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Carlos Martínez/ Opinión/

Con toda seguridad, la mayoría de personas que leerán este artículo no tendrán ni la más remota idea sobre quién es el personaje al que le dedicaré las siguientes líneas. Un personaje sobre quién jamás había escuchado hasta que tuve la fortuna de leer el libro que lleva el mismo nombre de este artículo: “El hombre que humilló a Hitler o “Crossing Hitler” en inglés, escrito por el abogado e historiador Benjamin Carter Hett.

Previo a aventurarme a presentar a este desconocido personaje, se hace necesario contextualizar un poco sobre el marco histórico que envuelve esta apasionante historia.

Héroes anónimos

Con frecuencia hemos escuchado hablar de Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt, e incluso del sanguinario Iósif Stalin, como “los tres grandes héroes” que encabezaron el bloque de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial y que, para fortuna de la humanidad entera, terminaron por frustrar los desquiciados y maquiavélicos planes del todopoderoso Führer de la Alemania Nazi.

Sin embargo, antes de la caída de los nazis en manos de los aliados, muchos seres anónimos plantaron cara a Hitler y, aunque sucumbieron en el intento, no dejan de ser verdaderos héroes de la historia y auténticos estandartes en contra del totalitarismo, el abuso y la represión.

Hitler, el mito

Para nadie es un secreto que la figura de Adolf Hitler ha sido controversial a lo largo de los años.  Por una parte, el personaje más odiado por la gran mayoría del mundo contemporáneo y que pasará a la historia como el ser humano más perverso que ha pisado la faz de la Tierra, entre otras cosas, por ser considerado el artífice de la denominada “solución final de la cuestión judía” (Endlösung der Judenfrage, en alemán). Su plan consistía, palabras más palabras menos, en la aniquilación total de la raza judía en Europa y la supremacía de la “raza aria” por encima de todas las demás.

Mientras que, en contraposición a su lado más perverso, Hitler es considerado por los grandes estudiosos de la materia como el mejor orador que se haya visto jamás y uno de los líderes más carismáticos y magnéticos de la historia.

La ascensión de los Nazis

Pareciera increíble que Hitler, un tipo de baja estatura, ojos azules, nariz respingada, bigote chistoso y peinado ridículo, fuera capaz de hipnotizar a toda una nación quebrantada por los estragos de la crisis económica de 1929 y humillada luego de la firma del Tratado de Versalles, donde Alemania había quedado como la gran perdedora de la Primera Guerra Mundial.

De tal suerte que el resentimiento de la clase media alta por la derrota en la guerra, el aumento de la violencia callejera – que según los nazis era culpa de los comunistas – y la depresión económica que dejó a cinco millones de alemanes en el desempleo, fueron las principales causas del acceso al poder de los nazis. Así pues, la figura de Hitler y el partido Nazi fueron in crescendo, inversamente proporcional a la caída de la agonizante democracia alemana que amenazaba con desaparecer en cualquier momento.

El todopoderoso Führer

Finalmente se llegó el día temido por todos (menos por los fanáticos alemanes del partido nazi),  un fatídico 30 de enero de 1933 Hitler fue nombrado canciller de Alemania, desapareciendo con su llegada las esperanzas de una época de paz y estabilidad en Europa.

La guinda al pastel de este trágico panorama tuvo lugar con la muerte del Presidente de Alemania, el general Paul von Hindenburg, pues fue la oportunidad perfecta para que Hitler concentrara el poder en sí mismo al unificar la figura del Presidente y del Canciller, convirtiéndose así en amo y señor absoluto de Alemania.

Nadie podía cuestionar sus decisiones. Si era azul, era azul. Si era rojo, era rojo. Si era negro, pero el Führer decía que era blanco, entonces era blanco. El Führer tenía siempre la última palabra. El Führer era la salvación de Alemania. Lamentablemente la ambición de Hitler no tuvo miramientos, y tras la invasión de Polonia en 1939, el Reino Unido le declara la guerra a Alemania, iniciando así la Segunda Guerra Mundial, con los escalofriantes resultados ya conocidos por todos y que no es necesario volver a recordar.

Luego de este breve pero necesario exordio, presentaré al personaje del que nunca había escuchado, pero que me cautivó desde el momento en que conocí su historia.

Hans Litten, el hombre que humilló a Hitler

Hans Joachim Litten fue un joven abogado alemán de descendencia judía que nació un 19 de junio de 1903 en Halle, una ciudad de Alemania, situada en el estado de Sajonia-Anhalt, y murió en el campo de concentración de Dachau, en Baviera, el 5 de febrero de 1938.

