José Pablo del Águila/ Opinión/
Se nos enseña en la escuela que desde 1985, año en que Vinicio Cerezo es electo popularmente presidente de la República, Guatemala ha gozado de un sistema democrático. La verdad es que dicha aseveración es cierta únicamente en la teoría, pues las verdaderas mieles de la democracia las hemos saboreado hasta no hace unas semanas con la multitudinaria protesta ciudadana #RenunciaYa.
Definamos brevemente cómo se vive una democracia. Según Abraham Lincoln, político estadounidense, la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; esto quiere decir que para que la democracia exista en un país como Guatemala, es necesario un gobierno que sea electo popularmente y que actúe en función de los intereses y necesidades de los demás guatemaltecos. Bajo esa definición, resulta obvio que la democracia no la hemos vivido como tal, y la teoría parece entonces convertirse en un mito.
Los gobiernos de los años 80 y 90 debilitaron fuertemente nuestra economía gracias a sus políticas neoliberales que, lejos de fortalecer al Estado, lo saquearon y desangraron; luego, con el ingreso del nuevo milenio, los políticos se dedicaron a lavar millonadas de dinero, a crear políticas asistencialistas que lejos de tener carácter altruista, eran el vivo soborno para ganar adeptos y, finalmente con el mandato del general Otto Pérez Molina, el gobierno fue partícipe de estructuras que defraudaban al estado por cantidades millonarias de dinero y nadie hacía nada.
A raíz de todos estos gobiernos y el cinismo que los enviste, millares de niños nacidos a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI han visto coartadas sus aspiraciones de tener una vida digna y cumplir sus tan anhelados sueños. Muy reducido es el porcentaje de niños que han podido acceder a servicios básicos como los son la salud, la educación y la alimentación. Vivimos en el país donde las medicinas no curan, los maestros no enseñan, los Tortrix no alimentan y la metamorfosis se limita a una campaña publicitaria.
Hasta este punto, damas y caballeros, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la democracia no ha existido como tal en nuestro país.
Sin embargo, con mucho ánimo y orgullo podemos reconocer que desde el 25 de abril del 2015 las cosas cambiaron, Guatemala ya no es la misma y empezamos a vivir la verdadera metamorfosis. A partir de ese día, los ciudadanos nos liberamos del miedo a expresarnos que tanto nos transmitieron nuestros padres y, cobrados de valor, salimos a las calles a exigir un cese a la corrupción. En las pancartas los guatemaltecos expresamos todo lo que nos molestaba, no solo de nuestro sistema político, sino de la corrupción que ha alcanzado inclusive a otros actores como los medios de comunicación. “Cancelen Combate”, decían algunos expresando su rechazo a la programación de la corrompida televisión abierta compuesta por los canales 3, 7, 11 y 13.
A partir del 25 de abril, dio inicio una serie de manifestaciones que parecen materializar lo que en un principio parecía una utopía: la refundación del Estado y la propuesta de un sistema transparente donde la soberanía radique únicamente en el pueblo.
Esto, señoras y señores, es democracia. Y para serles sincero, me gusta.