportar a las dinámicas sociales y a los grandes desafíos que se viven en la actualidad.

[1] Ver: Falcón, R. (2015). Encontrar de nuevo la salud imaginal. Ariel no. 17, 43-48.

[2] Ver: Chim, P. (2014). LOOL K’AJLAY Flor de la memoria. México: Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Campeche.

García, P. (2016). Ruuk’u’x Ruwinaqiil Tziij Ruuk’u’x Ruwinaqiil Na’ooj . Guatemala: pendiente de publicación.

[3] Cyrulnik, Boris. La maravilla del dolor. El sentido de la resiliencia. Granica, Argentina, 2016.

 

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