Donald Trump no es un presidente común. El otrora candidato presidencial republicano, a diez días de ocupar la Casa Blanca, ha mostrado ser un político completamente distinto a lo experimentado en Estados Unidos. Trump, en pocos días, ha desatado caos en varios niveles del gobierno estadounidense. Primero, firmó una orden ejecutiva obligando a los diferentes órganos del ejecutivo estadounidense para cumplir con la mayor laxitud posible las disposiciones de la Ley de Cuidado Asequible (Affordable Care Act, o “Obamacare”). Luego, firma otra orden con el fin de matar la participación estadounidense en la Alianza Transpacífica, un bloque prospectivo de comercio compuesto de países que bordean al océano Pacífico, con el fin de “proteger empleos estadounidenses”. Después, Sean Spicer, su secretario de prensa, se decide pelear con los medios sobre la afirmación de la Casa Blanca de que la inauguración de Trump fue la mayor manifestación pública en Washington, cuestión fácilmente desmentida con una comparación de fotografías, dando así, inicio a una guerra con la prensa sobre “hechos alternativos”.  Si esto no fuera suficiente, Trump decidió también prohibir la comunicación por medio de Twitter a los empleados de las agencias federales de protección ambiental, así como que éstos den declaraciones a la prensa; y finalmente, firmó[5] una orden ejecutiva que prohibe el ingreso de refugiados por 120 días y vedando la entrada de otros ciudadanos de los países de Iran, Iraq, Libya, Somalia, Sudan, Siria y Yemen a Estados Unidos, incluso si son residentes legales.

Los primeros días de puro terror.

Al leer las acciones anteriores, me tiemblan las vértebras. Evidentemente, Trump busca dar la apariencia de que está cumpliendo con sus promesas de campaña. Por medio de tuits, logró que una compañía tan grande como Ford cancelara sus planes de abrir una planta de manufactura automovilística en México, con un costo proyectado de US$ 1.6 mil millones. Estamos hablando de alguien que construye política económica – e incluso, política exterior – por medio de tuits. Sí, tuits. los mismos 140 caracteres en los cuales escribís cuando estás enojado, insatisfecho o borracho. Trump está inaugurando una nueva era en la política estadounidense, una donde los canales institucionales de gobierno, construidos tras prueba, error y sangre en los últimos 241 años, se vienen abajo precisamente por el tipo de demagogo que los constituyentes estadounidenses temían.

Los constituyentes estadounidenses fueron previsores al establecer varios mecanismos en su constitución para frenar el poder del ejecutivo. Esta prudencia fue motivada por el miedo a la regresión hacia una monarquía. Alexander Hamilton, secretario del Tesoro de George Washington, escribió estas poderosas palabras hace 228  años, en el #71 de los Papeles Federalistas: “Cuando se presentan ocasiones en las que los intereses del pueblo varían con sus inclinaciones, es el deber de las personas quienes han designado para ser guardianes de esos intereses y aguantar la locura temporal con el fin de darle (al pueblo) tiempo y oportunidad para un razonamiento más frío y sosegado”. En circunstancias ideales, los gobernantes estadounidenses reducirían las tensiones entre su población progresista y su población conservadora de una u otra forma.

Ahora, al tener a un demagogo de presidente, esa poca prudencia o esa locura temporal, se ve representada al frente de la mayor potencia económica y militar que el mundo ha visto hasta hoy.

Al principio, como muchos, no tomé a Donald Trump en serio. Recuerdo cómo hace 5 años, miraba su  roast de Comedy Central y recordaba la expresión dolorosa en la cara de Trump cuando le sacaban la madre y lo insultaban de todas las formas posibles. Trump era, hasta hace poco, un hazmerreír. ¿Cómo podías tomar en serio al mismo tipo que salió en “The Apprentice” y que tomaba toda oportunidad posible para promoverse? Bueno, ahora ya sé que siempre tuvo público.

Hoy por hoy, viéndolo sentado en un lugar que no lo merece, en el mismo asiento en el que estuvieron Barack Obama, Bill Clinton, Ronald Reagan, John F. Kennedy, Dwight Eisenhower, etcétera; y pensar que hoy está Trump allí, es aterrador. Aún viviendo en una periferia como América Central, da terror ver a un presidente estadounidense siendo así de impulsivo y haciendo política como buen general del trópico. Peor si se es progresista; pareciera que una nube negra se cierne sobre el mundo. Es 2017 y estos 17 años del siglo XXI han sido confusos; llenos tanto de esperanza, como de decepciones para el progreso internacional. Les tocará a los progresistas estadounidenses resistir y velar por sus congéneres, si piensan sobrevivir a una presidencia que se viene dura. Pero si lo han logrado antes, confío en que lo logren ahora.

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