Gabriela Sosa/ Opinión/
Hace unos días me encontré a mí misma dando una vuelta por FILGUA (Feria Internacional del Libro en Guatemala) un lunes por la mañana y observé que la mayoría del público a esa hora eran niños de colegio. Por tratarse de las 9 de la mañana, no parecía sorprendente, ya que la mayoría de personas trabajan a esa hora. Sin embargo, lo que me llamó la atención era la mirada de “obligación” que llevaban los jóvenes.
Aunque personalmente me parece una excelente idea para una excursión escolar el llevarlos a pasear por FILGUA, me recordó esas vivencias durante el colegio cuando me hacían leer un libro que decididamente no era de mi agrado. Por supuesto que es importante que los niños y jóvenes lean, pero el volverlo algo obligatorio y hacerlos leer libros que no les interesan, sólo creará el efecto contrario: estos son los niños que crecerán odiando la lectura, que pensarán en ella como algo aburrido y sin sentido.
Si vemos atrás, estoy segura que todos podemos encontrar esos libros que nos hacían leer y lo hacíamos a regañadientes para pasar la clase. Estoy consciente que esto parte desde una posición un tanto privilegiada, porque hay cientos de niños en nuestro país que no tienen acceso a educación y darían todo porque pusieran un libro en sus manos. Pero esta postura, aunque lamentablemente cierta e importante, también es una postura más adulta que ahuyenta aún más a los niños.
Al usar este argumento, en vez de enseñarles que la situación del país necesita cambiar, les estamos enseñando a sentirse culpables por expresar su opinión, por tener intereses propios y por decir que no les agrada algo.
Lo peor de todo, es que muchos padres tampoco leen. Compran los libros que los maestros les indican, pero ellos mismos no promueven la lectura. Al trabajar en una librería es fácil distinguir a los padres de familia que gustan leer de los que no. Los que aman la lectura, llevan a sus hijos y los dejan revisar los libros, les dan derecho a escoger sus propias lecturas, algo que los motive e inspire. Los que no aman la lectura, entran preguntando por lo que “está de moda”. Al preguntarles qué temas les gustan a sus hijos, responden que no importa y sólo quieren ver que es lo más vendido porque seguramente eso es lo que deberían estar leyendo. O peor aún, piden por libros que no tengan “nada de fantasía” porque es inapropiado para un niño o “es contenido antireligioso”. El tema de la religión es otro, y cada padre tiene derecho a criar a sus hijos acorde a sus creencias. Sin embargo, es importante escuchar a los niños y adolescentes, darles el beneficio de la duda y dejarlos encontrar los libros que los llamen.
En Como una novela, del francés Daniel Pennac, el autor habla precisamente sobre la imposición de la lectura, tanto en los hijos como en los estudiantes. Con sus hijos, concluye que cada quien va a su ritmo y a pesar de ser importante el acompañarlos en sus lecturas, es vital no imponérsela ni atormentarlos; en su lugar dejarlos ir a su ritmo, por supuesto dando también el ejemplo. Con los estudiantes, si bien hay libros intocables del pénsum, es la forma en que se presentan estos libros que hace la diferencia. Incluso habla sobre un maestro que empezó leyendo los primeros capítulos a sus alumnos, hasta que ellos siguieron por su cuenta. Una especie de cuentacuentos pero para jóvenes.
Es que la clave es la forma cómo se presenta el acto de leer: como algo necesario y frustrante para pasar una clase, o cómo algo emocionante que cada quien puede descubrir por sí mismo.
Además, lo más importante: más que leer un libro y aprenderse de memoria qué sucede en cada capítulo, es importante dejarle al lector opinar, formar su propia crítica sobre la historia que está leyendo y dejarlo decir cuando no le gustó.
Al final del libro el autor menciona varios derechos de los lectores, anulando el mito que la lectura es algo riguroso y limitante. Los derechos:
El derecho a no leer
El derecho a saltarse páginas
El derecho a no terminar un libro
El derecho a releer
El derecho a leer cualquier cosa
El derecho al bovarismo
El derecho a leer en cualquier parte
El derecho a picotear
El derecho a leer en voz alta
El derecho a callarnos
El quinto derecho recalca especialmente esa libertad que debería darse al lector: leer cualquier cosa. Si los libros son alas para la imaginación, ¿cómo vamos a decirles que esa imaginación tiene límites y reglas estrictas? Acaso, entonces, ¿vamos a cortarles las alas? En los libros hay infinitas posibilidades y tantos géneros como lectores, hay definitivamente algo para alguien; sólo hay que darles el espacio para encontrarlo.
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Hay que leer, hay que leer…
¿Y si en lugar de exigir la lectura el profesor decidiese de pronto compartir su propia dicha de leer?
Pennac, D. pág. 78 Como una novela
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