Moisés Cuca/ Colaboración/
Hace unos años mi padre tuvo la oportunidad de viajar y conocer brevemente cómo es la vida en los países al otro lado del mundo. En esa ocasión conoció a muchas personas, las cuales nunca habían oído mencionar Guatemala, y otros muy pocos que apenas recordaban el nombre en sus clases de geografía. Me contaba haber vivido una sensación entre cómica e indignante al escuchar cómo se imaginaban que era este país. Seguramente esta es una sensación que muchos han vivido, y para quienes no, les contaré algunos de los comentarios que surgieron en ese momento.
–¿Tienen electricidad en Guatemala?, me lo imagino como un lugar donde la gente vive en pequeñas chozas, hacinados, calentándose al calor de fogatas.
–Guatemala está en África ¿cierto?, es de esos lugares que salen en la televisión donde no conocen los teléfonos, microondas y ese tipo de cosas, debe ser un extraño lugar para vivir.
–No sé cómo lo logran sin agua, debe ser muy complicado, supongo les toca buscarla en algún tipo de río, lago, un pequeño pozo o algo así.
Recuerdo que luego de escuchar eso, pensaba ¿por qué ellos piensan que Guatemala es así?, porque en realidad no es así, aquí hay ciudades, automóviles, teléfonos y centros comerciales; al menos yo tengo una televisión en mi casa, un radio, una computadora y estoy seguro que hay muchos más que también tienen. Un tiempo después, me daría cuenta que me faltaba conocer más mi propio país y darme cuenta que estas personas no estaban tan lejos de la realidad.
A pesar de que no veamos esa realidad todos los días, o en el peor de los casos, que no queramos ver la situación que nos rodea, no podemos omitir el hecho que aunque no nos guste, pertenecemos a esa realidad. Con fin de informarnos un poco, acá unos datos sobre lo que se vive en Guatemala. El 70% de la población es joven, suceden 14 muertes violentas al día, el 13.33% de la población vive en pobreza extrema lo que significa $ 1.25 por día (Q. 9.80 ), el salario de un diputado en Guatemala es de Q. 1,325 por día hábil, 40.38% de la población vive en pobreza, 45% de la población vive en áreas rurales, 75% de la población se desenvuelve en una economía informal, el analfabetismo supera el 13%, el 38.9% de los niños menores a un año padecen desnutrición crónica.
Estos datos nos ofrecen un vistazo de lo que sucede en Guatemala.
Después de conocer esto lo primero que llegó a mi mente fue un sentimiento de indignación al conocer los contrastes que existen en este país, imaginarse que un funcionario público recibe 135 veces más lo que el 13% de la población que vive extrema pobreza, ¡cómo puede ser eso posible! Lo más interesante fue verme en la misma posición más tarde al poder ayudar y no hacerlo, cuando un rostro de pobreza te ve a los ojos y lo que haces es voltear la cara y evitar el momento incómodo.
No sé si hayan escuchado antes la idea “turismo con los pobres”, quizá algunos, al igual que yo, fue parte de eso. Yo lo entendí luego de vivirlo, luego de ir a visitar gente pobre, ver cómo viven, quizá llevar algo, uno usualmente piensa que llevar algo siempre cae bien, estar con ellos, pero al final, regresas a tu casa, te sientes feliz por lo que tienes, pero te queda claro que todo aquello que viste no es tu realidad.
Sin embargo, a mí como a otras personas, nos tocó vivir un proceso de transformación, donde el conocer la situación de la sociedad, así de una forma conceptual, pasó a ser el nombre de una persona, el rostro de un niño, las palabras de una madre soltera, los padecimientos de un anciano, las necesidades de personas sin hogar, los sueños de la gente. Eso, definitivamente deja la indignación a un lado y te llena de sentimiento, que lo sientes dentro, en las entrañas, te corta la respiración, te deja un nudo en la garganta, deja lágrimas en los ojos, quizá sientas como un enojo profundo, pero luego te das cuenta que lo que realmente sientes es compasión, porque estas personas son igual que tú, con las mismas aspiraciones y sueños, con un espíritu incansable, y entonces estás seguro que no puedes ser más indiferente y que ¡tienes que ayudar!, tienes que meterte, hacer algo, ofrecer tu tiempo, tu energía, tu conocimiento, lo que sea, pero dar algo de ti.
Muchas personas, sino es que todos, tomamos gran parte de nuestro tiempo en hacernos de una vida más cómoda, quizá pensando que esa es la felicidad, pero en algún punto, te das cuenta que existe un motivo para tu vida, que existe ese algo que la llena, que le da sentido, que la nutre, la fortalece, le da energía; yo he aprendido que ese motivo no eres tú mismo, ese motivo siempre está en alguien más, puede que sea tu familia, tus padres o tus hermanos, quizá tu pareja, o cualquier persona a tu alrededor, lo que algunos gustan más de llamarle prójimo. Cuando conoces lo que es que por un momento tu vida no es el centro de tu atención sino la vida de alguien más, entonces haz conocido el ingrediente que faltaba, el toque final.
Aquel sentimiento que me motivó a hacer algo, se concretizó en mi participación como voluntario en un proyecto dentro de la universidad.
Empecé ayudando a niños con sus tareas de la escuela, cerca del basurero de la zona 3 de la ciudad, posteriormente participé como maestro voluntario y estas actividades le han dado a mi vida una perspectiva diferente de las cosas, entre ellas la idea que cualquier cambio que pretenda llevar a la mejora del país necesariamente tiene que pasar por la educación de la gente, educación que más allá de lo académico nos permita comprender la situación que vivimos.
Como podrás imaginarte muchas experiencias han surgido de este tiempo, algunas tristes, otras muy cómicas, pero las más importantes son esas que te dejan una algo para toda la vida. Un día, me tomé el tiempo de platicar fuera de clase con una persona que era mi alumna, ella trabaja en una tortillería de 6 de la mañana a 7 de la noche, es madre soltera de dos niños, uno de los cuales aún es de brazos. Me comentaba que ella estudiaba siempre de noche, pues no tenía otro momento, lo hacía en su cama, mientras arrullaba a su hijo contra su pecho y con un brazo, solo un brazo porque en el otro tenía el libro de su clase, y así podía pasar las hojas mientas leía. Se disculpó conmigo porque no pudo terminar de estudiar, me dijo que estaba muy cansada y que se había quedado dormida, pero que si por favor podía explicarle el tema, puesto que no estaba dispuesta a perder ningún año de sus estudios, la razón era que no podía demorar más en darle una mejor vida a sus hijos y que por eso ella haría todo lo necesario para aprender. Eso dejo en mí dos lecciones invaluables, la primera, verme como estudiante y valorar el esfuerzo de tanta gente para que yo pueda dedicarme a estudiar, y la segunda que con solo una hora de mi tiempo a la semana yo podía ayudar a alguien a cumplir con su sueño.
Seguramente a estas alturas el objetivo de este artículo sea más que evidente, sin embargo, enfatizaré en la motivación a hacer cosas diferentes, a ser parte del cambio, a construir un mundo mejor, a estar seguros que toda acción positiva que hagamos siempre repercute.
Te invito a que participes de este sueño, que aunque probablemente ni tu ni yo no lo veamos concluido, tendremos la certeza que hemos cambiado la vida de alguien más.