Angel

José Castillo Bermúdez y Samuel Pérez Álvarez/

Apuntes de una discusión

El asesinato de monseñor Juan Gerardi el 26 de abril de 1998, es considerado el primer crimen político del posconflicto. Un crimen político en todas sus dimensiones que, 16 años después, aún despierta pasiones entre los guatemaltecos.  En su libro “El arte del asesinato político”, Francisco Goldman intenta desenmarañar el caso con una narrativa magistral que en ocasiones uno percibe estar leyendo una entretenida novela policiaca. Lamentablemente, los hechos que relata Goldman sí ocurrieron.

Después de un juicio complicado, como todo en Guatemala, y de superar numerosas trabas (algunas proviniendo incluso de instituciones del Gobierno), se puede concluir que se hizo justicia, aunque sea de un modo parcial.  Los culpables materiales fueron identificados, enjuiciados y encarcelados. Sin embargo, los autores intelectuales provienen de estructuras intocables a las que la justicia no alcanza, tan elevado en la escala jerárquica que incluso se hace mención de una posible implicación directa de quien ocupa el más alto cargo del poder ejecutivo.

Existen dos instituciones (la Iglesia católica y el ejército de Guatemala) que cuentan con información privilegiada para resolver el caso. Sin embargo, es difícil que estén dispuestos a cooperar por todos los intereses sociales, políticos y económicos que existen de por medio.

Que Gerardi haya sido asesinado dos días después de publicar el REMHI no es casualidad.

Dos años después de la firma de los Acuerdos de Paz, la cultura del miedo seguía tan vigente como el conflicto mismo y la dinámica de las estructuras de inteligencia militar que -bajo retrógradas argumentos anticomunistas- arrasaron comunidades ahora también eran expertas en elaborar y ejecutar crímenes políticos de forma que pareciesen crímenes comunes. Hoy la situación no es demasiado distinta. Cabe preguntarse que si alguien publicara el REMHI hoy, sufriría la misma suerte.

El libro de Goldman en el actual contexto guatemalteco pareciese ser leído en tiempo real, los actores aparecen por distintas circunstancias tanto en las páginas del libro como en la portada de los medios escritos, como perpetuadores de un elaborado y violento crimen político en el primero y como alcaldes, líderes de presidios e incluso como jefes del Gobierno en el segundo. Esto pone de manifiesto el arraigo de uno de los sectores más poderosos, conservadores y retrógrados del país: el ejército. Esto se puede relacionar directamente a la importancia de la autonomía del sistema de justicia y que de no garantizarse continuará contribuyendo a la reincidente impunidad, colocando probables delincuentes en cargos públicos.

El libro de Goldman es indispensable para comprender el funcionamiento interno de los poderes en Guatemala, las interrelaciones entre los sectores y los motivos de sus posiciones, asimismo, contribuye a hacer inferencias sobre la situación actual y tener un panorama general más amplio del país. El caso Gerardi sigue abierto en el día a día de los guatemaltecos. Si bien las sentencias del capitán Byron Lima Oliva, el coronel Byron Lima Estrada y el padre Mario Orantes sentaron un precedente, aún queda un largo camino por recorrer. Se debe tener presente que el camino no será fácil, pero no puede haber paz sin perdón, ni perdón mientras no haya justicia.

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