pasion silenciada

Imagen de Celia Maldonado

Gabriela Maldonado / Opinión /

He guardado este secreto dentro de mí por mucho tiempo. He cargado sola con el miedo y la culpa. Pero al abrir mis ojos puedo ver que no soy la única y que este mal que me aflige no surge de mí por ser quien soy, sino que surge de lo profundo de una sociedad rota. Con el fin de evidenciar esa ruptura y demostrar que hay otras formas de ser, tanto individualmente como en conjunto, es que escribo estas palabras:

Yo he sido víctima de agresores sexuales.

Sin contar las veces en que me han acosado verbalmente en la calle (que de hecho son incontables), han habido tres ocasiones en las que las manos o la boca de un hombre han traspasado el perímetro de mi cuerpo sin mi consentimiento. Escribir públicamente sobre esto me aterroriza y aún no me siento cómoda contando mis experiencias personales. Sin embargo, ya no quiero seguir siendo cómplice del silencio que existe en torno a la violencia sexual porque sé que también somos incontables las mujeres que vivimos con sus marcas en nuestro cuerpo y espíritu.

Es un día soleado y me subo a la camioneta emocionada de dirigirme nuevamente a Xela. Al salir de la ciudad de Guatemala, el bus va relativamente vacío y voy sola en un asiento, recostada en la ventana. El soundtrack para este viaje es un disco de bachata cuyas canciones me parecen repetitivas (pronto me daré cuenta que es el único disco que funciona y desafortunadamente lo escucharemos 3 veces y un poco más).

La letra de una canción, de esas pegajosas, llama mi atención y me doy cuenta que no es la primera vez que la escucho; la razón por la cual su recuerdo no me hace feliz.

♪ ♫ Si te falto el respeto

y luego culpo al alcohol;

Si levanto tu falda,

¿me darías el derecho

a medir tu sensatez?

Poner en juego tu cuerpo,

si te parece prudente,

esta propuesta indecente. ♫ ♪ 

(1)

El bus comienza a llenarse y junto a mi se sienta una chica con una expresión seria, que me da la impresión de ser más de molestia que de enojo. La veo y le sonrío pero no me corresponde. Reconozco que ella está en todo su derecho de seguir seria y no presiono el asunto. Intuyo que ella también está cansada de las propuestas indecentes.

Unas paradas más adelante, dos señores suben a la camioneta. Uno se sienta a la par de la chica a mi lado y le comienza a platicar. ♪ ♫ Hola, me llaman Romeo, Es un placer conocerla. ♫ ♪ La expresión de molestia en el rostro de la chica es más marcada. Puedo sentir su incomodidad con la presencia de ese hombre a su lado. Me enojo.

Veo al hombre fijamente a los ojos con la mirada más intimidante que tengo en mi repertorio. Él me devuelve la mirada y tras unos segundos de contacto visual pierde su sonrisa de “conquistador” y se voltea para platicar con el otro señor que se había sentado en el sillón de la par.

Pienso que mi mirada intimidante funcionó -quién sabe-. La chica sigue inmutable. Parte de mí quiere decirle que estoy de su lado, que puede confiar en mí, que con gusto nos cambiamos de lugar para que pueda irse al lado de la ventana. Pero respeto su privacidad y no digo nada (¿o tal vez es por miedo?).

Veo que un niño de aproximadamente 10 está cantando las canciones de bachata. ♪ ♫ Si te parece prudente, esta propuesta indecente… ♫ ♪

Llegamos a una parte de la carretera llena de curvas. La fuerza centrífuga nos empuja unos sobre otros. Yo no he dejado de ponerle atención al hombre y veo que por el movimiento se ha acercado más a la muchacha que está sentada entre nosotros. Él se comienza a disculpar con la chica y tratar de ser “dulce” con ella. ♪ ♫ Si te robo un besito, a ver, te enojas conmigo… ♫ ♪ Ella ni le devuelve la mirada.

Veo fijamente al hombre nuevamente. Él reconoce mi mirada y se calla. Pero sé que su silencio en ese momento no es suficiente, que en cualquier momento y en cualquier otro lugar él seguirá acosando a las mujeres con su mirada y sus propuestas indecentes. Furia corre por mis venas.

Dos chicas guapas y bien arregladas suben al bus y se quedan en el pasillo, justo enfrente de los señores. En el fondo un idiota canta por tercera vez ♪ ♫ Si levanto tu falda, me darías el derecho… ♫ ♪ Las miradas de los hombres se prenden en ellas y comienzan a sonreír. No quiero ni imaginar lo que están pensando. Empuño mis manos de la indignación.

Examino mentalmente la situación y pienso de qué forma podría defendernos a las chicas y a mí en caso de que esos hombres se volvieran más insistentes con sus acciones -me pregunto si alguien más se les opondría-. ♪ ♫ Una aventura es más divertida si huele a peligro… ♫ ♪

Se apodera de mí el espíritu de tantas otras mujeres víctimas de hombres como ellos: la rabia y la impotencia.

Me dejo llevar por mis pensamientos. Aprieto mis puños con fuerza; quisiera tener una navaja para poder intimidar y lastimar. Es más, anhelo transformarme en Hulk para romperle la cara a esos cerotes que van por el mundo como si fueran dueños de todo, incluyendo los cuerpos de mujeres y personas femeninas.

Pero luego veo el grosor de los brazos del hombre y sé que no tengo ni la menor posibilidad de enfrentarlo satisfactoriamente. Ese sentimiento de inferioridad física hace que me de cuenta de lo alterada que estoy emocionalmente, más de lo que la situación amerita. Las chicas que estaban en el pasillo se han sentado unos sillones atrás. Los hombres las han dejado en paz pero aún tienen una sonrisa morbosa en su rostro mientras platican entre ellos. El que está sentado en el sillón de la par se quita un anillo y comienza a meter-sacar-meter-sacar su dedo en el anillo…

Volteo mi mirada hacia mi interior; respiro profundo.

“No tenemos porqué cargar nuestras heridas por siempre.” ~Thich Naht Hanh

Veo a las mujeres que han marcado mi vida y que hoy ya no están entre nosotros físicamente. Veo a Carlota, quien fue abandonada por su esposo porque ella “no le dió hijos”; veo a mi tía abuela, quien en su vejez fue alejada del resto de la familia por su hijo y no sabemos en que condiciones murió ni donde está enterrada; veo a mi abuela, a quien su esposo le disparó en el rostro cuando ella estaba embarazada de mi papá. Las veo con las marcas de la violencia a flor de piel – mi propia piel – pero también las escucho respirar, muestra de que siguen vivas en mí. Porque aunque llevamos heridas abiertas, nuestra resiliencia ha podido más; juntas podremos más.

un dia caminaremos sin miedo

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