Luis Esteban Quel García/
—¿Qué esperas de mí? – dijo el niño descalzo acostado en la hierba bajo la sombra de un enorme árbol e intentando atrapar con sus manos una mariposa.
Corrió alegre debajo de aquella mañana soleada.
—Sólo quiero correr por el monte, curiosear entre la hierba, jugar con mis amigos, subir al árbol y comer sus frutos.
Mientras esto decía estaba ya trepando por el árbol, subió por las ramas, tomó el fruto maduro y lo mordió, saboreaba sonriente, mientras el jugo corría por sus labios.
—Quiero estudiar -se detuvo un momento y su rostro se iluminó con la brillantez de sus ojos y una gran sonrisa- quiero ser astronauta, manejar una nave espacial y llegar hasta la estrella más brillante de la noche, esa que me gusta ver antes de dormir.
Un ruido lo distrajo, llegaron sus amigos y con agilidad bajó del árbol. Los niños corrieron, jugaron, cantaron, gritaron, se golpearon, lloraron, se pelearon y terminaron abrazados como grandes amigos, mientras la tarde tibia sonreía al observarlos.
El primer golpe, lo sacó del letargo. El segundo lo hizo cubrirse la cara y las partes vitales por reflejo. El tercero apenas lo hizo emitir un sonido como un lamento.
—Patojo cerote y solo diez quetzales conseguiste en todo el día que estuviste en la calle -con violencia le quitó la bolsa que el niño tenía en su mano- y para eso sí sos bueno, para oler pegamento y qué creés que esta mierda me la regalan, ahora mirá qué pisados hacés que de esta mierda no te voy a dar más hasta que traigás más pisto.
El niño no dijo nada, apenas si se quejó cuando sintió una gran patada en la espalda, se arrastró como pudo a una pared y colocó la cabeza entres sus piernas. Lloró.
La estrella más brillante del cielo observó cómo aquel niño sucio, en harapos, hambriento, mojaba con sus lágrimas la solitaria y repugnante banqueta donde estaba sentado. Se conmovió. Deseó poder traerlo junto con ella para que viviera en un mundo distinto. Juró indignada que desde ese día brillaría más fuerte. Y así lo hizo. Sus explosiones de energía y luz sacudieron al Universo, pero acortaron su vida. Así murió esta estrella.
En la tierra los científicos anunciaron con emoción que habían sido privilegiados con observar el ocaso de una estrella. Y brindaron las teorías más adelantadas de este tiempo para explicar el fenómeno cósmico. La gente del mundo que se enteró de la noticia admiró la inteligencia de sus científicos. Pero no entendieron nada, nunca descubrieron la razón verdadera de la muerte de la estrella. Jamás valoraron su acto de sacrificio para realizar un cambio.
Mientras en una reunión el distinguido señor Presidente de la República reunido con embajadores y representantes de países amigos brinda los “avances“ de su gestión, en una banqueta triste y olvidada del mundo, un niño sigue soñando con atrapar una inalcanzable mariposa ahora más solo que antes, porque le falta una estrella.