Lugar: IGSS zona 9
Hora: 3:00 PM
Fecha: 08 de junio, 2016


Un mensaje de texto decía que la habían trasladado a cuidados intensivos. De inmediato, salí volando del trabajo. Atravesando las calles de la sexta avenida en dos pasos agigantados, tomé el transmetro y oré, ese día sí que oré. Eran las 3:15 y en la interminable fila de personas que iban de visita, estaba él. Era el cuarto en la fila y me estaba esperando. —“Solamente pueden entrar 3 personas”—dijo la enfermera y comenzó a pasar lista. Cuando se acercó a nosotros, preguntó el nombre del paciente, al pronunciarlo su expresión cambió. Se aclaró la garganta y nos dijo“acompáñenme, ella acaba de ser trasladada”,—“¿A dónde?”—le pregunté, siguiéndola y esperando una respuesta…

La vida se resume en alegrías, festejos, triunfos, satisfacciones, felicidad, una que otra tristeza y decepción.

La vida es fugaz, desafiante e injusta quizá. Es una aventura que pasa en un abrir y cerrar de ojos, más aún cuando no disfrutamos los momentos irrepetibles; como cuando dejo para más tarde la plática con mamá por responder los chats de Whatsapp, cuando reviso los likes de la foto que subí en Facebook mientras almuerzo con mi mejor amigo, cuando prefiero salir que pasar la tarde, como hace mucho tiempo no lo hago en casa. Claro que nada de esto está mal, pero sí el momento en el que se hace.

Simplemente, que desde hace tiempo aprendí que no puedo darme el lujo de desaprovechar ciertos momentos que la vida me regala. Vivo en un país donde salir a trabajar o estudiar por las mañanas requiere valentía porque no existe la certeza de regresar al final del día. Donde al mes mueren más de 100 personas por hechos violentos. Donde los hospitales no se dan abasto para atender las necesidades de la población. Donde la vida pareciera ser insignificante y te la arrebatan por un Samsung S4 o un par de billetes de Q100.

Pero gracias a esto también aprendí a valorar mi vida, mi familia, mis amigos y mi tiempo.

Aprendí a compartir, aprovechar, respetar y apreciar momentos. Aprendí de la peor manera a demostrar mis sentimientos cada día, sin miedo, sin vergüenza y en cualquier momento. Aprendí por qué el te quiero más sincero no lo dije un catorce de febrero, ni en un día de festejo. Lo dije con dolor en el pecho entre pasillos de hospitales, gente corriendo, caras cargadas de tristeza y mucha, pero mucha desesperación. Lo dije ante un último aliento, deseando que la vida me diera un poco más de tiempo.

Todo este sentimentalismo, no es por puro gusto de compartirlo. Es para que te detengas un momento y poco a poco empecés a desacelerar las prisas y arrebatos que día a día nos consume. Para que no esperés hasta el cumpleaños para dar un abrazo, ni a la emergencia de un hospital para demostrar cariño y empatía. Porque vivimos en un mundo donde la cotidianeidad nos absorbe por completo, donde damos todo por sentado y la costumbre nos lleva la delantera.

Porque cada segundo que pasa, es una oportunidad para hacer lo que dejás siempre para el día siguiente, para decir lo que te guardás en el pecho y para agradecer que tenés los pies sobre la tierra.

Compartir