Claudia García
Corresponsal
El deporte siempre ha sido sinónimo de bienestar; sin embargo, en la actualidad esta definición varía cuando pensamos en el fútbol, específicamente el fútbol guatemalteco. ¿Es el fútbol nacional símbolo de bonanza o satisfacción?. La mayoría de nosotros somos jugadores pasivos; fanáticos y espectadores que nos gusta apreciar el buen juego, vibrar de emoción o simplemente entretenernos. No obstante, muchos de nosotros considera que no puede disfrutar de un “buen juego” cuando juega nuestra selección.
En los últimos años hemos podido observar los diferentes procesos por los cuales el equipo de la Selección Nacional de Guatemala ha tratado de adjudicarse su primera clasificación mundialista; tanto aquel que se vivió en el 2005 para ir al mundial de Alemania 2006, como cuando se intentó llegar a Sudáfrica en el 2010. En ambas oportunidades se trabajó de la mano del entrenador hondureño, Ramón Enrique Maradiaga más conocido por todos como “el Primitivo Maradiaga”; sin embargo, a pesar del arduo trabajo, no logramos clasificar.
Para el mundial del 2006, fue innegable la emoción que ocasionó el que la selección guatemalteca se haya quedado a un paso de llegar al mundial, pero no fue así en el segundo intento, donde ni siquiera se logró clasificar a la fase hexagonal del torneo de la Concacaf y por consiguiente, nuevamente el sueño de ver a Guatemala en un mundial se esfumó.
La historia y los números no mienten, y el decepcionante trabajo que ha demostrado el fútbol nacional se ha visto reflejado en la falta de identidad que éste genera sobre los guatemaltecos. ¿Cuántos chapines se sienten más identificados con los equipos de la liga española que con los nacionales? ¿Realmente el fútbol nos da una identidad como guatemaltecos?.
A pesar de esta historia negativa que ataña al fútbol a nivel de selección, puedo presumir que desde pequeña, ya sea por tradición o herencia, he crecido con la idea de disfrutar e identificarme con el fútbol nacional sin importar su nivel. Simplemente porque me importa enterarme sobre el acontecer de nuestro fútbol, me pongo la camisola, voy al estadio, me emociono con las narraciones, estoy pendiente de los resultados de cada torneo y conozco a los jugadores de mi equipo favorito; todo con el único estimulo de saber que estoy apoyando al fútbol nacional.
Las personas que regularmente asistimos al estadio somos rostros conocidos, ya que nos vemos allí cada fin de semana apoyando a nuestro equipo, ya sea en un partido de la primera fecha, en las semifinales o finales de cada torneo. Ir al estadio es toda una experiencia, en la cual encontramos todo tipo de personajes; desde los más discretos hasta los revoltosos, quiénes se caracterizan por pasar gritando todo el partido y contradiciendo las decisiones arbitrales. No importando si son discretos o revoltosos, ¿Es posible decir que los aficionados que vamos al estadio tenemos un nivel más alto de identificación y apoyo al fútbol nacional que el resto? ¿Somos más patriotas a nivel de fútbol?
En mi opinión, es precisamente en el estadio donde podemos conocer a los verdaderos fanáticos de este deporte. Ellos, por la realidad que afronta nuestro fútbol, no pueden pretender llegar a ver un partido de gran nivel; sin embargo, apoyan a su equipo por puro amor a la camisola. El fútbol como símbolo de identidad es más que ponerse una camiseta, sin importar la marca o procedencia; es sentirse parte de un equipo, sentir “tuyo el triunfo”, sentir “tuya la derrota”, es gritar, reír y llorar cuando se ve jugar a tu equipo favorito. ¿Por qué la gente sí hace esto con el Barca y el Real, y no con nuestros equipos?
La emoción que provocó la clasificación de la Selección sub-20 a un mundial, forma parte importante en la historia de nuestro fútbol; ese día quedará plasmado en la mente y corazón de los fanáticos que se dieron cita en el estadio, en un restaurante o que siguieron la trasmisión por el Internet o la radio.
Esa noche a nivel nacional se vivió un ambiente de fiesta. A pesar de tantos problemas que aquejan a los guatemaltecos, se vivió una noche inolvidable donde se podía sentir la alegría en la voz de los narradores que trasmitían con júbilo el pitazo final de un sueño que ahora se convertía en realidad. “Guatemala 2 – Estados Unidos 1”. Guate le ganó al “Gigante de la Concacaf”, le ganó a un equipo que en los últimos cinco mundiales en su categoría jamás había faltado a la fiesta grande del fútbol. Esa noche y a la mañana siguiente, las redes sociales se inundaron de comentarios positivos de personas a quiénes ni siquiera les interesa o conocen sobre el fútbol nacional, pero que inevitablemente se contagiaron de los titulares que invadieron los principales periódicos del país. ¿Sabíamos que se estaba jugando un pre mundial en nuestro país antes de este triunfo?
En mi caso fue una noche especial ya que considero que soy de las personas que contra todo pronóstico, trata de confiar y apoyar al fútbol nacional. La noche del 6 de abril del 2011, quedará plasmada para siempre en mi memoria y en mi corazón. Después de tal algarabía, tres días después del histórico triunfo, esa misma selección vivió la alegría de adjudicarse el tercer lugar a nivel centroamericano, y clasificarse a los juegos panamericanos a jugarse en agosto próximo en México.
A pesar que yo reconozco sentirme identificada con el fútbol nacional, el resto de circunstancias son las que me hacen preguntarme: ¿Realmente tenemos identidad con nuestro fútbol cuando juega la selección o sólo nos alegramos por los triunfos momentáneos?