María Fernanda Galán/ 

¡Que si la izquierda o que la derecha! ¿Fachos o chairos? Ese es el discurso que nos presentan para distraer. Es mucho más sencillo que una discusión ideológica: en Guatemala la corriente política que domina es el deseo de llegar al botín para saquear al Estado.  Esto, como es de esperar, ha generado el hartazgo de quienes hemos vivido atestiguando las desigualdades e injusticias comunes en un paisaje donde conviven los carros de lujo y los niños que apelan a la caridad de los conductores en los semáforos para poder comer.

Vivir en condiciones tan extremas –miseria y opulencia-, nos ha llevado a un juego político en el que los extremos políticos se intentan vetar y boicotear con el afán de mantener su tajada de poder, a costa del propio país. Nos distraen con discusiones infértiles y en otras latitudes ya superadas sobre el comunismo –sin siquiera una delimitación conceptual y teórica-, o bien,  nos acusan de corruptos si estamos a favor de la explotación de los recursos naturales. Este constante choque nos mantiene entretenidos y alejados –con justa razón y fundamentados en el asco- de lo que debería preocuparnos: los partidos políticos.

La clase política -como se le dice ahora a manera de insulto- no es el problema.

El problema en realidad son las estructuras partidarias que los han llevado al poder, que se han convertido en verdaderas fábricas de nefastos, impresentables y cualquier otro adjetivo peyorativo que usted desee agregar. Utilizar el nefastismo como corriente política, implica ser un político nefasto,  adjetivo que la Real Academia Española explica como una persona desgraciada o detestable, pero yo defino un ser un egoísta, que busca llenar su alma vacía con la sensación de realeza que el poder les otorga y el dinero que la corrupción les ofrece.

El hartazgo es tal, que muchos ya no creen en la participación ciudadana y se han desentendido de la democracia por asegurar que el país es la fincona de unos cuantos; elegir y ser electo ya no es una aspiración de los nobles, emitir el voto dejó de ser una ilusión que viene con cumplir 18 años.

Sin embargo, es muy ingenuo defender que una persona, por no pertenecer a la clase política –un outsider-, cumple con los requisitos que desearíamos ver en un gobernante, por el simple hecho de no tener vínculos con algún partido. No digo que las candidaturas independientes –por ejemplo- no sean una opción adecuada, pero sí creo que es necesario rescatar los partidos políticos para que cumplan con su función primordial de ser una voz integradora, un espacio organizado que sirva de canal de recepción de las demandas de la población.

Ya no necesitamos más partidos que se organizan y mueren cada cuatro primaveras para presentar candidatos a puesto de elección popular con la única convicción nefasta de hacer gobierno para sus amigos y familia.

Acá necesitamos impulsar proyectos políticos que responda a las necesidades imperantes de lograr un puente de interacción entre los partidos políticos y la sociedad, que tengan elementos fundacionales definidos a los cuales les sean fieles y con los cuales el ciudadano se pueda identificar no solo ahora, sino a futuro.  

En este momento quien enarbola la bandera de la derecha o la izquierda para encabezar su lucha por el país, está simplemente evitando las discusiones de fondo, sin atajos, que irremediablemente nos deben llevar a replantear el sistema de partidos políticos.

Compartir