Un inteligente, radical y férreo opositor del nazismo. Uno de esos seres anónimos que se atrevieron a desafiar a Hitler, y que es considerado en la actualidad como uno de los faros de la resistencia alemana contra la “hidra nazi”.  El joven abogado fue parte de ese grupo de personas que veían en el horizonte las nefastas consecuencias del paulatino advenimiento del nazismo y se plantó como uno de los primeros oponentes políticos del Führer, razón por la cual, eventualmente, fue perseguido y ajusticiado una vez que el partido Nazi ascendió al poder.

Incluso mucho después de haber sido nombrado Canciller, Hitler no podía soportar que se pronunciase el nombre de Litten enfrente de él.

¿Por qué Hitler odiaba a Hans Litten?

Litten era un acérrimo anti-nazi. Desde muy joven mostró su simpatía por los más desposeídos y, ya ejerciendo como abogado, se especializó en defender a trabajadores y miembros rasos del partido comunista alemán; a pesar que él mismo afirmaba que no era comunista.

El 8 de mayo de 1931, en los juzgados penales de Berlín, Hans Litten se enfrentó cara a cara con el líder del Partido Nacionalsocialista, Adolf Hitler. ¿El motivo? Litten había logrado una orden judicial para sentar a Hitler en el banquillo de los acusados e interrogarlo como testigo en un proceso que se llevaba a cabo en contra de diversos miembros de las famosas tropas de asalto nazi, las SA (Sturmabteilung). Se les acusaba de intento de homicidio en contra de una veintena de obreros izquierdistas en un bar ubicado en el Palacio del Edén, en Berlín, el 22 de noviembre de 1930.

La acusación pretendía, además de identificar y castigar a los responsables del atentado, demostrar que los nazis utilizaban el terror de forma sistemática para socavar las estructuras democráticas en Alemania. De tal manera que la investigación de Litten lo llevó a demandar la asistencia de Hitler en el juicio para obligarlo a declarar bajo juramento y así demostrar los extremos de la acusación.

En el transcurso del interrogatorio, Litten logró conseguir lo que nunca nadie antes había conseguido: acorralar a Hitler.

El nerviosismo del Führer

Ante el interrogatorio del joven abogado, el Führer cayó en numerosas y profundas contradicciones, quedando literalmente en ridículo y bajo un gran nerviosismo. Hitler no supo responder de manera convincente a ninguna de las preguntas y se vio disminuido por la sagacidad de Litten.

Al principio de la diligencia judicial, Hitler insistía en que, tanto él como su partido, estaban profundamente comprometidos con el estricto cumplimiento de la ley. Sin embargo su compostura empezó a quebrarse cuando Litten le preguntó por qué entonces había llegado a la Corte acompañado por hombres armados.

“¡Esto es un completo disparate!”, gritó el líder nazi.

Uno de los momentos más épicos del interrogatorio es cuando Hans Litten lee ante el tribunal un artículo del jefe de la propaganda nazi, Joseph Goebbels (otro lunático igual que Hitler). En este artículo, titulado El nazi-sozi, enfatizaba que para llegar al poder era necesario “hacer picadillo a nuestros rivales”, además de prometer que el movimiento nazi iba a “hacer una revolución” y “enviar al parlamento al diablo” usando los “puños alemanes”.

Cuando Litten le preguntó cómo estas afirmaciones de su Jefe de Propaganda podían entenderse como un compromiso con la legalidad, Hitler empezó a exacerbarse y a buscar desesperadamente una respuesta, según reportaron periódicos de época.

El áspero y prologando interrogatorio fue tan agotador para Hitler, que el mismo líder nazi admitió en algún momento haberse sentido “crucificado” por el joven abogado.

Según el historiador de la Segunda Guerra Mundial, Laurence Rees, no fue el hecho de que Litten se enfocara en la violencia de los nazis lo que enfureció a Hitler.

 

[quote]“Lo que volvió a Hitler loco es que alguien le expusiera las evidencias de una forma metódica y calmada  

-Laurence Rees, historiador.

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Rees afirma que Hitler odiaba el debate intelectual, prefería exaltar a la masas y emplear un tono furioso. ¡Además Litten era judío! Por si fuera poco, el joven abogado era el típico  intelectual de sangre judía que Hitler tanto odiaba.

Repercusión del interrogatorio

Luego de haber leído lo acontecido con el caso Litten, me pongo a pensar: ¿qué hubiera pasado si Hitler no se hubiera suicidado? ¿Qué tal si hubiera sido sometido a los Juicios de Nüremberg al igual que sus secuaces? A mi criterio, probablemente, la línea del interrogatorio de Litten hubiera prevalecido y su postura cínica habría sido la misma.

En una parte del interrogatorio, Litten le pregunta a Hitler: “¿Entiende usted los crímenes que los miembros de la SA han cometido y que son por todos conocidos?”. A lo que Hitler respondió enfurecido “¡Me niego a reconocer que ocurrieran ese tipo de cosas! Las SA no cometieron asesinatos, sólo defendían a Alemania”. 

