Eliú Nuila/ Opinión/
Toda su infancia vivió en la provincia, o mejor dicho, en el interior del país. El chico se había dedicado sus últimos 23 años; desde su nacimiento, niñez, adolescencia y parte de su juventud, a compartir con su familia y amigos. ¿Quién iba a pensar que ese chico algún día saldría de su municipio?
El destino, al parecer, le tenía algo preparado o simplemente probaría su forma de ser. Υ a sus 23 años, se vio en la necesidad de irse a trabajar a la gran ciudad, la Ciudad de Guatemala en la angustia de viajar y dejar todo atrás: su familia, amigos, entorno, las mismas calles y la misma cantidad de pasos a diario.
Primer día en la gran ciudad. Ve y nota que todos van de un lado a otro, sin contestar los buenos de días de un chico que solo quiso ser educado, lo ven de pies a cabeza como desconfiando de él y preguntándose cuál pudo haber sido la razón de los buenos días.
El chico, con gran tranquilidad de poder caminar como solía hacerlo en sus antiguas calles, avanza un par de cuadras y observa a una madre con su hijo en brazos pidiendo limosna. El chico de la provincia, la mirada no pudo fingir, no pudo cerrar su corazón y una moneda le entregó. Sigue avanzando y en otra cuadra, ve a un hombre pidiendo dinero para comer, con los ojos tristes, recordando que la noche anterior había tenido frío, tampoco pudo negarse a darle una ayuda y un “pase buen día”.
En su mente piensa: ¡qué forma de empezar el día! Ayudando a quien lo necesita, espero todos los días, tener una moneda para darle a quien lo necesite.
Al subirse al transporte para dirigirse a su trabajo, nuevamente vivió esa sensación de que lo observaban con desconfianza, pudo notar como una señora escondía su cartera para que no se la viera, al igual que una señorita con la mirada agachada y el gran silencio en ese bus.
Para el chico eso no era normal, pues en su municipio, nunca faltaba aquel vecino que siempre platicaba con más de alguien en el camino.
Feliz por estar en la gran ciudad, impresionado por los altos edificios que nunca antes había visto en la provincia. En la primera parada del bus, ve subir a una señora con una niña en brazos, pidiendo una moneda para poder ayudar a su hija que sufrió un accidente en el pasado y que ese aporte podría salvar su vida. Una segunda parada y ahora sube un hombre pidiendo otra moneda. Fue así en cada parada que el bus hacía. Bajaba quien minutos antes había pedido una moneda y subía otra que pediría una más para poder vivir, comer o ayudarse.
El chico en su desesperación, no lo pudo soportar, así que decidió bajarse del bus con lágrimas en los ojos, pensando ¿cómo es posible que en la gran ciudad exista tanta necesidad? ¿Cómo es posible que donde se supone que hay más oportunidades, se den este tipo de situaciones?
El ver a los alrededores y notar como la gente murmuraba entre sí diciendo: “si ni para mi tengo ¿cómo dárselo a a ellos que lo usan para tomar o drogarse?”. Al notar como los veían de pies a cabeza, como a él lo habían visto, el enojo y la tristeza le ganaron al chico de la provincia…
Υ entonces, surge una pregunta, ¿convertirse en insensible, o llorar cada vez que se sube al bus y ver a cientos de indigentes y personas pidiendo UNA MONEDA?