Francisco Juárez/
Eran las siete de la mañana cuando finalmente llegamos al puente. Marre estacionó el auto a un costado, protegido por una de las enormes columnas que sostienen el alambrado eléctrico. Permanecimos dentro, en silencio. Únicamente podíamos escuchar nuestra respiración y los motores fugaces. La niebla cubría todo el puente; hacía un frío que parecía venir desde otro mundo y los vidrios del auto se congelaban y chorreaban grandes goterones por fuera. Ambos tratábamos de calentarnos con un café con leche que compramos en el camino, en una de esas gasolineras viejas y apunto de venirse abajo que se encuentran en este tipo de ciudades.
No nos decidíamos a bajar, alargábamos la espera mientras la ansiedad crecía. Tomamos la decisión la noche anterior, después de hablarlo por mucho tiempo; era la única solución que nos quedaba.
Dicen que en ese puente muchos han encontrado un inicio, nosotros solamente el fin. Si es que tuvimos un inicio fue al nacer Robertito; antes no teníamos nada. Pero luego, la vida que tendríamos que darle, la verdadera vida que tendría que tener, no se la podríamos dar jamás. ¿Cómo te separas de lo más amado?
No nos podrán acusar por no haber luchado. ¿Formas de ganarse la vida? ¿El trabajo? ¿Cuál? Una utopía ¿la prostitución? Cuando trataron de violar y estrangular a Marre supimos que no era posible continuar así, es un milagro que a sus diecisiete años aún esté aquí.
De mis intentos por conseguir algún ingreso mejor no hablar, sólo causaría asco. Luchar, luchar, lo hago desde que al abrir los resultados leí la palabra “positivo”. Nada más negativo que esa palabra dentro de un sobre. La vida se sonríe a nuestras espaldas.
Marre me dice que para muchos es imposible que existan hombres y mujeres que sufran como nosotros, pero yo le digo que si la mayoría piensa que nuestra vida es demasiado sucia y humillante para ser real es porque nunca voltean a ver al que va al lado mientras caminan por la calle. La mayoría cierra las cortinas y echa pasador en su puerta, apaga las luces y se va a dormir. Es por eso que para ellos no existimos. Marre me ve tiernamente, hace tanto tiempo que no me veía así. Con sólo diecisiete años y tener esa mirada. ¡Ay de nosotros!
Finalmente bajamos del auto; el viento gélido nos pegó directamente en la cara haciéndonos entrecerrar los ojos. Marre me tomó de la mano, sentí cómo su brazo temblaba levemente. A unos metros logramos divisar la silueta de otras parejas. Nos acercamos a la barda de contención, nos era imposible ver el fondo con una niebla tan cargada. El viento soplaba muy fuerte.
Hacía seis meses nos había llegado una notificación de desahucio. Cuando Marre la leyó únicamente emitió un gemido apagado. No tuve necesidad de leerla. Sólo pude abrazarla y secar sus lágrimas. —¿Qué vamos a hacer? —me preguntó. No supe qué decirle.
El apartamento estaba hipotecado y ambos carecíamos de medios para cubrir los pagos de la amortización. A Marre no le quedaba sangre para donar (yo no puedo, por obvias razones). Marre tenía el cabello corto después de vender sus hermosos risos castaños en busca de conseguir un poco de pan. Papá y mamá no podrían encargarse de Robertito. Ahora nadie se encarga de ellos a cinco metros bajo tierra. Marre no conocía a sus padres y no teníamos conocimiento de que contara con algún hermano o familiar.
Nos acercamos nuevamente a la barda de contención.
La noche anterior tuvimos que quedarnos en el auto, estacionado en un centro comercial. No sé cómo no fuimos descubiertos de inmediato, Robertito lloraba mucho, Marre quería darle de mamar pero le era casi imposible, estábamos muy débiles. La falta de comida y las noches de desvelo por fin doblegaron nuestras fuerzas y dormimos profundamente, sin importar el llanto del niño.
Fue hasta el amanecer que nos descubrieron. El auto era lo único que nos quedaba; supimos que lo debíamos hacer. ¿Quién se encargaría de Robertito? ¿Quién cuidaría de él, lo amaría, lo alimentaría, le daría educación? ¿Tendría fotografías sonriendo junto a sus papás en su primer cumpleaños?, ¿Comería alguna vez pastel?, ¿Jugaría con otros niños en el parque mientras mamá y papá le esperan, sonriendo, para darle un helado? ¿Bajo qué techo te cobijarías Robertito, en qué regazo posarías tu cabeza cuando, ya un adulto, buscaras a tu madre, cansado, abatido por la vida y lloraras como un niño regresando al vientre?
Los camiones, automóviles y motocicletas pasaban a gran velocidad levantando una leve llovizna desde el asfalto. En ambas vías la vida continuaba sin cesar un solo momento, sin tomar un respiro.
Las siluetas se podían observar a través de la niebla, las luces de los automóviles las hacía resaltar a la lejanía.
Marre se acercó al auto, abrió la puerta trasera y tomó en brazos a Robertito. Quería despedirse de él, darle un último beso, abrazarlo y pedirle perdón.
Traerte a este mundo fue el verdadero pecado, hacerte sentir este frío, heredarte años de soledad y sufrimiento, de hambre, dolor, vergüenza, ingratitud, envida, humillación. Por todo eso te pedimos perdón bebé. Si tan sólo al abrir tus alas de ángel ya se quemaba su contorno en este infierno, Robertito. Y tendrías que crecer y ser Roberto, el hombre, y seguir dando cuerda a este mundo, promover nuevos desahucios, declarar guerras, jalar gatillos. Y sentirías celos, ira, odio, frustración. Te darías cuenta que nunca hubo una piñata, que nunca hubo un helado, que la soledad es lo que queda. Perdón bebé.
Yo también quise tomarlo entre mis brazos, cargarlo, ver sus ojitos de ángel. Lo envolvimos en una frazada.
Vi nuevamente hacia el fondo del puente, no se veía ni escuchaba nada, sólo la densa niebla que rondaba aquella mañana. Volteé y vi los ojos de Marre. Al abrir mis brazos únicamente la frazada quedó en mi mano, Marre corrió hacia el carro y volvió gritando hacia la barda, vimos hacia el fondo pero ya no se veía nada, solo la niebla que rondaba el puente de los enamorados.
Fotografía: farm9.staticflickr.com