Entre mis cualidades no destaca la paciencia. Y entre mis defectos sobresale el perfeccionismo, la autocrítica y la inconformidad. No siempre fui una mujer segura de sí misma. Ha sido algo en lo que he trabajado a lo largo de los últimos años. Muchas veces cuestiono mis palabras, mis acciones e incluso las de los demás, probablemente porque en mi cabeza revivo ciertas situaciones e imagino una dimensión mucho más agradable a la realidad que me toca afrontar después de meter la pata.
Incluso he pensado que atormentarme con el pasado me causa una especie de placer y adicción.
No estoy segura de la cantidad de veces que lo he pensado, pero sí tengo muy presente la última vez que lo hice. Hace 3 semanas, entre un mar de dificultades, casualmente, en todos los ámbitos de mi vida. Era viernes y regularmente me permito tomarme un par de minutos más de la hora de almuerzo con la excusa de pensar que todos hacen lo mismo. Salí a las 12:00 y caminé sobre la sexta avenida de la zona 1. Esa que tanto enseña y pareciera acicalar el alma. No sabía exactamente a donde iba, lo único que necesitaba era hacer catarsis y comprar alguna cosa que me llenara la panza.
Terminé en el pasaje Rubio y entré a un rinconcito que descubrí con una amiga un par de semanas atrás. Intenté leer un libro de Mario Vargas Llosa que agarré de un estante y pedí una cerveza artesanal. No pasé ni siquiera de la página del epígrafe sin comprender una palabra y la mente comenzó a divagar. Traté de sanar la desilusión de la oportunidad laboral que me acababan de negar y mi desesperación por cambiar de trabajo; traté de buscar la manera de subsanar las cagadas que llevaba en el primer mes del año y pensé en muchas cosas que podría haber hecho diferente.
A todo esto, me respondí con lo mismo que le he dicho tantas veces a mi mamá y a mis amigos, “el hubiera no existe”. No sirve de nada torturarnos con lo que pudimos haber hecho, con lo que pudimos haber dicho, con ese último beso que pudimos haber dado o la reacción con la que pudimos haber enfrentado una situación.
Probablemente, no consigamos más que un alivio pasajero, nadando en un mar de posibles escenarios completamente distorsionados de la realidad que nos toca afrontar. Sin embargo, son solo eso. Damos una ojeadita a una serie de situaciones vividas que no podemos cambiar ni corregir, reprochándonos las mil y un maneras que se nos ocurren para mortificar nuestro presente.
Por eso a manera de mantra para serenar mi interior, he tratado de repetirme que está bien cagarla de vez en cuando. Que se vale ser impulsivo una que otra vez, que dejando a un lado el cliché de que toda acción tiene su reacción. Estoy donde estoy gracias a las decisiones que he tomado, que lamentarme no va cambiar nada, que el pasado pisado y el presente de frente.