Camila Saenz/ La Pluma Invitada/
Crecemos y creemos que la manera correcta de vivir es únicamente como hemos vivido. También crecemos creyendo que algunas cosas son las más importantes, como tener cuerpo de revista, tener el mejor carro, la casa más grande, la ropa que está de moda o el celular más nuevo. Nos rodeamos de gente que piensa igual, entonces nunca nos imaginamos que hay otras maneras de vivir y hay cosas más importantes en la vida aparte de esas. Yo tenía 16 años cuando logré entender que las cosas no son necesariamente así.
*Astrid y sus hermanas antes y después de construir su casa (su casa era la lámina de la par).
Era diciembre y por primera vez decidí ser voluntaria para TECHO, una organización que construye casas para gente de pocos recursos en Latino América. Junto a un gran grupo de jóvenes con un corazón más grande que la mochila que llevaban y con las ganas de construir casas y esperanza, viajamos a Las Mercedes (una comunidad que queda a menos de dos horas de las casas de dos o tres niveles en carretera a El Salvador). La casa donde vivía Astrid, quien en ese entonces tenía 5 años, junto a sus dos hermanas, papá y mamá, era del tamaño de uno de los cuartos de mi casa. Las paredes eran de lámina y propaganda presidencial cubría los agujeros de las partes oxidadas. El único colchón que tenían lo sostenía 4 troncos de madera y el piso era de tierra. Lo tengo tan presente que no puedo pensar que fue hace 5 años cuando Astrid me dijo al terminar de construir su nuevo hogar, “Gracias Camila, ahora no tendré miedo cuando llueva, porque mis dibujos ya no se van a mojar.”
Lloré, y lloré un montón. Yo nunca le tuve miedo a la lluvia, tal vez a los truenos, pero no porque mis dibujos fueran a mojarse. Dos días después de TECHO me fui al FIE (Foro Internacional de Emprendedores). Una semana en Xetulul donde grandes emprendedores presentan foros para jóvenes guatemaltecos. Muchos de mis nuevos amigos eran hijos de dueños de restaurantes y empresas grandes en Guatemala, por lo mismo nunca les faltó nada y tampoco le tenían miedo a la lluvia. “El pollo esta muy frío y grasoso” dijo uno y el otro respondió: “mejor compremos pizza”. Así fue como 6 platos llenos de comida se fueron directo a la basura. Todo parecía increíble, no creíble. ¿Cómo no nos dábamos cuenta que en nuestro país hay gente que no come por días? Llamé a mi mamá y lloré otro montón. Siempre he pensado que estas dos semanas de mi vida han sido donde me ha tocado aprender de la manera más fuerte.
Sabía sobre los contrastes tan grandes de nuestro país pero nunca los había entendido de esta manera.
Me gradué a los 17 años del colegio y en diciembre del 2012 decidí “mochilear” por Guatemala por casi un mes con otros amigos, todos 3-5 años mayores que yo. Fuimos a Huehuetenango, Semuc Champey, a la Antigua, a Amati y otro par de lugares. En este mes conocí a gente de muchísimos países y continentes diferentes. Me contaron historias que pensé que eran como de película. Ana, una canadiense de 23 años que planeaba mochilear sola de Canadá hasta Argentina. Un alemán que se hacía un tatuaje en cada país al que iba, Guatemala era su país número 36. Tobi que trabajaba por 2 años sin parar, ahorraba y después viajaba por 1 año o hasta quedarse sin dinero. Australianos, franceses, gringos, alemanes y otro montón más…sin embargo, a ningún guatemalteco. ¿Por qué?
¿Por qué hay gente que viaja el mundo entero para conocer Guatemala y nosotros anhelamos tanto salir de un país que tiene tanto que dar, tanto que ver, tanto que aprender y tanto que enseñar?
¿Por qué los guatemaltecos no tenemos esa motivación por entender lo que ignoramos y de dejar nuestra tan conocida área de confort? ¿Por qué nos conformamos con esa rutina de ir a la universidad después del colegio, graduarnos para trabajar, buscar a alguien con quien casarnos, tener hijos y seguir trabajando para pagar todo eso y después que nuestros hijos hagan lo mismo?. No digo que esté mal, pero ¿será que hacemos esto porque le tenemos miedo al cambio? ¿Por qué adaptarnos a solo una cómoda rutina de vida? Cuando el mundo tiene tanto para ofrecer y nosotros tanto que dar. A veces siento que por el mismo miedo al cambio, nos acomodamos con lo que tenemos. Se nos va la vida, sin experimentar, sin conocer otras formas de vivir y sin dejar una huella.
Me gusta mucho viajar y vivo agradecida con la vida por poder hacerlo. En mis viajes he visto y vivido realidades muy diferentes a la mía. Bodas de niñas de 16 años en Nepal que sus papás las obligan a casarse con un señor de 50 años. Niños en Kenia que juegan con cajas vacías de leche todo el día. Una niña de 10 años en Filipinas que vivió en una carpa con su familia por más de un año después de que un huracán se llevó su casa. He hablado con personas de mi edad que tienen que trabajar en una fábrica de ladrillos en Nepal u otras que salen en las noches en Tailandia y esperan que un extranjero quiera pagarles para poder irse con ellos a su hotel. Estas realidades las viven tantos niños y niñas en Guatemala y seguramente en todos los países del mundo, en unos más que en otros. Mi punto es que aunque no seamos capaces de cambiar del todo estas situaciones, el hecho de aportar algo para un cambio, el estar conscientes de esto, nos hace valorar la vida de una manera diferente. El aprender a compartir, el ser agradecidos, el ser parte, por pequeño que sea, de un cambio, de una mejora en la vida de alguien más, le da mayor sentido a la vida.
*Una niña en Nepal que su papá la obligó a casarse.
El mundo es demasiado grande. Hay demasiados países con culturas, gastronomía, paisajes, costumbres y tradiciones totalmente diferentes entre sí; sin embargo, hay algo igual en casi todos los países: gente con pocas oportunidades y gente con muchas oportunidades. Si nosotros tenemos la fortuna, suerte, dicha, bendición o como quieran decirle de ser parte de ese segundo grupo, tratemos de hacer un cambio, no solamente en nosotros, sino un cambio que aporte algo positivo a las
personas que son parte de nuestro día a día; aquí o en donde sea que despertemos mañana. Tal vez se escucha difícil, pero es más fácil de lo que parece. Mientras muchas personas esperan que las oportunidades lleguen a sus manos, otros buscan las oportunidades y toman la que más les guste, porque hay muchísimas opciones para elegir. Hay que elegir lo que nos hace felices y que en algún futuro hará algún bien a la tierra, al mundo o a otra persona.
*Niños trabajando en la fábrica de ladrillos en Nepal.
Redefinamos la palabra “prioridad”, que nuestras prioridades no sean el presumir tener más cosas materiales que los demás, sino que sean poder ser parte de un cambio en la vida de los demás.
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Imágenes: Camila Saenz