Masat Cha’yoj/ Tik Naoj
La influencia de México en Guatemala se encuentra desde los productos de consumo, ropa, música hasta los medios de comunicación masivos, que interfieren en prácticas culturales en un área metropolitana donde el fervor religioso se encuentra latente. Prácticas que fortalecen al pensamiento Estado- Nación y que el Estado guatemalteco reproduce por medio del folklore; no es extraño ver una sociedad donde se peca no por ignorancia sino por devoción, como lo es el caso de la celebración de la Virgen de Guadalupe, en la cual se abusa de la inocencia de los niños para “vestirlos de inditos”, dejando claro quién es el grupo que domina.
Al pensar en la folklorización en este país nos vienen a la mente un sinfín de cosas y cae la responsabilidad en el grupo mestizo.
Es este el que se ha encargado de reproducir estas prácticas que buscan hacer del indígena un objeto de vitrina exótico que tiene Guatemala. La población indígena asentada en el área metropolitana no escapa de esta práctica, lo hace inconscientemente dado que tiene que cumplir con las tradiciones que están dentro del dogma de la iglesia católica, que hace recordar los votos de pobreza por medio de una forma de vestir. Esto también enaltece y los hace sus elegidos, cuando recuerdan a “San Juan Diego”, quien fue elegido por la Virgen de Guadalupe como mensajero a los frailes de aquella época en el proceso colonizador de México.
Dos cosas curiosas que he observado de esta práctica: si regresamos a ver elementos como los tintes en la piel en nuestros ancestros no habría por qué sorprenderse, ya que ellos tomaban pigmentos de la naturaleza y pintaban su piel. Curiosamente esta práctica de pintarse quedo únicamente en las mujeres mestizas, heredada por Europa, donde no se dudó en hacer del maquillaje algo comercial, así que ya no son los hombres y mujeres indígenas quienes se pintan para poder hacerse notar.
La celebración del día de la Virgen de Guadalupe abre la oportunidad para pintarrajear a las niñas usando colores en su piel como maquillaje que ridiculiza a la mujer indígena, ya que el maquillaje hace que las niñas se vean adultas. En la idea de “fraternidad” de esta fiesta, no se alcanza una reflexión de la inclusión de parte de la iglesia católica. Porque mientras muchas de las madres llevan a sus niños a la iglesia o a un recinto a tomarse la foto con la Virgen de Guadalupe, mujeres indígenas se quedan en su casa haciendo el trabajo servil o bien andan de niñeras que viene a ser lo mismo.
Queda claro quién es el grupo que domina y que hace uso de una indumentaria que posee más que un valor artístico, una cosmovisión que recuerda a un pueblo que por más de 500 años ha sido sometido. El tener esto presente no es sinónimo de victimización sino de traerlo a la reflexión en el diario vivir del guatemalteco, ya que no es el color o grupo el que dice quién merece o no vivir dignamente.
Cabe dejar claro también que en Guatemala la religión juega un papel servil ante esa idea de “nacionalización del Estado“, que se reproduce en este tipo de prácticas para fortalecer la folklorización.
Con esto, no se hace más que reproducir los estereotipos que recuerdan que el indígena es el pobre, humilde, servil, analfabeta y visto como objeto, ya que al usar las vestimentas e imitar su cotidianidad queda únicamente como un disfraz para darle el colorido a celebraciones patrias, protocolarias y religiosas como es el caso del día de la Virgen de Guadalupe.