Estoy seguro que si, en un hipotético caso, Hitler hubiera sido cuestionado en los Juicios de Nüremberg sobre los campos de concentración y el holocausto judío, su respuesta habría sido la misma a la que dio aquel 8 de mayo de 1931 a Hans Litten.

En fin, eran las 12:45 de aquel día, Hitler llevaba más de tres horas y media declarando y según reportes de la prensa, “se le veía agotado”.

A partir de ese día, Litten encabezaba la lista de enemigos públicos de Hitler, quien habría prometido que, a su debido tiempo, cobraría su venganza en contra del “abogado judío Litten”.

Cabe señalar que, a medida que Hitler crecía en popularidad y aumentaban sus posibilidades de alcanzar el poder, los amigos de Litten le recomendaron abandonar Alemania, pero éste se negó.

La sentencia judicial

Si bien es cierto, el juez a cargo del caso sentenció en contra de los miembros de las SA acusadolos de intento de homicidio, la cuestión crucial del juicio era mucho más profunda: el ataque al Palacio Edén ¿había sido un acto compulsivo de unos jóvenes exaltados, o formaba parte de una campaña organizada de terror?

Al final de cuentas, el Tribunal no abordó las motivaciones políticas del atentado, al afirmar que “los acusados actuaron sin intenciones deshonrosas”. Así pues, para efectos prácticos, alguien podría aseverar que el interrogatorio de Litten no tuvo mayor utilidad. Y en realidad, puede ser que dicha afirmación no sea del todo incorrecta. Sin embargo, el interrogatorio había marcado a Hitler y fue un acontecimiento que jamás en su vida olvidaría.

En cuanto a Litten – pese al apoyo que le brindó la prensa de izquierda y el Colegio de Abogados –  fue adquiriendo un perfil cada vez más polémico, debido a sus invectivas contra el sistema político y judicial de la Alemania pre-nazi.

La venganza de Hitler

Tras su asunción como canciller en enero de 1933, Hitler – herido en su ego por la humillación de aquel interrogatorio – ordenó la detención de Litten tras el tristemente célebre episodio del incendio del Reichstag, la sede del parlamento alemán, el 23 de febrero de 1933.

El gobierno nazi, convencido de que se trataba de un atentado perpetrado por comunistas, desató de inmediato una oleada de detenciones de dirigentes y profesionales de izquierdas, así como de funcionarios, intelectuales y artistas simpatizantes o sospechosos de simpatizar con el comunismo. Una de las primeras víctimas de las redadas fue Hans Joachim Litten.

Después de ser detenido, fue internado en la presión de Spandau. Posteriormente, pasó por el campo de concentración de Sonnenburg y la cárcel de Brandeburgo, donde fue torturado y humillado. Finalmente, en octubre de 1937, fue trasladado a Dachau, donde murió aparentemente por suicidio el 5 de febrero de 1938.

Litten y el caso de Guatemala

Por fortuna, en Guatemala no tenemos ningún Hitler. Tampoco vivimos bajo un régimen totalitario y represivo, a pesar de todas las carencias de nuestra débil e incipiente democracia.  Sin embargo, al igual que en la época de Hans Litten, sí existen muchos caudillos que representan la opresión y la injusticia. Funcionarios corruptos que han puesto de rodillas a la población y han zaqueado las arcas del Estado para satisfacción de sus intereses perversos.

Ojalá y surjan más de esos héroes anónimos, de esos héroes como Hans Litten, aquellos que con su trabajo diario enaltecen la profesión del abogado y constituyen verdaderos pilares en la construcción del Estado de Derecho al que todos aspiramos. ¡No podemos ser indiferentes! Levantemos la voz y denunciemos. Levantemos la voz y pongamos contra las cuerdas a aquellos que se lo merecen. La búsqueda de la justicia social y la paz es cuestión de todos, no sólo de los que estudiamos derecho o los que estamos en la universidad.

El caso de Hans Litten es icónico. Un jóven profesional, idealista, un intelectual reacio, que no le importó enfrentarse a uno de los dictadores más despiadados de todos los tiempos, con tal de defender sus convicciones y luchar por lo que creía. Ojalá y en las aulas universitarias se esté forjando a los Hans Litten de hoy.

Por mi parte, jamás me olvidaré de este personaje, desconocido para mí hasta hace poco, y que a partir de hoy tendré siempre presente como uno de los grandes idealistas de la historia y como un ejemplo para mi futuro profesional. Lamentablemente para mí, ya que terminé de escribir este artículo, no me queda de otra que devolver el libro a la persona que me lo prestó.

¡Heil Litten!

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